Richard Pereira tiene 25 años y hasta el 12 de agosto pasado llevaba una vida normal. No sabía que a la madrugada del día siguiente sería una víctima más de la inoperancia policial

En un extraño procedimiento a cargo del suboficial primero Jhonnie Orihuela y el comisario Jorge Zárate Barreto, el joven Richard Pereira recibió un disparo que hoy lo tiene prácticamente inmóvil. El proyectil de la pistola 9 milímetros ingresó por la nuca de Richard. Atravesó músculos, destruyó una parte de la médula espinal y quedó atorado dentro de la columna vertebral, a la altura del corazón. Esto hizo que pierda toda la sensibilidad en la parte inferior de su cuerpo.

Richard, que hace apenas diez días atrás era un feliz padre de una niña de dos años y dueño de un modesto negocio levantado a sacrificios en el Mercado Nº 4, hoy está postrado en su cama. Su familia no entiende cómo las autoridades que deben resguardar por la seguridad de los ciudadanos son, al final, los responsables de este tipo de actos.

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Richard Pereira, víctima de la negligencia policial[/caption]

La casa de Richard está ubicada en la frontera entre los populosos barrios Obrero y Roberto L. Petit, en Asunción. Vivieron allí toda la vida. Su familia está compuesta por su padre –de quien heredó el nombre– y seis hermanos. Su madre Graciela falleció tiempo atrás. A los 19 años, don Richard fue papá por primera vez. Apenas un año y medio después, acunaba en sus brazos a otro bebé: Richard. "Aprendí con ellos a ser papá, crecimos juntos prácticamente, nos hicimos amigos", dice hoy don Richard, en la casa que los vio crecer.

Richard trabajaba en un local de reparación y venta de celulares que está en el corazón del Mercado 4. Primero fue empleado de un local del lugar, pero luego consiguió un socio comercial y logró abrir su propio puesto. Guiado por su padre, Richard también incursionó en el mundo de las artes marciales desde muy pequeño. Don Richard, de hecho, fue instructor por varios años, pero dejó la práctica en los últimos meses. No obstante, las medallas que cuelgan en su sala y las diferentes fotos muestran las competencias en las que participaron tanto él como sus hijos.

Una vida destruida

Don Richard habla pausado y con la voz baja. Su hijo está acostado en la pieza de al lado y no quiere que escuche que se habla del problema que le aqueja. Cuenta que por las noches, a Richard le cuesta dormir. Sufre mucho por la herida y porque para cualquier movimiento fuerte que requiera hacer, necesita únicamente de la ayuda de alguien. Por ahora, se turnan para tratar de atenderlo y estar al pendiente suyo.

"A nosotros nos destruyeron la vida. Mi hija mayor Shirley, que es enfermera, tuvo que venir de Buenos Aires (Argentina) para tratar de ayudar y ahora no quiere más irse al verle así a su hermano, pero tendrá que irse en algún momento. Yo debo trabajar, pero soy el único con la fuerza suficiente para mover a Richard cuando quiere hacer algo. Es muy difícil, es muy difícil todo esto", señala mientras se seca las lágrimas.

A don Richard le avisaron del incidente esa misma madrugada del 13 de agosto. El lugar donde le dispararon a su hijo queda a pocas cuadras de su casa. Llegó lo más rápido que pudo, pero ya no estaba nadie. Después volvió a irse al lugar cuando acudió la Fiscalía. A pesar de que antes de que llegaran los del Ministerio Público, los agentes policiales intentaron "limpiar" el lugar de evidencias –según comentaron los vecinos–, al momento de la intervención fiscal se encontraron con la primera evidencia comprometedora; la vainilla servida de 9 milímetros, que corresponde –en su calibre– al arma de fuego que fue designada al oficial Orihuela.

Hoy, don Richard tiene miedo. No sabe si esos vehículos sin chapa que pasan en forma constante frente a su casa, desde que empezaron a denunciar la actuación policial contra su hijo, tengan algo que ver con sus denuncias. Pero, a pesar del miedo, sabe que ahora no es el momento de mostrar debilidad. Se inspira en los cientos de mensajes de apoyo que recibe de amigos y familiares, y principalmente, en los amigos de su hijo Richard, que desde el momento en que se enteraron de lo ocurrido están ayudando con lo que pueden.

Atender la salud

Más allá de la sed de justicia y de la impotencia absoluta que envuelve a la familia de Richard, lo urgente ahora, para ellos, es lograr que el joven pueda tener un tratamiento médico adecuado. Don Richard dice que en Emergencias Médicas lo largaron a los tres días y que hasta hoy no recibió ningún gesto por parte de las autoridades policiales, ni del Ministerio del Interior para saber cómo está su hijo. Un neurólogo, un clínico y un urólogo son los especialistas que ahora mismo Richard necesita para un día a día al menos soportable. Don Richard cuenta que hasta ahora están extremando recursos para tratar de salvar estas atenciones.

Ante la posibilidad de pelear por una indemnización millonaria al Estado con una demanda, don Richard dice que no es su objetivo sacar dinero de todo esto. "Yo solamente quiero que al menos se hagan responsables, para que mi hijo tenga, de alguna manera, una vida digna y una atención médica responsable", afirma, mientras se quiebra otra vez.

Hasta ayer, el abogado de la familia era Miguel Martínez, quien había tomado el caso en primera instancia. Ahora, el nuevo abogado de la familia es Jorge Bogarín González y el camino jurídico a seguir, desde mañana, ya está confirmado: Activarán una denuncia contra los organismos estatales por los daños causados.

Apoyo

Frente a la casa de Richard, los familiares y amigos hacen actividades. Desde tallarinadas y rifas, mientras esperan juntar dinero para los costosos tratamientos a los que debe someterse el joven. Los compañeros de trabajo de Richard aportan lo suyo en las jornadas solidarias y también para reclamar. Salieron a manifestarse un par de veces sobre la avenida Pettirossi, en el Mercado 4, reclamando que la Fiscalía actué con más firmeza. Wilson Benítez, uno de sus compañeros de trabajo, dice que a todos le golpeó lo que sucedió con Richard.

El pasado miércoles, la pequeña Antonella visitó a su papá en su cama. La última vez que estuvieron juntos él estaba corriendo y jugando con ella. Todo cambió en apenas días. Hoy, el abuelo de Antonella, don Richard, pide que se haga justicia y que los responsables de que su nieta no pueda volver a jugar con su padre vayan a Tacumbú.

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