"De Argentina para el mundo" es el lema. Este mes, el presidente Mauricio Macri dio la bienvenida a 1.600 líderes de negocios a Buenos Aires, invitándolos a invertir y a hacer negocios con su país. Eso marcó un gran cambio.
Durante los 12 años de gobierno de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner y de su difunto esposo, el presidente Néstor Kirchner, Argentina se aisló del mundo, nacionalizando empresas extranjeras, poniéndole frenos a las importaciones y rompió lazos normales con el Fondo Monetario Internacional. Una vez, los Kirchner la dejaron plantada a Carly Fiorina, entonces jefa de Hewlett-Packard, el gigante informático estadounidense, cuando ella fue a visitarlos a la Casa Rosada.
Algunos países de América Latina, especialmente los de la costa del Pacífico, entre ellos Chile, México y Perú, nunca dieron la espalda a la globalización. Sin embargo, otros lo hicieron. Impulsada por los precios récord de sus exportaciones de materias primas, se encerraron y sometieron sus economías a controles estatales, repitiendo en menor escala el modelo que había fallado en la región en la década de 1970.
La iniciativa de Macri no es la única señal de un renovado deseo de América Latina para conectarse con el mundo. El Congreso de Brasil está a punto de derogar una ley que dio a Petrobras, la petrolera controlada por el Estado, el monopolio de operaciones en aguas profundas. El presidente Michel Temer, que recientemente se hizo cargo de la conducción del país tras la destitución de Dilma Rousseff, está configurando una flexibilización de las reglas que rigen el contenido nacional en la industria del petróleo.
En Ecuador, el presidente Rafael Correa, un populista de izquierda que se jactaba de que a su país le iba muy bien porque hizo caso omiso de las recetas del FMI, planea renunciar como presidente el próximo año en medio de una recesión. Su gobierno, tras el último terremoto que asoló al país, ya ha aceptado un préstamo no reembolsable de US$ 364 millones del fondo para la reconstrucción y el que gane la elección con seguridad buscará un programa convencional con el FMI.
Estos cambios de actitud se dan en respuesta a una dura realidad. Debido al final de la bonanza con los commodities, el 2016 será el sexto año consecutivo de desaceleración económica en América Latina.
Es cierto que el pronóstico del FMI dé una contracción global del 0,4% para este año es presionado por las recesiones en Argentina, Brasil y Venezuela. El fondo asume que los dos primeros se recuperarán el próximo año y que la región tendrá un retorno al crecimiento del 1,6%. En otras palabras, incluso los países que aplicaron políticas macroeconómicas responsables están creciendo a un ritmo mediocre de 3% o menos. El FMI reconoce que el potencial de la región –el crecimiento no inflacionario– ha caído del 4,5% al 3%. Eso no es suficiente para satisfacer las aspiraciones de una clase media expandida, ni para completar la tarea de abolir la pobreza.
Por lo tanto, ¿qué debe hacerse? Gracias a mejores políticas, algunos países se han adaptado sin problemas a la baja de los precios de las materias primas. Sus monedas se han depreciado sin desencadenar una inflación elevada. Con los bancos centrales ahora a punto de recortar las tasas de interés, las monedas más baratas deberían desencadenar un fuerte crecimiento, impulsado por las exportaciones.
Sin embargo, hay pocos indicios de eso. Durante los años de auge y monedas fuertes, muchas empresas manufactureras de América Latina perdieron sus vínculos con los mercados de exportación que una vez tuvieron. La restauración de ellos tomará tiempo y esfuerzo. Es aún más difícil, porque el comercio mundial se está expandiendo mucho más lentamente que en el pasado reciente.
La necesidad de América Latina de conquistar nuevos mercados se presenta al momento que la globalización está en retirada en otro lugar. En abril, después de años de dilación, el grupo comercial Mercosur, basado en Brasil y Argentina, inició negociaciones formales para un acuerdo comercial con la Unión Europea. Debido al proteccionismo agrícola de Francia, entre otros, es poco probable que los europeos ofrezcan algo útil. A principios de este año, Chile, México y Perú firmaron el Trans-Pacific Partnership, una propuesta de 12 países. Esto ahora parece en punto muerto, debido a que los candidatos en la elección presidencial estadounidense se oponen a ella. El republicano Donald Trump amenaza con levantar barreras arancelarias en todo, a pesar del ascenso de China, de lejos, el mayor mercado de exportación de América Latina.
Al inicio del siglo, partes de América Latina experimentaron el tipo de reacción contra la globalización que ahora está irritando a Europa y los Estados Unidos. Los gustos de los Kirchner y el presidente de Venezuela Hugo Chávez arremetieron contra el "neoliberalismo" y el "capitalismo salvaje", que para ellos significaba el libre comercio y el libre mercado que subyacen a la globalización. Ellos atribuyeron la desigualdad extrema que afecta a América Latina al "imperialismo", en la misma manera en que Trump culpa a los extranjeros por la pérdida de puestos de trabajo en la industria estadounidense.
Una lección de América Latina es que los gobiernos pueden disminuir la desigualdad a través de programas sociales. Otra es que desconectarse del mundo hace que los pobres estén en peor situación, como lo están ahora en Venezuela.
Después de haber pasado a través de la reacción antiglobalización, América Latina está descubriendo que el mundo ahora ofrece menos ganancias fáciles que en el pasado. Será difícil recuperar el tiempo perdido, pero al menos la región está, en su mayoría, de vuelta en el camino correcto.