Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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Que el país esté mal no es novedad. Tantos minutos en televisión, radio, líneas en medios impresos y digitales, hacen que este tema sea uno de los preferidos en cada reunión en donde uno o más compatriotas estén conversando sobre cuestiones de actualidad nacional.

Que la responsabilidad sea de los políticos de turno tampoco es una novedad que pueda llamar la atención en este esquema, en donde se pone de manifiesto el robo o el hecho indignante del día, para pasar casi de inmediato a nombrar las desgraciadas gestiones de los que deberían administrar adecuadamente nuestros recursos y no lo hacen.

Es tan potente esta combinación, que si tuviéramos tiempo y recursos para una investigación profunda, tal vez ya esté superando el análisis climático como punto de partida de las charlas de todo tenor en Paraguay.

A fuerza de una honestidad inquebrantable, los motivos de la conversación (recordando los hechos que son noticia y preocupan) son absolutamente reales y verdaderamente preocupantes. También es sano que se busquen responsables ante situaciones que son verdaderamente dramáticas y que requieren de políticas públicas que apunten a solucionarlas.

El motivo de estas líneas busca un factor que corre de manera paralela al desarrollo de este razonamiento: el facilismo con el que intentamos despegarnos del compromiso que tenemos en que las cosas sigan este curso. Como si al ser parte de la sociedad no tuviéramos ninguna obligación para que esto cambie. O peor, el reduccionismo extremo de decir: "sigan votando a los mismos", como si el resultado electoral fuera el único elemento de transformación válido en una comunidad.

La rúbrica de este pensamiento se resume en dos palabras "este país". "Este país" es un término que empleamos para referirnos despectivamente a los hechos que nos agobian periódicamente y de los que estamos hartos pero de los que no nos hacemos del todo responsables.

Para ser más claro en la idea, siempre es bueno recurrir a los ejemplos. Si adoramos el arte de exponentes mundiales como Berta Rojas, en la descripción de su talento decimos "orgullo de nuestro país". Inmediatamente en la expresión nos subimos a su éxito global, y consideramos que sus logros son parte del colectivo, como si en algo hubiéramos colaborado a su desarrollo profesional. En contrapartida, al ver que el Paraguay ocupa uno de los lugares más destacados en el ranking de corrupción, decimos: "este país", acompañado de una serie de adjetivos que califican de la peor manera el desempeño de nuestra sociedad.

Repito para que quede claro y que no se tome de la peor manera este simple aporte al debate: nuestra realidad cotidiana es preocupante y la responsabilidad principal la tienen quienes administran nuestras instituciones.

Pero, he aquí el punto, tampoco somos tan inocentes o estamos absolutamente al margen de lo que ocurre.

Pasa en cosas más simples que el hecho de ir a votar por gente incapaz o corrupta. Sucede cuando nos indignamos por la corrupción imperante pero devolvemos el boleto al chofer o queremos colarnos en la fila por avivados. También ocurre cuando intentamos evadir los canales establecidos, buscando una salida más rápida, o recurrimos al amigo que nos puede dar una mano en un momento de desgracia. Se consolida cuando nos indignamos, pero cual fariseo, salimos a llorar públicamente las penas pero no nos comprometemos efectivamente con el proceso de cambio.

Sería maravilloso que "este país" deje de ser un país ajeno a nuestra realidad y que comience a formar parte de la retórica y el trabajo para que se transforme en nuestro país. Con virtudes de las que nos enorgullecemos y defectos, para los cuales nos involucremos en un trabajo real que tenga como objetivo el cambio. Desde la construcción de ideas, algo que parece absolutamente insulso, podemos establecer un compromiso mucho más profundo que devenga en calidad de vida para todos. El desafío es ponerse manos a la obra.

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