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August 28 2016, at 11:36 AM
© 2016 Economist Newspaper Ltd, Londres 27 de agosto, 2016. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.
De The Economist
Quizá resulte ser una roca desnuda e infértil. El hecho de que agua líquida pudiera estar fluyendo por la superficie del planeta recién descubierto que orbita a Próxima Centauri, la estrella más cercana al sol, no significa que realmente lo sea; es más, ni siquiera que tenga una atmósfera. El hecho de que el agua y el aire, si están presentes, pudieran hacer a este nuevo mundo habitable no significa que sea, de hecho, hogar de vida extraterrestre.
Pero podría serlo.
Lo que es emocionante sobre este nuevo mundo no es lo que se sabe; lo cual, hasta ahora, es casi nada. Es lo que no se conoce y las posibilidades que contiene. Es la oportunidad de que haya vida debajo de ese turbulento sol rojo, y que los humanos pudieran reconocerla desde una distancia de 40 billones de kilómetros. En las inmensas distancias del espacio, eso es lo suficientemente cerca para que signifique que, algún día, quizá, alguien pudiera enviar sondas a visitarlo y, al hacerlo, vislumbre una forma de vida totalmente diferente. En la emoción de esas posibilidades radica todo lo que es más prometedor respecto de la exploración del espacio.
TODOS NUESTROS AYERES
El año próximo se cumplirá el aniversario número 60 del primer satélite, el Sputnik. Las décadas subsiguientes han producido maravillas. Los hombres han visto la belleza de la Tierra desde la luna iluminada; y regresado a casa seguros. Los satélites del Sistema de Posicionamiento Global de Estados Unidos han creado un mundo en el cual nadie debería perderse de nuevo; cambiando la experiencia humana del lugar en gran medida de la misma forma en que el reloj de pulso cambió la experiencia del tiempo.
Los robots han recorrido las llanuras de Marte y han descendido entre los anillos de Saturno. El telescopio espacial Hubble ha revelado que, hacia donde se mire, si se mira con atención, se encontrarán galaxias dispersas como granos de arena en la profundidad.
Aun así, el espacio se ha vuelto últimamente un poco aburrido. Ningún hombre se ha aventurado más allá de la órbita terrestre baja en más de cuatro décadas (ninguna mujer lo ha hecho jamás). Los astronautas y cosmonautas viajan a una Estación Espacial Internacional que tiene poco propósito más allá de ofrecer un destino a sus cápsulas, cuyo diseño habría sido familiar en los años 60. Todos los planetas del sistema solar han sido visitadas por sondas. El duro trabajo de extraerle sus secretos ahora ofrece menos espectáculo inmediato.
El uso del espacio es integral para todo tipo de cosas, incluido el funcionamiento de los ejércitos, fuerzas aéreas y armadas, pero su papel en el GPS _ o, para el caso, Google Maps _ apenas merece mención. Algunas compañías ganan dinero poniendo en órbita satélites, y no solo del tipo que hacen cosas para los gobiernos. Pero hay un innegable paso de lo sublime a lo común en el hecho de que la mayor actividad en un terreno que alguna vez fue sinónimo de trascendencia humana es ofrecer innumerables canales de televisión satelital a los espectadores en la Tierra.
Ahora eso está cambiando. El progreso tecnológico que ha puesto supercomputadoras en los bolsillos de la mitad del mundo ha hecho posible hacer mucho más en órbita con naves espaciales mucho más pequeñas. Una generación de emprendedores forjados en Silicon Valley _ y respaldados por algunos de sus capitalistas de riesgo _ están lanzando nuevos dispositivos altamente capaces que varían en tamaño desde cajas de zapatos hasta refrigeradores, y volándolos en constelaciones formadas por docenas o cientos.
Esas máquinas son vastamente más capaces, kilo por kilo, que sus predecesoras, y más baratas de producir. Están haciendo al espacio interesante de nuevo.
Las primeras nuevas empresas están basadas en algo que regresa fácilmente del espacio a la Tierra: los datos. Aunque compañías como DigitalGlobe, en Denver, han estado vendiendo imágenes satelitales durante décadas, la mayoría de sus clientes han sido espías y soldados. Los emprendedores de hoy en compañías como Planet, BlackSky y Spire esperan vender no solo instantáneas de lugares que los oficiales militares quieran ver. Están ofreciendo conjuntos de datos mundiales amplios y constantemente actualizados.
Los programas de aprendizaje de máquinas cada vez mejores pueden extraer de estos información sobre cultivos, envíos, tráfico, vida silvestre o el ambiente que será usada por todos, desde los guerreros ecológicos hasta los fondos de cobertura. Sume el potencial de pequeños satélites inteligentes por cientos o incluso miles para conectar los miles de millones de personas demasiado pobres y remotas para haber sido alcanzadas siquiera por la revolución telefónica, o los billones de dispositivos en el "internet de las cosas", y esta nueva era espacial aportará más que nunca al mundo debajo.
Y eso es solo el principio. Elon Musk, el fundador de Tesla, una compañía automovilística, y SpaceX, una compañía de cohetes, quiere fundar una colonia en Marte y pronto estará construyendo una nave espacial que pueda llegar ahí. Jeff Bezos, de Amazon, está siguiendo un camino constante y un poco secreto que podría un día ver los cielos llenos de fábricas automatizadas y minas en asteroides.
Yuri Milner, un inversionista que financió a Facebook al principio, está gastando 100 millones de dólares en el intento más serio hasta la fecha para detectar civilizaciones alrededor de otras estrellas. También está financiando un programa destinado a estudiar planetas como el que circunda a Próxima Centauri con sondas que viajan a una quinta parte de la velocidad de la luz; naves espaciales tan diminutas como para hacer que los satélites del tamaño de una caja de zapatos de hoy parezcan barcos de guerra.
NUEVA VIDA, Y NUEVAS CIVILIZACIONES
Aun cuando fracasen, estos intentos de revitalizar el espacio serán instructivos y emocionantes. Al igual que en la Tierra, los países siempre tendrán un papel como, entre otras cosas, protectores de su infraestructura satelital y como los ejecutores de las leyes que han creado para regir la explotación comercial del espacio.
Pero en los próximos años, conforme el costo del hardware se desplome y conforme los sistemas en la Tierra aprendan a hacer un mejor uso de los datos, el número creciente de los emprendedores fascinados por las estrellas promete aliviar a los gobiernos de la carga de los sueños de la era espacial con un torrente de innovación.
No existe una necesidad objetiva de que la gente colonice el espacio o de que mire a planetas en otros sistemas solares para responder preguntas sobre el lugar de la vida en el universo. La gente puede sobrevivir sin esos viajes o ese conocimiento. Algunos, sin embargo, ven las posibilidades, se ponen de pie asombrados y empiezan a hacer planes. Quizá no tengan éxito. Los planetas podrían resultar ser piedras estériles. El espacio infinito, al final, quizá sea solo en resumidas cuentas un vacío.
Pero, por otro lado, quizá no.