Por Matías Ordeix
Socio del Club de Ejecutivos
La humanidad está inmersa en constante crisis, y es posible que hasta se haya acostumbrado a la misma. Hablar de crisis económica o financiera es algo frecuente en cualquier ámbito. Algunos ya han desarrollado anticuerpos a la misma. Los positivos, incluso, aman las crisis, porque ven en ellas una constante oportunidad. Sin embargo, no es un tema menor, y cuando la misma se extiende a diferentes esferas, la sumatoria de diversos tipos de crisis nos lleva a una Crisis Civilizatoria.
Marina Silva, parlamentarista, ambientalista y candidata a la presidencia de Brasil nos visitó hace unas semanas. Su conferencia llevaba el título "Desafíos para el desarrollo sostenible". Fue allí donde hizo un examen internacional-situacional, analizando la crisis, pandemia que transciende cualquier frontera.
La Crisis Civilizatoria –comentaba Marina Silva– es una sumatoria de crisis, y bajo su paraguas, incluye la crisis económica, social, ambiental, política y la de valores. Vamos a detenernos en las últimas dos en esta ocasión, pues creo particularmente que las mismas están extremadamente entrelazadas.
El descrédito hacia los políticos es moneda corriente, son muy pocos, cada vez menos quienes mantienen el respeto de sus electores, de la ciudadanía en general. Esto podría llamarse crisis, pero quizás no crisis política, sino "crisis hacia los políticos". La crisis política es más grave. Es hacia el sistema político, o sea ataca incluso a la propia democracia.
Estamos preocupados porque la política no está dando resultados, pero obviamente no tenemos muchas más opciones. La democracia es un sistema imperfecto, pero es el mejor adoptado por la mayoría de los países. El sistema político hace parte de la democracia, el mecanismo en el cual la persona se manifiesta, ejerce sus derechos y obligaciones, elige, reclama y exige. Así funciona la democracia.
Y si los progenitores no pueden hacer la diferencia, educarlos recta y éticamente, cuán difícil –aunque no imposible– se les hace entender el mejor derrotero de la vida.
¿Tenemos entonces un antídoto para la crisis política? ¿O debemos convivir como portadores de la misma? Sinceramente pienso que podemos hacer mucho, porque la política no es de los políticos (personas elegidas por el pueblo). La política somos todos, somos el problema pero también parte de la solución.
La política está enferma en el Paraguay por una crisis de valores: la diferencia entre lo bueno y lo malo, lo honesto o deshonesto es materia pendiente de la mayoría de nuestros políticos. Pero también en la sociedad es grave la crisis de valores. Educar en valores es muy difícil, pues los mismos son aprendidos principalmente en los hogares, desde pequeños, de sus padres. Y si los progenitores no pueden hacer la diferencia, educarlos recta y éticamente, cuán difícil –aunque no imposible– se les hace entender el mejor derrotero de la vida.
La ética en los políticos es vergonzosamente mutante, depende de la ocasión y circunstancia. Hemos transformado a la ética imperativa en "ética relativa", increíblemente. La crisis de los políticos nos lleva a una crisis política, la misma no solamente no ayuda a nuestro Paraguay en su crecimiento, mejora social, economía y medio ambiente, sino que nos lleva a dudar de nuestro propio sistema político.
El ciudadano es un ser político, el pueblo paraguayo es parte de la política, entonces honremos nuestra condición de exigir a nuestros representantes un compromiso ético, patriótico y real con el progreso y bienestar del país. No dejemos que la crisis nos sobrepase, no claudiquemos, pongámosle el pecho para luchar contra la crisis de valores. Por nuestros hijos, honremos con la fuerza de la unión la esperanza de un cambio, por siempre presente.