Por: Cristóbal Nicolás Ledesma Salas

En el año 1987 la FIFA instituyó el premio Fair Play en el fútbol y, para la visión de la matriz del fútbol mundial, es uno de los trofeos más preciados, comparables incluso con el del campeón, aunque para quien lo gane no dudará en cambiarlo por el del título.

Para ameritar dicho halago se tienen en cuenta la conducta de los jugadores en campo, los que menos amonestaciones reciben, la de sus profesionales técnicos, de sus hinchadas y la de sus dirigentes.

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En nuestro país, debe ser, lo más difícil de definir especialmente por todo lo que uno escucha tras el final de cada partido, de todos. Las declaraciones de los dirigentes, ganando o perdiendo, son impropias para ameritar un premio de tamaña magnitud para la FIFA. Y no decimos que no haya razón para despotricar contra la labor arbitral, el punto preferente de los exabruptos de los doce representantes de clubes.

Las protestas no se circunscriben solamente en marcar los errores del juez, y sus colaboradores, sino de dar a entender de la existencia de favoritos a ser beneficiados por esas equivocaciones. La situación es muy grave porque hay un convencimiento definitivo de que se "arreglan", "acomodan", "amañan" situaciones para que un equipo determinado se lleve el premio mayor.

Si esto es real, cuál es la razón por la que no se buscan las soluciones de fondo, si todos, por lo menos de boca para fuera, buscan lo mejor para nuestro fútbol. Eso se dice tras sendas reuniones dirigenciales.

La transparencia, los números claros, las puertas abiertas son los términos más utilizados en los últimos tiempos, tras el fiasco escandaloso de los entes que regulan el fútbol mundial, en los discursos de Infantino, Domínguez y Harrison.

¿Quiénes no acompañan esta revolución de cambio que pregona el mundo del fútbol?

No negamos la existencia de los errores arbitrales, algunos muy básicos y que ya no deberían ocurrir, pero ¿todos son conducidos? No creemos. Nosotros apostamos más por la falta del "criterio futbolizado" que pregonaba el gran Rogelio Delgado; la falta de buena lectura y la dificultad para la unificación de los criterios. Pero ¿quiénes somos nosotros para hacer entender, o intentarlo, de esta premisa a los dirigentes que hablan con enorme convencimiento de lo otro?

Estamos convencido que nuestro fútbol es bueno, que hay calidad, como se vio en el golazo de Zaracho, por ejemplo, y que no son muchos los factores a corregir. Y quienes son los que deben hacer estas correcciones, ¿lo quieren hacer? O existe comodidad metiendo las dudas para cuando llegue el momento y busquen ser beneficiados.

Las buenas ideas o intenciones de los presidentes no alcanzarán si no existe el acompañamiento correcto de sus laderos y, por sobre todo, de sus sinceramientos. De lo contrario estaremos cada vez más lejos del premio del Juego Limpio, aún a la hora de las victorias pírricas, que nos dejarán más heridas, difíciles de curarlas.

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