Río de Janeiro, Brasil | AFP, por Javier TOVAR.

Dilma Rousseff volverá a sentarse en el banquillo de los acusados 46 años después, esta vez no como guerrillera, sino como presidenta de Brasil. Y ni siquiera a pocas horas de su probable destitución está dispuesta a rendirse.

"Yo luche la vida entera: contra la tortura, contra un cáncer... y voy a luchar ahora contra cualquier injusticia", afirmó en uno de sus últimos actos antes de que el Senado decida si la despojará de su mandato definitivamente.

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La mandataria, de 68 años, se presenta como la víctima de "un golpe de Estado" contra su gobierno.

Desde que se inició este proceso, Rousseff se ha mostrado inquebrantable, al menos en público. Hasta ahora no ha derramado ni una lágrima ni ha abandonado el tono combativo de su discurso.

Deberá una vez más poner a prueba su temple cuando presente su defensa ante el Senado, que desde este jueves inicia las deliberaciones antes de la votación final, prevista la semana próxima.

Se le acusa de utilizar préstamos de bancos estatales para ocultar déficit presupuestarios en 2014, año de su reelección, y en 2015.

La mandataria asegura que es blanco de una treta política liderada por su exvice Michel Temer, ahora devenido en acérrimo enemigo, para tomar el poder.

Con el Senado en contra, su sentencia está casi escrita. Sus años de inhabilitación política los pasará seguramente en Porto Alegre (sur), donde construyó su carrera y viven además su hija Paula y sus nietos, con los que exhibe su lado más tierno.

- Una lucha solitaria -

Qué lejos parece haber quedado el Brasil de hace seis años, cuando Rousseff recibió de manos de su mentor Luiz Inacio Lula da Silva la banda presidencial y heredó su abrumadora popularidad y un país pujante.

Ambos lograron ubicar a Brasil entre las economías emergentes más importantes del globo y se convirtieron en un modelo de cómo reducir la pobreza.

La salida del poder de Rousseff pone fin a una era de 13 años de gobierno de izquierda del Partido de los Trabajadores (PT).

Su lucha en estos meses ha sido en solitario, recluida en el Palacio de Alvorada, su residencia oficial en Brasilia.

Desde sus tiempos de ministra, Rousseff se ganó una reputación de tecnócrata firme y severa.

En Brasilia siempre se dijo que Rousseff mandaba, no negociaba. Y en el poder, la llamada "dama de hierro" brasileña quemó los puentes que años antes construyó su antecesor.

Sus simpatizantes afirman que esa actitud es de determinación; sus críticos, de arrogancia.

Rousseff deja la presidencia con una aprobación en mínimos históricos y con un gobierno golpeado por el megaescándalo de corrupción en la estatal Petrobras, por el que fueron arrestados varios políticos de su partido y por el que el propio Lula está en la mira de la justicia.

- "Papisa de la subversión" -

En estos días, Rousseff ha tratado de mostrar su lado más humano, con una presencia frecuente en redes sociales, que antes solo usaba en tiempos de campaña, para exaltar sus logros y criticar al gobierno interino.

Pero la próxima semana se convertirá en expresidenta y Temer asumirá el poder hasta 2018.

Y esta mujer, que nació en Belo Horizonte (sureste) de una familia de clase media formada por un inmigrante búlgaro y una maestra de escuela, cierra un capítulo de su vida política que comenzó en la resistencia contra la dictadura (1964-85). Ya en 1970, el gobierno militar la condenó a prisión por pertenecer a un grupo armado clandestino, responsable de asesinatos y robos bancarios. Tenía tan solo 22 años.

Su participación en la lucha armada está envuelta en una nebulosa, pero la mayoría de los informes coinciden en que no estuvo involucrada directamente en operaciones de comando ni en asesinatos.

Con todo, el juez que la condenó la llamó "papisa de la subversión" y en esos casi tres años que pasó en prisión fue torturada, según reveló el periodista Ricardo Amaral en una biografía de la mandataria, donde apareció una fotografía en blanco y negro frente al tribunal militar. Con la misma mirada desafiante.

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