Por Marcelo A. Pedroza

COACH – mpedroza20@hotmail.com

Desde nuestro nacimiento aprendemos a confiar. En nuestra condición primera encontramos la ayuda necesaria para que podamos crecer. Siempre hay otro que nos cobija. Es naturalmente la mamá la que con su maravilloso manto de amor cubre a la criatura recién nacida, y así lo hace, de una u otra forma, hasta el final de sus días.

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Las manifestaciones sensoriales del bebé se producen a cada instante y qué sería de su vida si cuando quiere leche no la encuentra. Su alimento es vital. Erik Homberger Erikson (1902-1994), psicoanalista estadounidense de origen alemán, hablaba del calor procedente de la madre y consideraba que dicho vínculo le serviría como base para las futuras relaciones con las demás personas que lo rodearan. Dentro de su teoría, denominada Psicosocial, la primera etapa del neonato se da entre el nacimiento y los dieciocho meses, tiempo en el que se crean los sentimientos de confianza que se verán reflejados a lo largo de su vida.

Somos débiles al nacer y lo somos durante toda nuestra existencia. Y no se trata de medir la cantidad de fuerza o resistencia que tengamos, para ver si somos más fuertes que otros; la debilidad hace referencia a la condición natural de ser susceptibles a enfermarnos. Esto nos hace transitorios. De ahí la relevancia que tiene nuestra alimentación y el cuidado que nos dan y el que después podemos darnos a nosotros mismos, para evitar que nuestro sistema orgánico se debilite y pueda enfermarse y de esa forma corra el riesgo de fenecer.

La conciencia de transitoriedad debe acompañarnos en nuestros pensamientos, es la que nos permite ubicarnos como seres pequeños y desde esa dimensión existencial, poder dejar grandes huellas en el devenir del tiempo que vivamos. Una de esas magníficas secuelas es la de enseñar a confiar. ¿Y cómo se hace eso? Confiando. Es así, más allá de las expresiones que puedan difundirlo, aunque es el testimonio el que transmite todo.

No hay que perder la memoria de lo sensible que somos. Incluso hay que practicarla trayendo recuerdos de episodios de nuestra infancia, dado que no podemos recordar la primera etapa mencionada por Erikson. Se imaginan ¿qué sería de nuestras vidas si pudiéramos recordar cuando éramos bebés? Con certeza nos dieron atención, nos contuvieron, nos sostuvieron, nos dieron amor. ¡Cuánto hemos recibido! Si así fue, entonces nos prepararon para confiar. El maestro Erik sostuvo que los niños así queridos iban a crecer desarrollando vínculos estables, sin ansiedad y sin inseguridades. Y al ser confiados podrán ser abierto hacia los demás, profetizaba.

Se imaginan ¿qué sería de nuestras vidas si pudiéramos recordar cuando éramos bebés? Con certeza nos dieron atención, nos contuvieron, nos sostuvieron, nos dieron amor.

Somos vulnerables desde que nacemos. Y esa condición jamás la perdemos. Somos susceptibles al sufrimiento, a las pérdidas, a los daños y tenemos la capacidad de reencauzar lo sentido, de encontrar las formas de dirigir nuestra emocionalidad y de descubrir que las lecciones ayudan a fortalecer los principios que nos han enseñado en nuestra niñez. Es por eso que podemos confiar en las personas.

Y es una premisa clave para la socialización. Si partimos de esa creencia todo lo propuesto es posible de vivir y de compartir con los demás. Si la base del pensar se sustenta en lo contrario, es probable una secuela de consecuencias acorde a dicha convicción. También se puede ayudar a que quienes no han tenido, por las razones particulares que sean, esa fuente inicial de confianza o que durante su vida han dejado de confiar; y esto es viable de acuerdo a cada caso concreto y en el marco en el que se pueda participar del mismo.

Claro que hay que confiar en los demás, ¿qué sería de nuestras vidas sin ellos? Y al confiar se producen relaciones constructivas. No hay que desistir del camino de la confianza. Si en situaciones específicas la misma ha sido herida, siempre hay una posibilidad para que vuelva a surgir en otras circunstancias. Hay que pregonar relaciones basadas en la confianza, llave para abrir enormes y bellos horizontes colectivos. La sociedad es el amplio escenario en donde se puede desarrollar lo que hemos recibido desde nuestros primeros días. Es lo que nos hace falta, confiar entre nosotros. Porque nos debemos preguntar, ¿cómo se vive cuando no hay confianza?

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