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"Otro asesinado así, una vez más", lamentó la madre de Lee Han-Yeol, quien fue fatalmente alcanzado por un proyectil de gas lacrimógeno en 1987, durante una manifestación contra el régimen militar del presidente Chun Doo-hwan, de Corea del Sur.
Ella estaba entre quienes asistían al funeral de Baek Nam-gi, de 69 años, activista de Corea del Sur y agricultor. Baek recibió un chorro de un cañón de agua de la policía durante una manifestación, el año pasado. Después de 10 meses en coma, murió el 25 de setiembre último.
Los enfrentamientos entre manifestantes y la policía tienen una resonancia especial en la política de Corea del Sur. La muerte de Lee, en 1987, se convirtió en uno de los momentos decisivos de la transición del país a la democracia. Cuando resultó herido –la granada lacrimógena lo alcanzó en la cabeza–, sus compañeros le sacaron una fotografía y la hicieron circular.
Se lo veía ensangrentado y en los brazos de un amigo. Casi 30 años más tarde, las protestas, frecuentes y estridentes, todavía son una gran parte de la vida pública en Corea del Sur. Hasta qué punto es legítimo que las protestas ocurran y cómo la policía debe responder, siguen siendo motivo de intenso debate.
La muerte de Baek tocó una fibra sensible, en parte porque era el epítome del activismo tenaz que ayudó a poner fin al orden autoritario que había perdurado desde la Segunda Guerra Mundial hasta finales de 1980. Él protestó por primera vez contra el presidente Park Chung-hee, que gobernó de 1962 a 1979 y era el padre del actual presidente de Corea del Sur, democráticamente elegido, Park Geun-hye. Baek fue expulsado dos veces de la universidad en Seúl, en la década de 1970, por su militancia. En un momento dado, cuando había una orden de captura en su contra, encontró refugio en una catedral y vivió cinco años como monje.
La ley, finalmente, se puso al día con él: pasó un tiempo en prisión por violar las estrictas restricciones a la actividad política impuesta por la ley marcial. Él estaba tan comprometido con la causa que bautizó a sus hijos como "Minjuhwa", que significa "democratización".
Incluso después de que una serie de ex figuras de la oposición fueran elegidas libremente como presidentes, a partir de 1992, Baek continuó participando de las protestas en apoyo a otra causa estimada a muchos corazones coreanos: el cultivo de arroz.
La protesta en la que se lesionó Baek tenía la intención de persuadir al nuevo presidente Park para cumplir su promesa de mantener enormes subsidios y un precio artificialmente alto para el arroz, precio ese que disminuyó gracias a los acuerdos de libre comercio, pero todavía es el doble del precio mundial.
Al menos 68.000 agricultores, sindicalistas y otros activistas –130.000, según la organizadores– se enfrentaron a 20.000 agentes de policía. Las autoridades normalmente apuntan a una abrumadora presencia policial en las grandes manifestaciones.
La policía usó sus cañones para disparar agua mezclada con gas pimienta a los manifestantes y mantuvieron el chorro de agua sobre Baek, incluso cuando él yacía en el suelo.
Una fotografía de la escena fue compartida ampliamente en las redes sociales, lo que provocó una indignación generalizada. Muchos de los manifestantes, algunos de los cuales llevaban barras de hierro, también fueron violentos: 100 policías resultaron heridos y 40 autobuses de la policía fueron dañados.
Cuando dos agricultores que se oponían a los primeros planes para abrir un poco el mercado del arroz murieron después de una batalla con la policía, en el año 2005, el entonces presidente Roh Moo-hyun, ex defensor de los derechos humanos, despidió a los oficiales superiores y se disculpó.
Park, un conservador, no se disculpó por la forma en que fue tratado Baek. La policía dijo que disculparse por cada lesión era "inapropiado" y solicitaron en repetidas ocasiones una autopsia judicial –un tribunal ordenó una el 28 setiembre–, presumiblemente, con la esperanza de ser exonerada.
Este año, el relator especial de las Naciones Unidas sobre la libertad de reunión observó que "una lenta y progresiva inclinación" en Corea del Sur para erosionar la misma. El uso de cañones de agua para disparar contra manifestantes solitarios, dijo, era "difícil de justificar".
Im Byeong-do, un blogger, expresó que los gobiernos democráticos de Corea del Sur siguen considerando las manifestaciones como un desafío a su autoridad. Han Sang-gyun, un líder sindical que ayudó a organizar la manifestación en noviembre del 2015, fue hecho responsable por los tribunales por la violencia que entonces se produjo y condenado a cinco años de prisión, una multa inusualmente severa.
Como ha florecido la democracia, la naturaleza de las protestas se ha modificado. Manifestantes marchando portando velas, por ejemplo, es muy común. Sin embargo, esas marchas siguen siendo tratadas como disturbios, protestó Im y, en consecuencia, esa actitud del gobierno puede a su vez estar endureciendo la cultura de la protesta.