© 2016 The Economist Newspaper Ltd., Londres. Todos los derechos reservados. Reproducido con permiso.
Mitt Romney, al menos, sabía lo que estaba sucediendo.
"Pienso que tenemos buenas razones para creer que hay una bomba lista para detonar en los impuestos de Donald Trump", había advertido el candidato presidencial republicano en febrero del 2012.
Este 1 de octubre esa bomba estalló. El New York Times publicó la declaración de impuestos de 1995 de Donald Trump al Estado de Nueva York. Había sido enviada de forma anónima al periódico. Esa declaración mostraba una pérdida de US$ 916 millones y el formulario estaba completado parcialmente a mano, ya que el contador dijo que, mientras confirmaba la autenticidad del dato, la cifra era demasiado grande para que su software la procesara. Comparada más tarde con los ingresos, esa pérdida podría haber permitido a Trump no pagar impuestos federales sobre su renta durante muchos años.
A diferencia de todos los otros nominados candidatos presidenciales de los principales partidos, desde 1976, Trump mantuvo sus ingresos en secreto. Su afición por las denominadas empresas de "transferencia" explica esto. Estas derivan ganancias y pérdidas directamente a las declaraciones de impuestos de sus propietarios, en contraste con las corporaciones, que presentan sus propios documentos. Las empresas de "transferencia", curiosamente, son comunes en los Estados Unidos. De acuerdo con un estudio reciente, estas empresas representan en la actualidad más de la mitad de todos los ingresos de negocios.
Las empresas de transferencias, como cualquier otra, puede compensar las ganancias fiscales en un año con las pérdidas de otro. En general, esta regla tiene sentido económicamente: Sin ella, las empresas podrían dudar de vender en los mercados volátiles. Obteniendo US$ 50 millones en beneficios un año y perdiendo US$ 49 millones en el próximo generaría más impuestos, en esos dos años, que ganar US$ 20 millones por dos años consecutivos. Por esa razón, la compensación es común. De los 35 países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico, 21 permiten a las empresas usar las pérdidas de al menos 20 años antes para compensar las ganancias, según Kyle Pomerleau, de la Tax Foundation, un grupo de análisis.
Las personas, sin embargo, pueden hacer frente a leyes más estrictas. En Gran Bretaña, por ejemplo, las empresas pueden diferir las pérdidas de forma indefinida, pero los individuos pueden hacerlo por sólo cuatro años. En los Estados Unidos no hay tal distinción. Cuando Trump presentó su pérdida tan grande como un mamut, esas pérdidas podrían ser usadas 15 años hacia adelante o retrotraídas tres años, lo que significa que, si él ganó en promedio menos de US$ 51 millones por año en ingresos regulares, Trump bien podría no pagar impuestos sobre su renta durante casi dos décadas.
Trump también puede haberse beneficiado de otra generosidad peculiarmente estadounidense hacia los magnates inmobiliarios. Desde 1986, la mayoría de los contribuyentes no han sido capaces de deducir pérdidas que excedieran la inversión en un negocio, según Steve Rosenthal, Tax Policy Center, otro grupo de análisis, pero los inversores inmobiliarios pueden hacerlo.
Eso es importante porque los edificios son particularmente apropiados para generar pérdidas en el papel. Los inversores, en general, puede afirmar que la propiedad no residencial se ha depreciado a lo largo de 39 años, aunque su valor de mercado, de hecho, se ha elevado. En teoría, cualquier ganancia de capital se grava más tarde, cuando la propiedad cambia de manos. Sin embargo, los inversores pueden evitar una carga de este tipo mediante la sustitución de cualquier edificio que venden con otro de la "misma clase". Cuando el inversor eventualmente fallece y su cartera se transfiere a alguien, las ganancias de capital caen en el olvido.
Los retornos de Trump representan plenamente el 1,9% de todas las pérdidas similares presentadas en 1995. Sin mayores explicaciones será imposible decir con certeza qué era más excepcional: sus pérdidas o su planificación fiscal.
Mientras tanto, él debe luchar ahora contra otro escándalo. El 30 de setiembre, el fiscal general de Nueva York, Eric Schneiderman, quien apoya a Hillary Clinton para la presidencia, ordenó a la Fundación Trump detener de inmediato la recaudación de fondos, ya que no se había registrado o presentado cuentas al regulador de organizaciones benéficas.
Cuando lo haga, tal vez Trump recomendará su contador personal.