- Por Enrique Vargas Peña
La vida en Turquía parece absolutamente normal. Literalmente millones de turcos y turistas están de vacaciones en las bellas playas que Anatolia tiene sobre el Egeo y, caminando por los pueblitos veraniegos, no se siente nada de lo que desde Occidente se advierte sobre su presidente, Recep Tayip Erdogan.
Erdogan, cuentan los medios, tiene una agenda que anunció a sus círculos más íntimos al principio de su carrera política y que, aunque se hizo pública, nadie creyó seriamente: Modificar la Constitución democrática y laica de Turquía y reemplazarla por otra, autoritaria y religiosa, fundada en el Islam (http://bit.ly/2b76dqL).
No quiero, en el presente material, discutir al Islam como fe religiosa que busca controlar la vida de cada persona desde la cuna hasta la tumba, imponiendo la forma de vestir, los alimentos a consumir y, sobre todo, el modo de pensar, sino a lo que este significa en términos políticos para la sociedad turca; en este caso es un proyecto por el que se busca domesticar a una sociedad que aprendió a ser libre para retornarla a un pasado autoritario, el del califato anterior a Mustafá Kemal Ataturk, del que estaba saliendo muy dificultosamente.
Los hechos que siguieron a la llegada al poder de Erdogan muestran que no es el autoritario improvisado que la oposición turca creyó que era cuando comenzó su carrera política.
Es un frío planificador que gobierna con la ayuda de un grupo muy reducido de colaboradores de su más completa confianza, una especie de "think tank" particular, que es donde realmente se diseñan las políticas y las acciones del presidente; en Turquía el poder no está ya en el mayoritario Partido de Justicia y Desarrollo y mucho menos en el Parlamento dominado por él, desde que una sólida mayoría de diputados simplemente obedece las órdenes derivadas del mencionado grupo.
En mayo de este año, por ejemplo, las designaciones de administradores provinciales del partido, que correspondían al líder nominal del mismo, el primer ministro en funciones, fueron transferidas al Comité Ejecutivo de la organización, totalmente integrado por incondicionales de Erdogan quien, de ese modo, controla realmente dichas designaciones (http://read.bi/2b43TT8).
La principal preocupación de Erdogan era y sigue siendo no despertar a la sociedad turca, evitar que ella sienta que se le está cambiando el marco que sostenía sus libertades para reemplazarlo por otro que, cuando esté plenamente vigente, ya no le permitirá sostenerlas cuando se empiecen a implementar las medidas serias que afecten la vida de cada turco.
Si se observa comparativamente, el proceso desarrollado por el presidente turco es muy parecido al inaugurado por el fundador de la dictadura venezolana, Hugo Chávez, con ayuda del para nosotros bien conocido "think tank" español "Fundación Centro de Estudios Políticos y Sociales (CEPS)" que, a su vez, se convirtió en base articuladora del partido Podemos de España.
Chávez también anestesió a la sociedad venezolana y también ocultó su verdadero compromiso filosófico hasta después del golpe de Estado que le hicieron el 11 de abril del 2002. Cuando los venezolanos se dieron cuenta, actuaron con torpeza ante un grupo que se dedica solamente a pensar jugadas alternativas de ajedrez político con muchísima anticipación y, por supuesto, perdieron.
Hoy Venezuela está sometida a una dictadura totalitaria y, a pesar de que su dictador Nicolás Maduro tiene todos los sondeos de opinión en contra, está en posición de no escucharlos, de no tenerlos en cuenta, de reírse de ellos y de seguir, impertérrito, sus planes, pues la venezolana dejó de ser una sociedad democrática en la que se gobierna con la opinión pública.
Es el mismo esquema que tuvo éxito en Bolivia con Evo Morales, en Nicaragua con Daniel Ortega que ya se coronó sucesor de la dinastía Somoza inaugurando la dinastía Ortega y en Ecuador, tal vez el mejor logrado de los "anestesiamientos", con Rafael Correa, ya presidente perpetuo del país, con el ominoso lema "Rafael siempre contigo".
Esto ha podido ocurrir en todos esos países porque los partidos políticos, sin excepción, reemplazaron su trabajo de pensamiento ("think tanks") por el de reclutamiento prebendario. En consecuencia, esos partidos carecen de miembros preparados para otra cosa que alquilarse para obtener prebendas y son barridos o sometidos por grupos que sí se dedican a pensar y a planificar.
En el caso venezolano al menos, esos partidos tradicionales incluso tuvieron la soberbia vana de despreciar a Chávez y a su fundación, de subestimarlo, de no darle importancia hasta que se dieron cuenta que era muy tarde y que la fundación era un jugador de primera y ellos se habían convertido en parte del pasado irrecuperable.
Esta es una característica común en todos los procesos mencionados, incluso en el caso turco: Los partidos tradicionales menosprecian a los "think tanks" y están llenos de chatos intelectuales que se creen muy importantes y muy hábiles porque pueden repartir cargos públicos, sin darse cuenta siquiera en su chocante ignorancia que el poder se les escurre irremediablemente de las manos.
Los venezolanos están despertando trabajosamente, pero cuando uno lee las intervenciones en las redes sociales de los nuevos líderes de la oposición, todavía reflejan aquel desprecio originario por el adversario que los derrotó totalmente aprovechando justamente esa soberbia.
Los turcos disfrutan aún de sus playas mientras Erdogan está pensando. Esa es la diferencia entre unos y otros y, como lo prueba el caso venezolano, es una diferencia fatal para la libertad y para la democracia.
El proyecto de Erdogan tropieza, sin embargo, en Turquía, con los trámites y requerimientos que la propia Constitución turca impone para su reforma, a saber la obtención de una mayoría calificada en el Parlamento para lograr los cambios que pretende el presidente.
En tanto más sea obligado a exponer la realidad de su proyecto, más lejos estará de alcanzar su fin. El torpe intento de golpe de Estado de algunos sectores de la oposición el pasado 16 de julio le sirvió a Erdogan maravillosamente para mostrarse como defensor de la democracia turca.
Aunque también sirvió, y no sé si el presidente esperaba esto, para mostrarle a él y a el mundo, que los ciudadanos turcos, los que salieron a las calles y plazas esa fatídica madrugada para detener el golpe, siendo ellos los que lo detuvieron, y los muchos millones más que salieron durante las semanas siguientes, quieren democracia, más democracia y solamente democracia.