© 2016 Economist Newspaper Ltd, Londres 10 de septiembre, 2016. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.

Ninguna empresa alemana ha pagado un precio más alto por comprar en el extranjero que Daimler-Benz con su desastrosa fusión de 43.000 millones de dólares con Chrysler de Estados Unidos. Cuando alcanzaron su acuerdo en 1998, los fabricantes de autos afirmaron que era una maniobra inteligente ante la consolidación de la industria.

En realidad, después de choques culturales y mucho esfuerzo desperdiciado, se desintegró en un plazo de una década. Dieciocho años después, el récord será roto si Bayer, un gigante de los medicamentos y los químicos mejor conocido por sus productos farmacéuticos como la aspirina, tiene éxito en su oferta por Monsanto, el mayor productor de semillas del mundo. Si el resultado resulta ser mejor es otra cuestión.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Bayer hizo una primera oferta no solicitada por la empresa estadounidense en mayo. Ahora un acuerdo parece cercano. Monsanto ha pasado el verano haciéndose el difícil; esta semana tuvo éxito en lograr que Bayer elevara su oferta de nuevo, a la asombrosa cifra de 65.000 millones de dólares (incluida deuda).

La empresa alemana está respondiendo a una ola de consolidación en la industria mundial de los químicos y las semillas. A principios de este año ChemChina, una empresa china de propiedad estatal, acordó pagar 43.000 millones de dólares por Syngenta, una gran empresa suiza que vende químicos a agricultores. Comprar Monsanto daría a Bayer control sobre el vendedor de semillas y fumigadores más grande del mundo.

Pudiera darse un acuerdo antes de que el jefe de Bayer, Werner Baumann, se reúna con accionistas a fines de este mes, o las negociaciones pudieran alargarse. Pero existen dudas sobre las perspectivas para la adquisición, aun cuando se llegue a un acuerdo.

El precio ofrecido por la empresa alemana parece notablemente alto. Los ingresos de Monsanto se han estado deslizando debido a los precios de las cosechas generalmente bajos y las dudas sobre la eficacia de uno de sus productos mejor conocidos, un herbicida.

Las preocupaciones antimonopólicas también ocupan un lugar destacado: los reguladores ciertamente estarían sometidos al cabildeo de parte de los agricultores recelosos de los crecientes costos de los insumos. Otras empresas químicas, como BASF, otra compañía alemana, esperan buenas cosechas con base en la suposición de que los reguladores eventualmente forzarían a un Bayer y Monsanto fusionados a vender empresas con valor de miles de millones de dólares.

Es probable que Bayer siga adelante de todas formas. A diferencia de Daimler, tiene un historial probado de adquisiciones exitosas en Estados Unidos, empezando hace unos 150 años con una inversión en una fábrica de tinte de alquitrán de huya en el norte del estado de Nueva York.

Compró dos empresas más en los años 70. Los acuerdos recientes han sido más grandiosos. En el 2014, compró a la división de productos de cuidado personal de Merck, una farmacéutica estadounidense, la cual produce bloqueadores solares y medicinas contra las alergias, por 14.200 millones de dólares, y absorbió bien a la unidad.

Pase lo que pase, los gerentes alemanes están ampliando sus horizontes. En julio, los inversionistas en Deutsche Börse aprobaron un planeado acuerdo de 27.000 millones de dólares para comprar a la Bolsa de Valores de Londres. Los años en que las empresas alemanas golpeaban por debajo de su peso en Estados Unidos parecen haber terminado.

Las estimaciones oficiales revisadas publicadas en junio ahora cuentan a Alemania como el tercer inversionista directo extranjero más grande, con una tenencia de 10,8 por ciento de las acciones totales sobre 2,9 billones de dólares de inversión directa extranjera. Ocupaba el séptimo sitio en la lista hace apenas un par de años.

Ese salto refleja en parte los nuevos esfuerzos por identificar la nacionalidad de los grupos que son los usufructuarios finales de los activos estadounidenses (los compradores alemanes basados en Luxemburgo, por ejemplo, ahora se cuentan como alemanes). Pero la mayor parte del ascenso se debe a las empresas alemanas ricas en efectivo que están cerrando acuerdos.

En el 2014, Siemens, un conglomerado de ingeniería; SAP, una empresa de TI, e Infineon, un fabricante de semiconductores, entre otros, llegaron a acuerdos con valor de miles de millones de dólares. El ritmo no se ha desacelerado. En noviembre del año pasado, Merck, un gigante alemán de ciencias de la vida (de manera confusa, no tiene nada que ver con Merck en Estados Unidos actualmente), concretó una compra de 17.000 millones de dólares de Sigma-Aldrich, una empresa de químicos y biotecnología.

El tráfico no es todo unilateral. En agosto, Praxair de Estados Unidos y Linde de Alemania dijeron que esperaban fusionarse para crear una firma con valor de 60.000 millones de dólares, un gigante de la industria del gas industrial, en la cual Praxair probablemente dominaría.

La consolidación de industrias como los químicos y los gases industriales ofrece una explicación directa para parte de esta actividad a través del Atlántico. Pero la renovada confianza de los jefes alemanes también es un factor. ¿Qué explica eso? Quizá los dolorosos recuerdos del fiasco de DaimlerChrysler finalmente se están desvaneciendo.

Déjanos tus comentarios en Voiz