© 2016 Economist Newspaper Ltd, Londres 20 de agosto, 2016. Todos los derechos reservados. Reimpreso con permiso.

No hay nada (nos imaginamos) que se parezca a estar encima de un podio olímpico, con un disco de oro alrededor del cuello, mientras suena el himno nacional para que lo escuchen todos. Es una experiencia que los británicos han disfrutado con sorprendente frecuencia en los últimos días.

El 18 de agosto, el recuento de medallas de oro del Team GB en Río solo estaba detrás del de Estados Unidos. Los gobiernos son propensos a explicar el código del éxito olímpico, tanto para elevar el espíritu nacional como para disfrutar la gloria reflejada de los atletas. Actuaciones como la de Gran Bretaña alientan a aquellos que ven un papel para los planificadores estatales.

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Desde una serie de conteos de medallas lamentables en los años 90, la principal organización que promueve los deportes británicos, UK Sport, ha estado más activa en seleccionar a potenciales ganadores y proporcionarles todos los recursos. ¿Por qué, se preguntan algunos, su gobierno no realiza el mismo truco con, digamos, la manufactura? Es necesaria cierta cautela.

Para empezar, para perseguir el éxito olímpico ayuda el ya ser rico. Sin duda, una población grande tiene ventajas: las naciones con más personas tienen más probabilidad de incluir a individuos de capacidad excepcional. Pero las cifras importan poco si un país no puede echar mano de su talento humano.

En el 2012, India, el segundo país más poblado del mundo, obtuvo solo seis medallas, ninguna de ellas de oro. Nueva Zelandia, con solo cuatro millones de habitantes, ganó 13. Un análisis en el 2008 sugería que aunque la población de India es grande, su grupo de potenciales campeones olímpicos es mucho más pequeño. En áreas afectadas por la pobreza, las enfermedades y la desnutrición, muchos pasan apuros para siquiera gozar de salud, ya no digamos convertirse en atletas triunfadores.

Los países ricos tienden a tener poblaciones más sanas y más recursos que dedicar a los deportes. En el 2000, cuando el PIB per cápita de China (ajustado al poder adquisitivo) era de menos de 4.000 dólares, ganó solo 58 medallas. Para el 2012, el PIB per cápita se había cuadruplicado, y el recuento se elevó a 88. En realidad, en un estudio publicado en el 2004, Andrew Bernard de la Universidad de Dartmouth y Meghan Busse de la Universidad del Noroeste concluyeron que, como la población y el PIB per cápita tienen efectos similares en el conteo de medallas, el PIB total es un buen indicador de cuántas medallas puede esperar ganar un país.

Esto es de poca utilidad para los países ricos o los pobres que buscan el éxito olímpico (lo cual está entre las razones menos importantes para reducir la pobreza y mejorar la salud). Pero aunque algunos países tienen resultados drásticamente insuficientes en estos aspectos esenciales, otros los superan. Algunos de manera sospechosa: el impresionante montón de medallas de Rusia en juegos pasados se ve diferente desde el descubrimiento de un régimen de dopaje patrocinado por el Estado. En todos los países ricos, la atención se ha enfocado cada vez más en los elementos básicos de la política industrial olímpica.

Invertir dinero en el problema parece funcionar. En Gran Bretaña, el financiamiento para los atletas –pagado en gran parte por la lotería nacional– se elevó en casi cinco veces entre el 2000 y el 2012, de apenas poco más de 50 millones de libras esterlinas (76 millones de dólares) a más de 250 millones de libras; el conteo de medallas se elevó a la par. Ser anfitrión de los juegos reditúa un dividendo temporal, aunque con gran costo: el recuento de medallas de Gran Bretaña se elevó en casi 40 por ciento del 2008 al 2012, cuando los juegos tuvieron lugar en Londres a un costo de unos 9.000 millones de libras.

Dirigir el dinero con más precisión parece tener más sentido. Los programas de desarrollo de atletas son esenciales, para identificar a potenciales ganadores y ofrecerles asesoría, equipo y viáticos. Los países también pueden tomar decisiones estratégicas sobre en qué deportes especializarse. Podrían elegir eventos en los cuales haya varias subdisciplinas y por ello muchas medallas a las cuales aspirar (ciclismo, por ejemplo).

El éxito en medallas de Gran Bretaña se debe en parte a decisiones inflexibles de recortar el financiamiento a deportes y atletas con pocas posibilidades de victoria, y desviar la generosidad a aquellos con mejores perspectivas. El fuerte desempeño de los ciclistas en el 2012 fue recompensado con más efectivo; el fracaso en voleibol significó el hacha presupuestaria.

Un programa similarmente poco sentimental alguna vez significó el éxito para Australia, pero el recuento ha caído desde los juegos de Sídney en 2000 y el retiro de una generación de deportistas brillantes. Una versión revisada no ha producido los resultados esperados en Río.

En eso, al parecer, radica la respuesta. Para un país rico descontento con su suerte en asuntos de competencia mundial, todo lo que se necesita es que el gobierno identifique y apoye a los atletas –o industrias– con más probabilidades de ganar. La única forma de perder es no participar.

OROPEL

Sin embargo, los gobiernos tentados a desplegar las estrategias olímpicas en otras partes deberían pensarlo dos veces. Las Olimpiadas no son como la mayoría de los aspectos de la vida económica. Solo hay tres sitios en el podio. Los atletas y fanáticos locales podrían suspirar cuando un extranjero arroja una jabalina más lejos o se desempeña mejor en el caballo con arzones.

Alcanzar un cuarto sitio en la producción mundial de acero no es algo de lo cual preocuparse; a menos que el gobierno esté derrochando dinero en plantas improductivas para lograr ese resultado. Eso sugiere que los gobiernos deberían enfocarse más en la inversión en bienes públicos que alienten el desempeño en una variedad de industrias en lugar de correr el riesgo de derrochar en ascender en tableros de ligas que no importan.

Quizá igual de importante es el hecho de que el deseo de superar a otros países puede conducir a una toma de decisiones miope, incluso en el financiamiento de los deportes olímpicos. La ventaja a corto plazo del financiamiento bien dirigido, como el de Gran Bretaña, quizá sea compensada a largo plazo por la erosión de la base de fanáticos y la infraestructura en deportes descuidados.

Tampoco es obvio, aunque sea agradable ver ganar a los compatriotas, que el dinero gastado en perseguir medallas de oro no hubiera hecho más bien en otra parte: construyendo canchas y piscinas públicas en barrios en desventaja, por ejemplo, o apoyando la educación en la niñez temprana.

Un gobierno que compite con otros países para crear los mejores bienes públicos –las mejores universidades o ferrocarriles– no pierde si no alcanza la cima de los tableros de la liga en investigaciones publicadas o kilómetros por pasajero. Para creer que el éxito en las Olimpiadas ofrece evidencia del valor de la política industrial, es necesario creer que los gobiernos son sensatos al gastar en las habilidades olímpicas en primer lugar. Sin embargo, el pan importa más que el circo.

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