Por Milia Gayoso-Manzur

miliagm@yahoo.com

Días atrás, vimos en casa la película "Dios no está muerto". Cuando comenté la experiencia en Facebook obtuve muchos comentarios de amigos que la habían visto y de otros que la querían ver, mientras algunos recomendaban algún título con historias parecidas. El argumento gira sobre un alumno que debe demostrar a su profesor ateo que Dios existe. ¿Hasta dónde era capaz de llegar el protagonista de la película para defender su fe? Hasta donde fuera necesario.

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Dios, que siempre tiene un propósito para todo lo que nos sucede y ocurre a nuestro alrededor, habrá puesto ante mis ojos aquella película para tal vez prepararme a lo que venía y para lo que me estaba inquietando en algunas situaciones familiares que vivimos en estos días, y que comparto con ustedes porque quizás les haya sucedido algo parecido o les podría suceder.

De algo estoy segura, hay un ser superior, que algunos denominamos Dios, otros Buda, Mahoma, etc. Y al igual que la mitad de la humanidad, elijo creer en esa superioridad, que al final de cuentas es el mismo, en el mismo cielo y bajo el mismo sol. Que otros no lo hagan, forma parte de su libre albedrío.

En medio de las reuniones del Catecumenado de padres los domingos (mi hijo menor se prepara para recibir la Confirmación) y las discusiones con catequistas y guías por las que considero exageradas exigencias de la Iglesia Católica para elegir los padrinos, me planteo y planteo en las reuniones que ese es el motivo por el cual muchos católicos abandonan esta iglesia y van a otra. Las exigencias rígidas, la falta de flexibilidad, el muro de cemento que algunos sacerdotes ponen entre ellos y sus fieles hacen que el rebaño vaya hacia otros valles.

Aquel no puede ser padrino porque está en segundas nupcias, esta no porque es madre soltera, aquel otro tampoco porque vive en concubinato. ¿Esta separada y sola?, si podría ser, pero ya no debe tener contacto carnal con nadie... Pero si el propio Papa dijo que las puertas de la Iglesia están abiertas a separados, amancebados, homosexuales... Sí, pero debemos dar el ejemplo, dicen los puristas de la religión.

¿Qué mal lleva a la gente a cambiar de iglesia? La necesidad de encontrar respuestas, apoyo y alivio cuando está desesperada. Por siglos, el ser humano ha recurrido a la Iglesia para encontrar consuelo, y ese consuelo se lograba arrodillándose en silencio, con la mirada al altar, rezando mientras las lágrimas caían lentamente. Después, a medida que pasaron los años, los siervos de Dios bajaron a un plano más humano y comparten con los fieles confesiones más allá de la cajita de madera, es decir, pueden sentarse en una mesa y escucharlos y tratar de darles consuelo. Pero no siempre es así.

Lo que no sabía es que mientras planteaba estas situaciones y cuestionaba ciertas decisiones, una de mis joyas decide irse a otra iglesia. A la sorpresa y la tristeza inicial, le sigue una sensación de autorreproche y abandono. Autorreproche porque pienso que quizás no la supe guiar en la fe católica; abandono porque siento como un cisma familiar, una especie de fractura que duele infinitamente. Encontré mi camino, dice ella. Estoy feliz, me siento satisfecha... Es el mismo Dios, solo otra manera de ver y sentir las cosas, agrega convencida.

¿Qué podemos hacer como padres más que ayudar y acompañar a nuestros hijos en los caminos que eligen? ¿Es conveniente obligarlos a quedarse en un sitio donde no hallan la felicidad y paz plena? Ya lo decía Khalil Gibrán, "Tus hijos no son tus hijos son hijos de la vida".

Un amigo me consoló diciendo: Ella eligió a Jesús, no a las drogas. Con el tiempo quizás pueda darme cuenta de que los caminos del Señor son perfectos.

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