- Por Toni Carmona, Periodista
Desde que Fulgencio R. Moreno describió a Asunción como una ciudad bendecida y maldecida por las aguas que vienen de arriba y de abajo, de las lluvias torrenciales y las crecientes demenciales, la capital del Paraguay y sus habitantes han sufrido con estoicidad, digna de mejor causa, hay que aceptarlo, las sucesivas inundaciones más o menos dramáticas, inevitablemente anunciadas, como escribió Herib Campos Cervera, "con la puntual constancia de las constelaciones… vienen a mi tu cabellera torrencial de lluvias…"; como cantó, con resignada tristeza, el amigo Maneco Galeano, aceptando la "maldición", "y mañana es volver a empezar, pero siempre empezar y volver a empezar…", resignadamente.
Actualmente podemos ver con facilidad en pleno centro el "volver" a empezar, después de haber visto a tanta gente "exiliada" en refugios más que precarios, prácticamente a la intemperie, volver a las "barrancas" embarradas, a lo que no hacía mucho tiempo era su barrio, eran sus hogares.
Como dijo un sociólogo chacariteño, el único dueño de las barrancas es el río. Y, tras casi quinientos años de puntuales inundaciones, de predecibles inundaciones, es bueno que hayamos llegado a considerar que este desastre que produce tantas calamidades, no es un accidente, no es una contingencia, porque no es un hecho eventual ni fortuito, sino que está previsto y hasta con las nuevas tecnologías, es previsible con antelación.
Es decir, que mientras se empieza a volver, ya se sabe que el volver es temporario, porque volverá a haber otra creciente y otro exilio y otro volver a empezar, porque la catástrofe está anunciada, desde el momento que empieza la reconstrucción.
El barrio San Francisco da un viraje de 180 grados en esta historia repetida, con consecuencias más o menos trágicas en cada creciente, porque representa una instalación permanente.
Casualmente, tal vez por la resistencia que ha despertado en ciertos sectores, tal vez porque ya estamos acostumbrados a que ese accidente, esa expulsión periódica, ese exilio precario, por nunca se sabe cuánto tiempo y con cuántos destrozos, ese eterno y triste retorno para "volver a empezar", es normal. Y citamos el barrio porque debe convertirse en emblema; puede ser la cuña para que la "Chacarita Alta" sea el principio del fin de la "maldición" que se echaron encima los asuncenos desde antaño, ya que no creo que "las aguas" hayan tenido nunca la mala intención que incluye una maledicencia, salvo la de ocupar sus barrancas cuando era necesario.
Moreno nos presentaba ya en su reflexión sobre Asunción, la paradoja: "bendecida y maldecida por las aguas", que vienen de abajo y de arriba, porque sin duda fue también la bendición de las aguas la que hizo que esta ciudad se construyera exactamente aquí y que siguiera empecinadamente firme, pese a las ansias viajeras y fundadoras de sus habitantes.
El barrio es, además, algo más que espacio físico, es una historia, es un entorno, es una tradición en la que están las galoperas, José Asunción, Alejandro Cubilla, Arturo Pereira…
Aunque Moreno no registraba al maldiciente; no es difícil sacar la conclusión de que la costumbre, esa segunda piel del hombre, ha sido la causa principal de que convivamos con ese mal, como tantos otros con los que convivimos, acostumbrados por la inercia de los hechos.
Parece que bajo el signo del poeta San Francisco, el que lograba hablar y convencer hasta a los animales, se puede romper con una maldita tradición, la de los inundados.
Pese a los fraticidas internismos políticos, San Francisco está en marcha.