Por María Corina Machado, Coordinadora nacional de Vente Venezuela Twitter: @MariaCorinaYA
El régimen venezolano intenta desesperadamente hacerse de la presidencia pro tempore de Mercosur, con el propósito de utilizarla para ganar tiempo, legitimidad y hasta complicidad internacional.
Tiempo, porque asumir la presidencia del organismo durante seis meses le permitiría llegar hasta el año 2017 y boicotear cualquier discusión en ese foro, respecto de la terrible situación que vive nuestro país e intentar bloquear cualquier exigencia de que el constitucional referéndum revocatorio sea realizado en este año; legitimidad, porque contribuiría a presentarle a la comunidad internacional un espejismo de normalidad y de posible avance, en Venezuela, de un diálogo auspiciado por Unasur; lo cual, se espera, ayudaría a desviar la atención hacia ello, mientras la gravedad de la crisis humanitaria avanza aceleradamente; y complicidad internacional, porque de esa manera se estaría avalando una situación de facto que, de aceptarse, socavaría las bases y la integridad del Mercosur, sentando un peligroso precedente para la región.
Pero no seamos ingenuos. Los intentos de cambiar el rumbo del Mercosur, y de encaminarlo hacia su destrucción, no son nuevos.
Eso lo entendió muy bien Hugo Chávez, quien siempre quiso, como fuere, convertir a Venezuela en miembro del organismo, con la finalidad de desvirtuar su naturaleza, basada en la libertad del comercio, el libre tránsito de bienes, personas y servicios, el libre mercado, así como la democracia y los derechos humanos; para politizarlo e ideologizarlo y así convertirlo en un foro más que le sirviera de sostén, en detrimento de la originaria visión del ente.
La región sabe que el ingreso de Venezuela al Mercosur, en el año 2012, fue ilegal porque se omitieron deliberadamente los requisitos formales que el Tratado de Asunción en su artículo 20 establece.
De esa manera, Argentina, Brasil y Uruguay decidieron aceptar a nuestro país, dejando de lado la unanimidad que se requiere para aprobar el ingreso de un nuevo miembro; y sin exigir un mínimo de respeto a los derechos humanos y a la institucionalidad democrática. Paraguay, entonces ignorado y suspendido temporalmente, fue testigo de cómo el régimen venezolano se aprovechó de su crisis política para hacer de las suyas.
Fueron muchas las discusiones que se sostuvieron en torno al futuro del Mercosur. No obstante, un año después se le concedió a Venezuela la presidencia pro tempore del organismo, cuando le correspondía a Paraguay, que continuaba suspendido del organismo pese a que ya había cumplido con las exigencias para su reingreso.
Así, Maduro tomó las riendas del Mercosur, envuelto en ilegitimidad y violación a los derechos humanos, pero sustentando el organismo sobre bases ideológico-políticas que le permitieron al régimen venezolano ganar estabilidad, bajo la mirada cómplice de sus aliados de entonces.
Hoy la región es otra. Sus gobiernos han adquirido una posición firme sobre lo que ocurre en Venezuela, siguiendo el valiente ejemplo que Paraguay ha venido dando; antes en solitario y ahora respaldado por otros Estados; como demostración de que los principios y valores no son menos importantes que los negocios. Pero tampoco podemos subestimar a los culpables del régimen dictatorial venezolano.
Comprenden que aun en su momento de mayor debilidad deben pretender avanzar, a como dé lugar, e impedir que se genere el cambio político en Venezuela en este año; burlándose así del mandato electoral expreso de la abrumadora mayoría de los venezolanos, el pasado 6 de diciembre.
La hoy decidida posición de los gobiernos de Paraguay, Argentina y Brasil, de impedir que el de Venezuela asuma la presidencia pro tempore del Mercosur en esta oportunidad, es un imperativo. Aceptar que un régimen corrupto, que claramente ha vulnerado todos los principios democráticos, asuma la conducción del organismo regional, sería herir de muerte al Mercosur y llevarlo hacia lo que el régimen venezolano siempre ha querido: su destrucción.
El capricho de un gobierno ávido de tiempo y complicidad no puede estar por encima de los mecanismos e instrumentos legales del organismo; como tampoco puede esperar la discusión de la aguda crisis de Venezuela, a la luz de los protocolos de Ushuaia I y II, sobre el compromiso con la Democracia; y del protocolo de Asunción sobre el compromiso con la promoción y protección de los derechos humanos.
Nuestra región no podrá engrandecerse mientras exista una Venezuela empujada al abismo. De poco sirve que el Mercosur se proponga reinventarse de acuerdo con su propósito original, y de que gobiernos democráticos asuman su conducción, mientras en Venezuela perdure una grotesca dictadura militarista, corrupta y con demostrada vocación intervencionista.
La idea de complementariedad, apertura e intercambio comercial, que se quiere sea la bandera del Mercosur, junto al respeto a las instituciones y a los derechos humanos, sólo podrá ser posible con una Venezuela democrática y un gobierno legítimo que, siguiendo los procedimientos regulares y legales para su ingreso al organismo regional, se inserte en una dinámica de prosperidad, libertad y desarrollo hacia la cual la región ha comenzado a dar un giro. Ese es nuestro deber.