Andrew Ross Sorkin

¿Debería de sorprendernos el hecho de que ningún director de las 100 compañías Fortune haya donado dinero a la campaña de Donald Trump?

Esa fue la noticia que reportó The Wall Street Journal el fin de semana pasado, después de haber tabulado los últimos informes sobre los donativos recibidos hasta el final de agosto.

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Los simpatizantes de Trump proclamaron la falta de donativos de las más grandes empresas del país como una prenda de honor. Las grandes empresas, afirman, le han fallado al país, entonces, ¿por qué su candidato querría su apoyo?

Pero la lógica de ese argumento está de cabeza. Trump se ha presentado en su campaña como un exitoso empresario, un negociador brillante y alguien que puede "llevarse bien con la gente", en sus propias palabras. Él ha sostenido que sus políticas económicas desatarán niveles de crecimiento sin precedentes, de hasta 6 por ciento. Piensa bajar los impuestos corporativos, eliminar regulaciones y permitir que las empresas repatrien el dinero que tienen en el extranjero. En su conjunto, estas políticas son el sueño de todo empresario.

Y sin embargo, aquí estamos: muchos de los empresarios más exitosos del país se niegan a apoyarlo e incluso a hacer negocios con él.

Esto no es una opinión. En caso de que hubiera cualquier duda, he aquí las compañías que en los últimos dos años han cortado o reducido públicamente sus relaciones comerciales con Trump, debido más que nada a su retórica incendiaria: Macy's, Univision, NBCUniversal de Comcast, Serta, ESPN de Disney, PGA of America, Nascar y Perfumania.

Esas compañías, que tienen una base de clientes que incluye amplias franjas de la nación que visiblemente se parecen al electorado, han dicho más o menos lo mismo que declaró Macy's: "A la luz de las declaraciones hechas por Donald Trump, que son incongruentes con los valores de Macy's, hemos decidido descontinuar nuestra relación comercial con Trump".

Prácticamente, ninguna institución bancaria de Estados Unidos ha hecho negocios nuevos con Trump desde hace años, en parte debido a su historial de bancarrotas pero también por su inclinación al litigio. En los cursos de orientación para empleados nuevos, Goldman Sachs usaba específicamente a Trump como ejemplo del tipo de cliente potencial a evitar.

Con todo, dadas las políticas de Trump, podría pensarse que empresas como Nike y Apple, que se han quejado de los impuestos y que están luchando por traer miles de millones de dólares guardados en el extranjero de vuelta a Estados Unidos, estarían arrodilladas ante el altar de Trump. (Los directores de Nike y Apple han contribuido con Hillary Clinton).

Claro, están también sus opiniones sobre la inmigración y el comercio, que no están afinadas con las compañías multinacionales de Estados Unidos que fabrican productos en el extranjero. Pero también Hillary Clinton se opone a la Alianza Trans-Pacífico, por lo que eso no deja muchas opciones.

La revista Vanity Fair le preguntó sobre Trump hace unas semanas a Jeffrey Immelt, director general de General Electric, que empleó a Trump en "The Apprentice" cuando General Electric era dueña de NBC. "A mí me pareció que el Donald Trump con el que tuve oportunidad de trabajar era divertido", afirmó. "¿Las palabras? No puedo reconciliarlas con nada en lo que yo creo, nada de lo que yo creo que este país defiende ni nada de lo que defiende la compañía".

Por cierto, esta fue la respuesta de Trump el año pasado a las empresas que dejaron de hacer negocios con él: "Macy's, NBC, Serta y Nascar adoptaron la débil y triste postura de ser políticamente correctos, pese a que se equivocan en términos de lo que es bueno para nuestro país". (Debo señalar aquí que yo participaba en el programa "Squawk Box" en CNBC, que es una unidad de NBCUniversal).

Para ser justos, hay que señalar que solo once directores de las 100 empresas de Fortune donaron a la campaña de Clinton, según The Wall Street Journal. Y Trump cuenta con el apoyo de algunos empresarios, como Jack Welch, Carl C. Icahn y Wilbur Ross, entre otros.

Pero para un grupo que siempre se ha inclinado por los republicanos, la ausencia de contribuciones es muy reveladora, particularmente porque al menos 19 de ellos les dieron a los otros candidatos republicanos en las primarias.

Existe una buena razón, sin ninguna relación con la corrección política, de que la comunidad empresarial no se haya cohesionado en torno de los planes económicos de Trump. Como están, sería de esperarse que esos planes perjudicaran a la economía, según economistas independientes y ajenos a los partidos. Es difícil encontrar muchos economistas que digan lo contrario, a excepción del puñado que básicamente está asesorando su campaña.

Según el Comité de Presupuesto Responsable, un centro de estudios no partidista que cuenta con un catálogo de luminarias de ambos lados del espectro político, el plan económico de Trump le sumaría 5,3 billones de dólares a la deuda nacional. Como punto de comparación, el plan de Clinton representaría un aumento de 200.000 millones de dólares.

"Tanto Clinton como Trump incrementarían la deuda en relación con la ley vigente; aunque Trump lo incrementaría en un orden de magnitud mayor, y el plan de Clinton podría reducir ligeramente el déficit si incorporamos ingresos no especificados de la reforma de los impuestos a las empresas", observó el comité.

En este artículo no hay nada que indique que el plan económico de Clinton va a abrir una nueva era de crecimiento estupendo. No sería así. No aborda plenamente la necesidad de la reforma de los impuestos corporativos y no sacará a muchas empresas del marasmo regulatorio que padecen. No traerá billones de dólares del extranjero. Es improbable que su plan estimule la economía mucho más de lo que está logrando el camino actual. Y es muy posible que algunas de sus medidas de política pudieran incluso frenarla.

Y por último, insisto, está la cuestión del comercio. Un punto central de la agenda económica de Trump será renegociar muchos de los acuerdos comerciales del país. En un reciente reporte publicado por su equipo de campaña, los asesores de Trump dan a entender que, por ejemplo, él podría amenazar con abandonar la Organización Mundial de Comercio para conseguir mejores condiciones. "Sin Estados Unidos como miembro, la OMC no tendría mucho propósito", observaron los asesores.

No hay duda de que el país se beneficiaría si tuviera mejores pactos comerciales, pero la arriesgada estrategia de Trump podría hacer estallar una guerra comercial que sería desastrosa para las empresas más grandes del país. Y la incertidumbre de las negociaciones mismas podría frenar a la economía y sacudir a nuestros vecinos extranjeros.

Solo véase el caso de la renuncia del secretario mexicano de Hacienda por ayudar a Trump a celebrar una reunión con el presidente de México. Otros países querrían evitar situaciones semejantes para no dar la impresión de estar cediendo ante Trump. (Por cierto, esa gente que pregunta: "¿A quién le importa lo que les ocurra a esas empresas que de todos modos maquilan en el extranjero?", debería pensar en todo el dinero de los planes de retiro que se invierte en ella).

El reporte económico de Trump menciona la Mesa Redonda de Negocios, un grupo de presión que representa a las grandes empresas, y sus quejas por la carga regulatoria. La propuesta es que las grandes empresas respalden a Trump, ya que él piensa reducir las regulaciones.

Pero la mesa Redonda de Negocios está lejos de apoyarlo. La organización no se ha manifestado en favor de ninguno de los dos candidatos y su director, John Engler, le dijo a The New York Times hace unas semanas que "estamos del lado opuesto de Trump en cuestión de comercio y migración".

Trump, que se dice el gran negociador, puede desdeñar las opiniones de los principales ejecutivos del país, pero quizá sea porque no ha logrado llegar a un acuerdo con ellos.

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