Las cifras oficiales de la Policía Caminera, sobre los más de mil alcotest realizados aleatoriamente, en una semana en diferentes rutas, hablan de 165 conductores retenidos por los resultados arrojados por el test. Fueron 165 personas las que, estando al mando de un vehículo, transitando por las rutas, estaban alcoholizadas y por ende absolutamente impedidas de mantener el control de la máquina y sin las capacidades necesarias para conducir las mismas, sean del tamaño y potencia que fueren.

Al mismo tiempo, las crónicas policiales relatan numerosos hechos violentos protagonizados por personas alcoholizadas al mando de algún vehículo. Varios de los que habían "zafado" –por utilizar un término muy actual y popular– de los controles de alcolemia en las calles de Asunción, fueron actores principales en las tragedias que se cobran vidas o producen graves lesiones y que ya son parte de las constantes del día a día.

Vemos circulando a muy alta velocidad, especialmente en las noches y madrugadas de fines de semana, a vehículos de gran porte, en manos de jóvenes que apenas salen de la adolescencia, que son más peligrosos aún cuando se encuentran alcoholizados y pierden la capacidad de discernir y pensar en la propia integridad y la de los demás.

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La velocidad y la imprudencia al conducir, además de una especie de ignorancia suprema de las reglas y normas que regulan el tránsito, se amalgaman en un cóctel peligroso, que afecta no solo la vida de los que pertenecen a ese grupo etario que mencionamos anteriormente, sino también a quienes salen a las calles, a cualquier edad, empuñando el volante de su automóvil, motocicleta o bus, como si se tratara de correr una carrera sin reglas ni leyes.

Es indudable que las calles de Asunción en mal estado y las rutas que unen ciudades cercanas a la capital, tanto en Central como en la Gran Asunción, así como los cortes, desvíos y una superpoblación de automóviles que cada vez se agrava más, representan hoy por hoy un desafío a la paciencia, la capacidad y la tolerancia de los conductores de todo tipo de vehículos, a esto se suma la falta de alternativas de transporte público de calidad y cobertura, como serían el metrobús, los trenes de corta distancia y otras opciones.

Estas situaciones hacen que las cosas se vean "negras", como el humor de quienes necesitan atravesar pequeños o grandes obstáculos diarios para llegar a tiempo al trabajo, la escuela o a cualquier sitio al que se deba ir y que el tránsito sea motivo de cefaleas colectivas y de pérdida de paciencia justificada por momentos.

Lo que no debemos dejar pasar, ni justificar, es la violencia generada en las calles y rutas, a causa de la imprudencia de quienes, repetimos, "empuñan" el volante como un arma letal, apuntada hacia sus propios seres queridos o amigos, cuando los ponen en peligro. Y someten a todos los demás, aunque éstos hayan tomado medidas preventivas a la violencia que genera pérdidas irreparables y dolor.

En el tema de la educación vial se debe ser insistente y comenzarla desde la edad escolar. Las experiencias en otros países, e incluso en el nuestro, hablan de los resultados positivos en el sentido de la incorporación, desde edades tempranas, al comportamiento habitual y natural, de la responsabilidad en el tránsito, con el conocimiento de sus reglas y el respeto a las mismas.

Eso, más una tarea seria en busca de la erradicación del uso de alcohol en personas que conduzcan vehículos, ayudaría mucho a la toma de conciencia y el autocontrol.

Existen numerosas alternativas, como la del conductor asignado, la utilización de servicios de transporte como taxis, remises y conductores especialmente entrenados y ofrecidos por empresas a la hora de tomar recaudos. Pero, más allá de eso, deberíamos poner el acento en nuestra propia responsabilidad como parte de una sociedad que necesita hoy "bajar un cambio", para utilizar un término relacionado a la conducción, y detenerse a pensar en la importancia de cuidar la propia vida y la de los demás.

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