Por Pablo Noé

Director periodístico La Nación TV

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Esta historia no es nueva, se repite miles de veces a lo largo y ancho del país. Iniciaba mi jornada laboral y rumbo a la oficina me detiene una barrera policial, de las que se multiplican en lugares que son frecuentes y que se distribuyen de manera aleatoria. Como casi nunca me atajan, me sorprendió la orden de parar. Obedecí, como corresponde, y comencé a conversar con los oficiales de la Comisaría 14 Metropolitana.

Me pidieron lo de siempre, mi cédula de identidad. Mi primera reacción fue consultarle el motivo por el que me detenían y la razón por la que requerían mi documento. Los oficiales de mala gana me plantearon que era solo para control. Volví a preguntarles si había cometido alguna infracción o delito que justificase la exhibición de documentos. "No cometió delito señor", replicaron. Entonces, insistí, no existen motivos para que requieran mi documentación.

Los abogados pueden entrar a describir con lujo de detalles en esta parte la legislación positiva vigente respecto al libre tránsito, a la presunción de inocencia, a la arbitrariedad a la que los ciudadanos somos expuestos con extrema facilidad en situaciones como esta. Como no soy experto, les planteé, amablemente, a los policías de esta barrera estos argumentos. Ellos, intentando ser "expeditivos" me dijeron que era lo que yo pensaba. Obviamente le dije que no es mi pensamiento el que exponía, sino es lo que reza en la Constitución Nacional.

La cuestión se fue tensando ante mi negativa de otorgar mis documentos. Movilizaron la patrullera, y la pusieron frente a mi vehículo. Uno de los oficiales sacó su teléfono celular y comenzó a grabar su procedimiento. Entonces recordé los recientes casos de gatillo fácil, y el riesgo innecesario al que me estaba exponiendo, entonces me vi obligado a presentar mi identificación. Durante la tensa calma, el oficial que me grababa me decía: "Tanto te costaba dar tu cédula" a lo que repliqué: "a mí me piden documentos, cuando hay miles de ladrones asaltando en todas partes". Genial fue la justificación que me dio el oficial sobre el motivo por el que hacían la barrera: "¿Qué querés? ¿Que golpeemos la puerta y preguntemos dónde están los ladrones?

Cuando notaron que no tenía nada reprochable, empezaron a gritarme: "Andate pues, tanto te plagueaste, y ahora andate". Como la patrullera seguía obstruyendo el paso, le pedí que retiren su vehículo. Lo hicieron y continuaron insultándome. Cuando me preparé para continuar mi camino, decidí sacar unas fotos para recordar a los oficiales que realizaron la intervención. Uno de ellos muy canchero, como superado ante la situación posó haciendo gestos. El otro, volvió a gritarme diciendo: "Fueeera pues, icchh". Cuando me bajé a preguntar si él había dicho eso, se quedó callado. Subí a mi camioneta, para iniciar la jornada de trabajo.

Quizá parezca una anécdota de las tantas que conocemos en situaciones de este tipo, aunque realmente el tema da para analizar. Por un lado, la vieja discusión de las barreras policiales que no tienen sentido. Además de violentar los derechos ciudadanos, nos exponen ante policías que no tienen la capacidad de discutir dentro del marco del respeto y bajo el mandato de las leyes vigentes. En una barrera, las personas nos convertimos en víctimas de un estado policiaco, a cargo de oficiales sin capacidad suficiente, que tienen el monopolio del uso de las armas. Es decir, nuestras vidas corren riesgo.

Lo simple sería acomodarse y obedecer las órdenes de la Policía, es lo que muchos piensan. Sin embargo, cuando cedemos una parte de nuestros derechos, estamos disminuyendo ostensiblemente la calidad de nuestra democracia. Así nunca vamos a construir una república seria. En tiempos de secuestros, inseguridad y violencia; cuando se espera que el accionar de las fuerzas de seguridad nos brinden otras respuestas, vemos que este es su día a día. Entonces, no nos queda más que entender que estamos así, en parte por la incapacidad de las fuerzas policiales.

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