© 2016 The Economist Newspaper Ltd., Londres (24 de setiembre).
Para la alta jerarquía de la Unión Europea (UE) en Bruselas, el derecho de la gente a vivir y trabajar en cualquier lugar de Europa es sagrado. Sin embargo, la libre circulación es una preocupación mundana para Franco Puffi, que dirige Precicast, una fundición de metal de alta tecnología en Tesino, un cantón suizo junto a la frontera con Italia.
El 90% de los que trabajan en sus talleres son italianos, al igual que los ingenieros que diseñan sus moldes y los gerentes que buscan nuevos mercados de exportación para el sector aeroespacial y de componentes biomédicos. A Puffi le gustaría emplear a más suizos, pero dice que estos últimos, al hablar de puestos de trabajo, prefieren la banca y el sector público. En contraste, los italianos del norte, valoran el trabajo industrial y tienen las habilidades técnicas que se necesita para ello. Los problemas económicos de su país los hacen "más hambrientos", dijo, y hay muchos más de ellos.
Para otros, ese es precisamente el problema.
"Tesino se enfrenta a Italia", señaló Norman Gobbi de la Liga de Ticino, un partido local que apoya los frenos a la inmigración. "Y Italia es un ejemplo de la Unión Europea que no funciona", añadió.
Suiza, un pequeño estado federal que protege su soberanía furiosamente –se convirtió en miembro de pleno derecho de las Naciones Unidas solo en el 2002– es en muchos aspectos una curiosidad. Su relación con la UE, que se rige por un conjunto complejo de acuerdos bilaterales, no es una excepción. Sin embargo, su experiencia reciente ofrece lecciones para otros, ni qué decir para la saliente Gran Bretaña, de hasta qué punto los estados europeos fuera de la UE pueden establecer los términos de su relación con la Unión.
Desde el 2002, todos los ciudadanos de la UE tienen derecho a vivir y trabajar en Suiza y viceversa. Millones de italianos viven a 30 millas de la frontera y decenas de miles de ellos viajan a través de ella todos los días. En el 2014, la preocupación de que los italianos estaban influyendo en la reducción de los salarios locales condujo al 68% de habitantes del Tesino a votar "sí" en el referéndum nacional que pidió restricciones a la inmigración y desplazamientos transfronterizos. La propuesta ganó de milagro por 20.000 votos y algunos dicen que fueron los pobladores del Tesino quienes inclinaron la balanza.
Al hacerlo así, aterrizaron en Suiza un enorme dolor de cabeza. Una cláusula de "guillotina" en los acuerdos de Suiza con la UE establece que modificar unilateralmente las disposiciones de libre circulación pone en riesgo al resto de los acuerdos alcanzados en el año 2002, que cubren todo, desde adquisiciones hasta la agricultura. Un estudio gubernamental encontró que abandonar todo esto podría, en el 2035, dejar el PIB suizo hasta un 7,1% inferior a lo que sería de otra manera.
Debido en gran parte a la inmigración, la población suiza ha crecido en más de 10% en una década. Como un país que solo tiene "agua y rocas", en las palabras de Paolo Beltraminelli, el presidente centrista de Tesino, Suiza siempre ha tenido que buscar en el extranjero para tapar sus huecos laborales. Pero, los populistas anti-inmigración tienen un arma mortal: la iniciativa popular, lo que desencadena un montón de referendos. En 1970, una propuesta para establecer como límite el 10% de los inmigrantes para la población total, a excepción de Ginebra, casi tuvo éxito, pero hoy en día la cifra es de 23%. Siguieron votos en contra de burkas y minaretes, en la medida que la preocupación por los solicitantes de asilo y los musulmanes se han añadido al "menú".
Al principio, la UE estaba dispuesta a un mutuo acuerdo con Suiza sobre la libre circulación. Eso cambió, sin embargo, después de que la elección del año pasado en Gran Bretaña devolvió al gobierno un mandato para renegociar su afiliación con la UE. Temerosos de que las concesiones a los suizos puedan atraer a los británicos, la UE endureció su postura y el voto Brexit en junio empeoró las cosas.
Ahora parece que los suizos van a dar marcha atrás. Esta semana, la cámara baja del parlamento aprobó una ley que anima a los empresarios a contratar en Suiza antes de mirar al exterior, casi los límites estrictos exigidos por el derechista Partido Popular Suizo (SVP) que propuso el referéndum.
Enfurecido, el SVP podría buscar un segundo referéndum para revocar la ley o romper con los acuerdos bilaterales en su totalidad. El Tesino no va a esperar: el 25 de septiembre tienen que aprobar una iniciativa local, respaldada por Gobbi, para privilegiar a los trabajadores suizos sobre los extranjeros. La propuesta es un disparate jurídico, porque estos asuntos son nacionales en lugar de cantonales. Mucho más de este tipo de cosas, dijo Puffi y él mudará a la empresa Precicast a Italia.
Dada la elección, los votantes suizos dijeron a los encuestadores, que no abandonarán los acuerdos con la UE para cortar la inmigración. No obstante, los de línea dura creen que la reacción contra la migración a través de la UE significa que un día Bruselas tendrá que adoptar una postura menos rígida y que es de interés para la UE mantener feliz a Suiza.
Los paralelos con el debate británico son irresistibles: los Brexiteers también argumentan que la UE tendrá que inclinarse ante la voluntad de los votantes del referéndum. Sin embargo, la promesa de Gran Bretaña para cortar la inmigración desde la UE significará la pérdida de algún tipo de acceso al mercado único, posiblemente incluyendo los derechos "de pasaporte" que permiten a a las empresas financieras operar libremente en toda la UE. Confrontado con el colapso potencial de la más importante relación comercial de Gran Bretaña, la promesa para mantener alejados a los trabajadores polacos se verá menos convincente, o así lo sugieren algunas pro-UE.
Hay otra lección de los Alpes. Los suizos se oponen con firmeza por ahora a otra exigencia de la UE: que los acuerdos bilaterales "estáticos" se conviertan en "dinámicos", lo que significa que Suiza acepte automáticamente los nuevos desarrollos en la UE, ya sean nuevas reglas de Bruselas o las sentencias del Tribunal de Justicia Europeo.
Los jueces extranjeros generan tan poca confianza en Suiza, como en Gran Bretaña, y en teoría los suizos pueden escoger y elegir el sistema que aplicarán, aunque en la práctica muchos están simplemente cortando y pegando desde Bruselas. Rechazar las demandas de la UE significaría que Suiza sería cortada de la evolución del futuro mercado único, tal como la integración energética.
Gran Bretaña se enfrentará a un dilema similar. Sea cual sea el acceso que mantenga al mercado único, las reglas, inevitablemente, van a cambiar y, si Gran Bretaña no las aplica de forma automática, será excluida progresivamente del mercado. Gran Bretaña puede ser mucho más grande que Suiza, un país pequeño rodeado por la UE y sus lazos de seguridad con el resto de Europa le dará peso extra para llegar a un acuerdo.
Al igual que Suiza, sin embargo, Gran Bretaña enfrentará duras cuestiones sobre lo que significa preservar la soberanía cuando su mayor socio comercial establezca reglas en las cuales ellos no tendrán voz. La inmigración podría ser la menor de sus preocupaciones.