Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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Institucionalidad, esa es la palabra clave en este asunto. No existe otro camino que comenzar a transformar las instituciones dimensionando el resultado de su tarea y que los éxitos o fracasos de las mismas dejen de estar vinculados a esfuerzos particulares que no superan el rango de hecho anecdótico.

Pasa en la mayoría de las instituciones de nuestro país, a las que dejamos de tenerle la consideración por la gestión que realizan, porque en general (aunque esto de generalizar es un craso error) las mismas no están acordes a los intereses de la ciudadanía. Tanto es el desgaste de la imagen, que desvirtuó la credibilidad de las instituciones, que incluso cuando aciertan en su encargo siempre se teje un manto de duda sobre la veracidad de los hechos.

Este desafío trasciende los nombres coyunturales de quienes administran los recursos del Estado. Forma parte de una cultura de revalorización de la función de estas organizaciones, en beneficio de los intereses de la ciudadanía, por encima de apetencias particulares. El estigma es tan grande que en ocasiones es más fácil acomodarse a la manera de operación, aunque esté torcida, que comenzar a escribir una historia diferente, en donde la dignidad sea el ingrediente principal.

Este escenario es tan común que puede aplicarse la fórmula, de manera casi directa, a la mayoría de las instituciones del país, y el resultado final es muy parecido. El mejor ejemplo es la Policía Nacional, que desde la caída del régimen de Alfredo Stroessner ha sufrido una transformación muy interesante, pero que sigue sin superar los viejos vicios de aquella sangrienta dictadura.

Aquel refrán que dice "Dadle poder y lo conoceréis" es la clave para desnudar el comportamiento de muchos efectivos que al saberse portadores del monopolio del uso de la fuerza, la utilizan en su beneficio. Comentaba hace unas semanas en este mismo espacio que sufrí las peripecias de ser demorado por una barrera policial sin motivo alguno. Decía que intenté defender mis derechos constitucionales y que de nada sirvieron mis argumentos para debatir con los agentes. También aseguré aquella ocasión que decidí acceder al pedido de los oficiales recordando casos de gatillo fácil y para no exponer innecesariamente mi vida.

Luego de aquella columna, casualmente las barreras en ese mismo lugar tuvieron una pausa, hasta que nuevamente, por designio del azar, fui demorado. Esta vez mi intervención fue mucho más contundente: les reclamé que me volvían a atajar innecesariamente.

El oficial me consultó si ya me habían demorado, como asentí me dijo: "pasá nomás". Este incidente tragicómico nos demuestra la manera en la que se preparan los efectivos policiales para hacer una tarea que, además de estar al margen de la ley, no es efectiva. Esto daña profundamente la imagen policial porque exhiben tanta negligencia que su credibilidad cae al piso.

Mis experiencias en nada pueden compararse con el momento de zozobra que vivió la diseñadora Tanya Villalba que denunció abuso policial, en un procedimiento irregular en donde le habrían plantado drogas. La misma señaló que los oficiales la interceptaron, le hicieron bajar de su vehículo, le sacaron la plata que tenía y le implantaron cocaína. La denunciante se sometió a pruebas en donde demostró no haber consumido sustancias ilegales, además de aportar videos del procedimiento.

Amén de la investigación interna que deben realizar desde el Ministerio del Interior y la propia Policía Nacional, cuando se realizan este tipo de denuncias contra las fuerzas del orden, la primera sensación que queda es que el abuso se cometió. Poco se duda sobre la negligencia policial, lo que demuestra que la credibilidad en el accionar de los agentes para la población es casi nula.

Mientras no exista una depuración profunda de policías violentos y corruptos y un castigo ejemplar a quienes violan los derechos de la gente, la institución seguirá ocupando un rol marginal en la sociedad. De nada valdrán las transformaciones que se pretendan instalar en el seno de la Policía si los propios integrantes de esta organización no dimensionan lo fundamental que es para mejorar su imagen, que todos y cada uno de los miembros sean conscientes de la responsabilidad social que les corresponde. La gente está harta y el primer paso para la dignificación de su institución está en manos de la propia Policía Nacional.

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