Por Enrique Vargas Peña
Creo que a alguna gente le pasa lo que a mí, y es que a medida que sube de tono la campaña electoral en Estados Unidos para sus elecciones generales del próximo 8 de noviembre voy dedicándole más y más atención: El viernes pasado, 5 de agosto, tuiteé que estoy impresionado por la efectividad de la campaña que le impide hablar, cada día que pasa, al candidato republicano Donald Trump; le interrumpen todas sus presentaciones sin excepción y después los medios no hablan de lo que Trump intentó decir, sino de la manera en que enfrentó la interrupción (http://bit.ly/2azkHgt).
Además, están crispando el debate hasta un punto de no retorno: Por primera vez en la historia de Estados Unidos, por primera vez, un presidente en funciones, Barack Obama, entra en la campaña para descalificar totalmente al rival del candidato de su propio partido.
Obama dijo que Trump no califica para el cargo (http://cnn.it/2ay8OMP). Nunca antes, ni aun los rivales de Abraham Lincoln que desataron la Guerra Civil norteamericana cuando el fundador del partido Republicano ganó las elecciones de 1860, se atrevieron a tanto.
Están sepultando el discurso de Trump, impidiendo eficazmente que la gente lo escuche. Y como esa es la manera habitual que nosotros tenemos para discutir en nuestro país, sospecho que quienes asesoran al partido Demócrata norteamericano, el competidor del Republicano, podrían ser políticos paraguayos.
En efecto, esta semana que pasó fue pródiga en ejemplos de cómo en nuestro país llevamos años sepultando discursos y yendo por las ramas, desviando los asuntos para hablar de otras cosas que nada tienen que ver con ellos.
Doy dos ejemplos. El caso de la medida cautelar dictada por la Corte Suprema que beneficia a Rafael Filizzola en el proceso de sobrefacturación de obras en comisarías y el caso de la denegación del crédito que hubiera beneficiado al ministerio del Interior.
En el caso de la medida cautelar de la Corte Suprema hay dos afirmaciones, una del ministerio Público y otra de la defensa de Filizzola, que son contrapuestas y que no pueden ser verdad al mismo tiempo y que, al menos hasta donde pude seguir el asunto, la Corte misma no definió y es la cuestión de si la medida cautelar que beneficia a Filizzola afecta o no afecta a los plazos procesales.
Y esto porque el ministerio Público sugiere que la medida cautelar prueba el prevaricato de los ministros de la Corte para beneficiar a Filizzola al exponer al proceso a su extensión o a su prescripción.
El ministerio Público dice que la medida de la Corte sí afecta a los plazos procesales, la defensa de Filizzola dice que no (http://bit.ly/2aIg9GJ). Ambas afirmaciones no pueden ser verdad al mismo tiempo. Son contradictorias y se excluyen absolutamente.
En vez de discutir la cuestión, el oficialismo y la oposición se van por las ramas, hablando de la corrupción de la administración de Justicia: el oficialismo de la de la Corte (http://bit.ly/2aCmEZh); la oposición de la del ministerio Público (http://bit.ly/1N5UdVB), mientras la búsqueda de la verdad queda en el medio, sin que a nadie parezca importarle.
En vez de buscar la respuesta, uno y otro lado golpean como los demócratas norteamericanos a Trump. El que no se alinea a su posición es un vendido miserable de menor calidad que la peor culebra del basural. Y el debate se desvía totalmente del asunto que realmente interesa, que es saber si la medida cautelar de la Corte afecta o no a los plazos procesales.
En el caso del crédito para el ministerio del Interior, lo mismo. El Senado rechazó el crédito alegando que sería un negociado para Organizaciones No Gubernamentales; el ministerio del Interior sostiene que hay que pagar el entrenamiento de la gente que va a usar la infraestructura de seguridad y ambas cosas difícilmente pueden ser verdad al mismo tiempo.
También en esto el oficialismo y la oposición se van por las ramas, el oficialismo diciendo que esto es una venganza de Desirée Masi contra el gobierno (http://bit.ly/2b3kvYx) y la oposición argumentando el desempeño del ministro Francisco de Vargas, que no hace a la cuestión técnica del crédito.
Hay gente en el debate público que, arrebatada por el odio, desconoce sistemáticamente todo logro que alcance el Poder Ejecutivo, incluso el rigor administrativo reconocido por todas las organizaciones internacionales que revisan el desempeño de nuestra economía.
Y hay gente que, arrebatada por el odio, nos propone como receta vivir sin Congreso como en la época de Higinio Morínigo o con un remedo de Congreso como el que permitió en Venezuela la dictadura de Hugo Chávez y Nicolás Maduro que en eso son émulos destacados de Alfredo Stroessner, olvidando los desastrosos resultados que han producido todos esos modelos y sus semejantes, sin excepción.
Sin embargo, la cuestión era saber si el dinero del crédito para el ministerio del Interior se aplicaría efectivamente a los entrenamientos y ninguna otra, pero hoy por hoy estamos discutiendo la reputación de las abuelas de Desirée y Francisco y las de las de todos sus respectivos amigos, conocidos o familiares.
Como le sucede a Donald Trump en Estados Unidos, obligado a discutir si le gusta o no le gusta el llanto estridente de un bebé en medio de un discurso político en vez de su posición sobre el terrorismo religioso (http://dailym.ai/2aQgpmU), nosotros nos insultamos sobre asuntos que no tienen que ver con los problemas que afrontamos y, como le sucede a Estados Unidos, estas discusiones desviadas de foco nos están llevando a un nivel de crispación y enfrentamiento sin retorno, que así se va pareciendo cada vez más al horrendo clima de odio desatado contra Lino Oviedo desde 1996 en adelante y que terminó en el triunfo de los ladrones públicos en el llamado "marzo paraguayo" de 1999.
Es obvio, si no discutimos sobre los hechos porque discutimos sobre las personas, el resultado generalmente es el odio.
Después de casi treinta años ininterrumpidos de libertad y democracia, es lamentable tener hablar de una cosa tan básica como que el odio no sirve para construir nada, con el consuelo de tontos que ocurre también en Estados Unidos, con doscientos cuarenta años ininterrumpidos de libertad y democracia.
Los resultados empiezan a verse. El viernes una funcionaria intentó matar al doctor César Pimienta, jefe de recursos humanos del ministerio de Salud. La mujer encontró en ese procedimiento criminal el modo de resolver sus diferencias con Pimienta, y eso es lo que ocurre cuando se carga de odio a cerebros poco cultivados. Es la dinámica de las barras bravas. Es la que ayudó a Hitler a conquistar Alemania.
Estamos a tiempo de detener este círculo vicioso que impide escuchar los discursos, las propuestas. Pero no tenemos mucho margen de maniobra.