Por Pablo Noé

Director Periodístico La Nación TV

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El problema es el foco. Es apuntar de manera fina al inconveniente real y no desviarnos por el camino por nimiedades, o cuestiones insignificantes. Pasa en la mayoría de las oportunidades en una sociedad con una infinidad de carencias que se desarma en las intenciones que nunca terminan de concretarse.

Es que tenemos esa curiosa habilidad de andar por buen camino y en un despiste perdemos todo lo que se fue construyendo con enorme sacrificio. Nos pasa con tanta frecuencia que hasta parece que es parte del rito cotidiano, ese que nos empuja hacia un norte específico aunque el final apunta a cualquier lado, menos al que se aguardaba inicialmente.

Las causas de esta realidad son infinitas. En parte por la banalización de las cosas, ya que se hizo costumbre relativizar todo en este mundo globalizado. Todos podemos opinar, incluso de temas en los que no tenemos la más pálida idea. Hasta nos vemos obligados a participar en los debates, porque si permanecemos fuera, sin opinar, consideramos que nuestra existencia no tiene sentido.

El mejor ejemplo es la pobreza en Paraguay. En el tema existe un consenso generalizado que nos dice que el país no va a progresar cuando siga teniendo pobres en su población. Coincide la ciudadanía y lo entienden así los políticos, que los grandes temas nacionales deben necesariamente apuntar a eliminar la pobreza de la sociedad paraguaya.

Entonces, el dilema se traslada a la manera en la que debemos proceder para conseguir satisfacer esta necesidad.

Allí patinamos, porque en lugar de apuntar a construir políticas públicas que eliminen la pobreza, nos quedamos desenfocados peligrosamente, entonces lo que pretendemos es eliminar a los pobres. Aunque parezca un problema dialéctico, la raíz profunda del asunto tiene que ver con la concepción que tenemos de asumir estos compromisos sociales. En muchos casos, con un enorme componente que complica el tema, no nos interesa el resultado de las acciones que promovemos.

En términos simples para explicar el pensamiento, siempre viene bien un ejemplo: ahora que estamos en tiempos de aguas bajas del río, vemos que la gente, que migró a las calles y otros espacios públicos para ocuparlos durante la crecida vuelve a sus hogares. Por razonamiento minimalista al extremo, consideramos que la pobreza mágicamente desaparece de nuestros ojos, pero verdaderamente lo que hace es migrar hacia otros lugares menos visibles. Cuando todo vuelve a la normalidad, nos olvidamos de pedir que se den soluciones de fondo, hasta que la naturaleza nos recuerda que había sido, los pobres estaban en zonas inundables, por lo tanto vuelven a ser visibles y comienzan a volver a ser un problema.

Lo mismo sucede cuando se multiplican los casos de inseguridad, en donde el factor seguridad salta a la palestra y lo que se plantean como salida es el fortalecimiento de las fuerzas policiales, o el endurecimiento de la legislación represiva como paliativo a este verdadero drama social. El punto de mira nuevamente deja de lado los condimentos que arrojan a una parte de la población a este estilo de vida, y consideramos que la mano dura es la única alternativa.

Debemos afinar la mirada y asumir la complejidad del asunto. Si en estos, y otros esquemas, en donde se tenga a la eliminación de la pobreza como objetivo final no se incluyen los grandes componentes sociales como la educación, la salud y la creación condiciones para que aumenten las fuentes de trabajo, no se va a atacar el tema de fondo, por lo tanto, seguiremos fracasando. Mientras la desigualdad siga siendo la realidad de la sociedad paraguaya, todo esfuerzo será en vano. Las pruebas de este escenario están a la luz de todos. El verdadero enemigo a vencer es la pobreza, no los pobres.

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