Por Alex Noguera

Editor /Periodista

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Uno de los conceptos que la lengua española no logra explicar acabadamente es la palabra miedo. Uno puede buscarla en el diccionario, pero entre lo que dice y lo que es realmente no hay punto de comparación.

La primera vez que creí entender su significado fue hace tantos años que ya casi parece irreal, durante unas vacaciones en el campo, donde no había ni luz eléctrica. En la madrugada, toda la casa de pronto se llenó de gritos, de tumulto, de linternas que volaban y de gente corriendo. Los mayores tomaban las armas y emprendían hacia el corral. Disparos. Después la calma, la brisa que lamía la pólvora y el silencio que se hizo día con los rayos del sol en el horizonte.

El amanecer sorprendió a los adultos deliberando. En el corral yacían muertas varias ovejas, sin heridas. El capataz explicó que no era la primera vez que ocurría, que se trataba de una bandada de perros. Sus víctimas preferidas eran las ovejas, a las que perseguían dentro del corral. Ellos jugaban y a ellas les reventaba el corazón a causa del miedo. Para ellos era una noche de juerga, para ellas la vida que se les escapaba. En sus enormes ojos abiertos se les veía el terror.

Décadas después esa escena se reprisó. En el momento fue difícil darse cuenta porque los actores, el escenario y hasta el guión eran diferentes. Era como comparar el tronco liso y suave de un guayabo, con sus ramas artísticas haciendo gestos al viento, con el tronco de un samu'u, ancho, vigoroso, firme, totalmente distinto al primero, pero en esencia seguían siendo la misma cosa.

Ocurrió en la época de Stroessner, cuando la Policía hacía sus barreras y apresaba a los ciudadanos por cualquier motivo, como por llevar pelo largo. Estos eran tres jóvenes que caminaban a las 3 de la mañana, cuando de pronto se toparon con una patrulla, que también iba a pie. Uno de los jóvenes fue muy rápido y literalmente desapareció. Los otros dos no atinaron a moverse. Se quedaron helados. Los uniformados, como esos perros a las ovejas, se les acercaron y exigieron cédula.

Eran jóvenes, no las tenían consigo. Miedo. Un violento golpe en el pecho hizo que una de las víctimas cayera al empedrado. No hubo motivo, solo prepotencia, impunidad. Una patada fallida y la burlona risa fue la señal de que tenían que correr, como esas ovejas dentro del corral.

"De las fauces de las bestias escapaban saliva de adrenalina, los ojos eran fuego y los colmillos balas calibre 5,56 mm. Y la manada esta vez volvió a matar".

Y lo hicieron, pero allí no había cercas, así que las piernas juveniles demostraron cuán rápidas podían ser. Nadie me lo contó. Yo fui testigo. Pasaron muchos años y todavía no entiendo el mensaje de esa obra que se dio en una calle del barrio Roberto L. Petit, con la luz del cíclope alumbrado público y las estrellas como decorado en el negro telón de la noche.

No hace mucho, otros perros también salieron de juerga, impunes, libres, todopoderosos y la manada embravecida y enloquecida persiguió una camioneta en la que iban una niña y su tío. De las fauces de las bestias escapaban saliva de adrenalina, los ojos eran fuego y los colmillos balas calibre 5,56 mm. Y la manada esta vez volvió a matar.

Lastimosamente, parece que la temporada de teatro apenas comienza. Esta vez los actores protagonizaron un nuevo capítulo. Distinto, pero igual, como el guayabo y el samu'u. En este argumento el joven aparece en un Peugeot sin chapa, es perseguido, detenido y acaba parapléjico; es decir, sin poder moverse de la cintura para abajo a causa de una bala que recibió en la médula.

Él dice que se entregó y que la Policía le disparó en la nuca sin razón. Los uniformados argumentan que el joven abrió fuego contra ellos. El joven dice que no tenía arma y que le apretaron un revolver en la mano y le obligaron a disparar, talvez para que en la investigación diera positiva la prueba de nitritos.

Dicen que también hallaron un arma calibre 22 y hasta marihuana. Extrañamente, al joven le hicieron el alcotest y dio negativo. No es muy frecuente que un joven marihuanero sea abstemio. Este nuevo libreto tiene demasiadas contradicciones.

La lengua española no logra explicar acabadamente lo que es el miedo, así como los que tienen guardaespaldas no podrán entender lo que significa salir a las calles y encontrarse con una barrera.

El ciudadano común tiene miedo y está preso como las ovejas en el corral, indefenso, atrapado por las cercas invisibles de las leyes, expuesto a las manadas. Las ovejas tienen miedo y tratan de huir, mientras las puestas de terror se reprisan una tras otra, cada vez con más frecuencia.

¿Cómo explicar qué es el miedo? ¿Cómo hacer entender a los que tienen guardaespaldas cuán urgente es que se aclare este nuevo episodio? Los que salen sin protección cada día no saben si los perros con los que se cruzan son guardianes o salvajes de manada.

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