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De The Economist

La industria cementera es una de las más contaminantes del mundo: representa 5 por ciento de las emisiones de bióxido de carbono producidas por el hombre cada año. Elaborar el más útil de los pegamentos requiere enormes cantidades de energía y agua. Carbonato de calcio (generalmente en forma de caliza), sílice, óxido de hierro y alúmina son parcialmente derretidos calentándolos a 1,450 grados centígrados en un horno especial. El resultado, escoria de hulla, es mezclada con yeso y tierra para producir el cemento, un ingrediente básico del concreto. Descomponer la caliza produce alrededor de la mitad de las emisiones; casi todo el resto proviene de la quema de combustibles fósiles para calentar el horno.

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En el 2014, se consumieron alrededor de 4.300 millones de toneladas de cemento; solo China necesitó más de la mitad de esa cantidad. También produce 60 por ciento del material, seguido a cierta distancia por India y Estados Unidos. La industria aporta unos 250.000 millones de dólares al año. Las empresas cementeras no han atraído la ira de los activistas ambientales en la forma en que lo han hecho las empresas petroleras.

Pero eso pudiera cambiar si eluden los esfuerzos para reducir las emisiones de manera consistente con el objetivo de mantener al planeta menos de dos grados centígrados más caliente de lo que era en la época preindustrial (como se acordó en las conversaciones sobre el clima de la ONU el año pasado). Por ahora, pocas compañías cementeras están estableciendo metas ambientales que sean lo suficientemente rigurosas.

La razón principal es una falta, hasta ahora, de imperativos financieros lo bastante fuertes, pero eso está cambiando. Y como en el caso de muchas industrias, volverse ecológicas pudiera ahorrar dinero a las empresas. Alrededor de un tercio de los costos de producción del cemento proviene de las facturas de energía. Modernizar los viejos hornos para mejorar la eficiencia termal puede reducir las necesidades energéticas de la industria en dos quintas partes, según el Proyecto de Divulgación del Carbono, un organismo de investigación.

Otra forma de volverse verdes es reducir la cantidad de escoria de hulla en el cemento usando sustitutos de desecho como las cenizas volantes de las plantas de carbono o el desecho de los hornos de fundición del acero, pero estos se están volviendo más escasos y más costosos.

Capturar carbono y luego recluirlo, a menudo bajo tierra, es otro método para reducir las emisiones. Pero la molestia y el costo que representan esos proyectos los hace una rareza. Hay variaciones que pueden recortar los costos en los países ricos. En vez de meter bajo tierra el bióxido de carbono emitido por las plantas cementeras y otras, Blue Planet, una compañía de captura de carbono basada en California, crea materiales de construcción a partir de él en forma de agregados. Estos pueden ser reciclados para producir concreto nuevo, evitando la necesidad de más caliza.

Como casi todas las grandes empresas cementeras producen materiales de construcción como el concreto y el asfalto, capturar las emisiones para crear esos productos vale la pena. También reduciría la extracción a cielo abierto de caliza, que es especialmente destructiva. Blue Planet está suministrando materiales para el nuevo aeropuerto de San Francisco y tiene otros proyectos en toda Norteamérica. El concreto es el "gorila de 500 kilos en la huella del carbono de cualquier edificio", dice su director ejecutivo, Brent Constanz.

El grupo de directivos cementeros que los ambientalistas necesitan ganarse es pequeño. Solo seis empresas –LafargeHolcim, Anhui Conch, CNBM, Cemex, Heidelberg e Italcementi– dominan el mercado mundial. Las últimas dos se encaminan a una fusión este año, dejando solo a cinco gigantes. La naturaleza de la industria ayuda a explicar su propensión a la consolidación.

El mayor peso del cemento y sus ingredientes hace que los materiales sean difíciles de transportar, creando mercados localizados. Las compañías prefieren atender a mercados distantes comprando empresas que ya están ahí. Los acuerdos se han multiplicado conforme las empresas del mundo rico han derrochado en aquellas en países en desarrollo, y, ocasionalmente, al revés. La desaceleración del crecimiento en China ha creado un enorme excedente de oferta de cemento en el país, lo cual probablemente significará más negociaciones de acuerdos.

Una mayor consolidación, que produzca economías a escala, debe ayudar a la industria a limpiarse. China va a introducir un plan de comercio de carbono nacional en el 2017, y el propio programa de la UE reducirá su tope de emisiones en 2,2 por ciento cada año después del 2020. La industria se está volviendo más vulnerable a la legislación para frenar las emisiones, dice Phil Roseberg de Sanford C. Bernstein, una firma de investigación.

Algunos gigantes cementeros al menos están emprendiendo acciones. LafargeHolcim ya usa un precio del carbono interno de 32 dólares por tonelada; Heidelberg trabaja con uno de 23 dólares. En un ambiente regulatorio y político cambiante, los inversionistas quizá empiecen a ver desagradables grietas en el modelo de negocios de cualquier empresa aún aferrada a las viejas y contaminantes prácticas de la industria.

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