Por Nancy Pérez, Periodista nperez@lanacion.com.py

Óscar Creydt, dirigente del Partido Comunista, durante su discurso tras arribar al país el 10 de agosto de 1946.[/caption]

En 1946, las movilizaciones ciudadanas cobraron características hasta entonces pocas veces vistas en el Paraguay. Fueron una innovadora forma de participación política en el marco de una aparente apertura democrática.

Pero aquellas protestas convulsionaron el ambiente y no condujeron a la normalización institucional tan reclamada por la sociedad paraguaya. Así, esta Primavera Democrática fue un antecedente de la revolución civil de 1947.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Desde que el Gral. Higinio Morínigo asumió la Presidencia de la República en 1940, la población se mantuvo expectante de ver los resultados de su promocionada Revolución Nacional Paraguaya.

Pero ésta "revolución", impregnada de los ideales totalitarios de varios hombres clave del régimen moriniguista, seguía sin convencer a la clase política que pretendía reconducir al país hacia una democracia real.

En 1946, quedó en evidencia la marcada separación entre grandes sectores de la sociedad y el gobierno. Un hecho detonante fue la asonada del 9 de junio de ese mismo año, en la Caballería, donde un sector institucionalista de las Fuerzas Armadas se enfrentó al de corte autoritario que sustentaba a Morínigo. Este suceso produjo la caída parcial de la oligarquía militar y puso en jaque la permanencia en el poder del primer mandatario.

Frente a la crisis suscitada, la salida fue la conformación de un gobierno cívico-militar que incorporó al gobierno –además de nuevos jefes militares– a representantes del Partido Colorado y del febrerismo. Liberales y comunistas no gozaban de la simpatía de Morínigo, quien siempre se mantuvo distante de ambas agrupaciones.

Esta coalición no solo trajo esperanzas frente la demanda popular de democratizar al país, sino también importantes anuncios, como el restablecimiento de las libertades públicas tras largos años de inquietud y zozobra, amnistía para los exiliados políticos, el levantamiento de la tregua sindical y de la proscripción que pesaba sobre el Partido Liberal. Incluso, y hasta posiblemente lo más esperado, la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente, paso decisivo para elecciones libres.

Este hecho propició un despertar ciudadano e inicialmente se vio el esfuerzo mancomunado de obreros, estudiantes, mujeres y agrupaciones políticas. Si bien cada uno defendió sus intereses, el objetivo común era la normalización institucional.

Agosto de 1946 fue clave. El disparador de un estado de efervescencia social fue el retorno del exilio de dirigentes políticos. El primero, el 3 de agosto, fue el ex presidente Cnel. Rafael Franco, líder de la Concentración Revolucionaria Febrerista, entonces un movimiento político que años más tarde se convertiría en el Partido Revolucionario Febrerista.

El diario El País estimó que unas 30.000 personas se congregaron en el Puerto de Asunción para recibir a Franco, exiliado en Uruguay. Desde tempranas horas, en todos los barrios asuncenos se invitó a concurrir al acto. También llegaba gente del interior en tren, camiones y ómnibus. En la plazoleta del Puerto, así como en las calles Colón y Palma estuvo apostada la muchedumbre, un espectáculo pocas veces visto.

El presidente del Partido Liberal y ex presidente, José P. Guggiari, fue recibido por una multitud.[/caption]

El de 10 de agosto regresaron al país Óscar Creydt y otros líderes sindicales, quienes fueron recibidos por una multitud en el Puerto, además de los gremios de obreros, entre los cuales el comunismo tenía gran cantidad de adeptos, llegó a la capital una gran masa de campesinos que dio al acto un cariz de gran intensidad popular.

El 14 de agosto, retornaron los dirigentes liberales, en otra de las grandiosas manifestaciones, pero los disturbios dieron una nota negativa reactivando el temor de la reaparición de la represión por parte de los órganos oficiales. Para algunos referentes, aquí se instaló la sensación de un resquebrajamiento de la unidad de las filas democráticas.

Desde el puerto, la marcha debía llegar hasta la Plaza Uruguaya, donde aguardaban delegaciones campesinas que habían llegado en camiones la noche anterior, pero a la altura del Panteón de los Héroes se produjo un choque violento con grupos opositores que comenzaron a impedir el paso, obligando a los liberales a dispersarse. Hubo disparos y heridos.

Las convocatorias para manifestaciones y mítines no cesaron en los días posteriores. A tal punto que el semanario El Látigo, en su portada del 21 de agosto de 1946, reclamó "Más trabajo y menos política", haciéndose eco de la intensa actividad desplegadas por las diferentes agrupaciones políticas tanto en la capital como en el interior del país.

El Partido Colorado no quedó fuera de las grandes manifestaciones populares y demostró disciplina y gran despliegue en la marcha del 7 de setiembre de 1946. Para las delegaciones del campo se previó el traslado y el retorno a través del tren expreso de Borja a la Capital, a precios muy reducidos.

Mientras los partidos se reorganizaban, Morínigo no tenía intención de dar un paso al costado. Más bien aspiraba a concluir su mandato. Por ello, puso en marcha una maniobra dilatoria de la convocatoria a Constituyente, con lo cual el malestar fue creciendo, entre estudiantes, obreros y opositores.

Además de esto, la ciudadanía consideró como reincidencias de prácticas antidemocráticas la suspensión del Partido Liberal y Comunista, la multa a Radio Teleco por un discurso pronunciado por Creydt, y la conformación del tribunal electoral que excluía a los partidos Comunista y Liberal.

Mientras pasaban los días de la conocida Primavera Democrática, algunos sectores de la población observaban preocupados y hasta asustados los acontecimientos en los que aparecían hechos de violencia, atribuidos por los partidos de oposición al Guión Rojo, grupo que respondía a los intereses de los militares depuestos el 9 de junio.

También elevaron la temperatura los despidos a gran escala en la administración pública, la prebendaria repartija de cargos y la práctica de la afiliación del partido del jefe de oficina, bajo amenaza de destitución.

Finalmente, frente al insistente reclamo ciudadano de establecer fecha para la Asamblea Nacional Constituyente, el gobierno optó por la más lejana posible: el 25 de diciembre de 1947. Pero además, los dos partidos en el gobierno iniciaron una pugna irracional por cuotas de poder. Así se instauró el caos, la violencia en la ciudad y en el campo, y un estado persistente de reyertas y desavenencias, de la mano de virulentos mensajes de los dirigentes políticos.

Trágico desenlace

El desorden de 1946 continuó a inicios de 1947 con el agravante del retiro de los febreristas del gobierno el 11 de enero. La breve apertura fue una solución precaria y deficiente para el momento político. Algunos incluso predijeron con exactitud que la revolución civil era cuestión de tiempo.

El gobierno de Morínigo no tuvo amplitud ni la capacidad de imponer orden, paz y libertad. Tampoco sectores sociales políticos supieron cómo hacer evolucionar a su favor los beneficios de ejercer libremente un contrapoder. La propuesta de la Constituyente en un breve plazo podría haber evitado que las pasiones lleguen al grado de la intolerancia, desactivando el estallido de la guerra civil que sumó un capítulo trágico en la historia del Paraguay.

Déjanos tus comentarios en Voiz