© 2016 The Economist Newspaper Ltd., Londres. Todos los derechos reservados. Reproducido con permiso.

Nunca interfiera en los asuntos internos de otros países, insistió el presidente Vladimir Putin, de Rusia, con la excepción –claro– de cuando se los invade, financiando a sus políticos más desagradables. La acotación se produjo, probablemente, para avergonzar al Partido Demócrata de los Estados Unidos y a su candidata presidencial.

El preciso papel del Kremlin y el objetivo en el escándalo de los mensajes de correo electrónico del Comité Nacional Demócrata (DNC por sus siglas en inglés) estadounidense y a quién perjudicará más es algo que aún está por verse.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Los hechos conocidos de esta historia derivan de que, el 22 de julio último, Wikileaks publicó más de 19.000 correos electrónicos hackeados de las cuentas del mencionado comité. Cinco días más tarde siguió con un cúmulo de mensajes de voz robados. Varios confirmaron la condena de los partidarios del senador Bernie Sanders (Demócrata-Vermont) hacia algunos izquierdistas del partido que habían favorecido a Hillary Clinton en sus primarias. En uno de los mensajes más sórdidos, un funcionario parecía plantear la idea para insinuar que el senador Sanders era ateo.

Los "sandernistas" descontentos ya tenían la intención de interrumpir la convención en Filadelfia y el diputado Debbie Wasserman Schultz (Demócrata -Florida), debidamente renunció como presidente de la comisión el pasado 24 de julio.

La participación rusa ya había sido identificada por CrowdStrike, una firma de seguridad cibernética que el DNC agregó a su lista en mayo. En una evaluación basada en pistas digitales y que es compartida por otros detectives cibernéticos, incluyendo, al parecer, espías estadounidenses, se encontró que el hackeo comenzó el verano (boreal) pasado y fue perpetrado por dos grupos que se consideran relacionados con los servicios de inteligencia rusos. Ellos son conocidos por los aficionados como "Fancy Bear" y "Cozy Bear", siendo que este último también está implicado en incursiones cibernéticas en el Departamento de Estado, la Casa Blanca y el Estado Mayor Conjunto.

Andrei Soldatov, un experto en los servicios de seguridad rusos, ofrece otra hipótesis: Uno de los intrusos es un equipo privado, el segundo es un proveedor del Estado. La afirmación de la responsabilidad del ataque por un hacker, quien dio un seudónimo y dijo era rumano, pero no podía hablar inglés, parecía un señuelo poco convincente.

Wikileaks, cuyo fundador, Julian Assange, solía presentar un programa de televisión en un canal de propaganda rusa negó cualquier conexión con los rusos y el Kremlin se burló de él. No obstante, la aversión de Putin hacia Hillary Clinton y, por lo tanto, un posible motivo para socavarla, está bien documentada. En el 2011, Putin la culpaba por las protestas contra las elecciones parlamentarias amañadas de Rusia: Ella "dio el tono" y "les dio una señal", criticó Putin, para quien los disturbios en el mundo possoviético es generalmente un signo de maquinaciones estadounidenses. En Moscú, Hillary Clinton es ampliamente vista como belicista y promotora de sanciones.

Trump parece mucho más aceptable para el presidente ruso. Trump prefiere la discusión de acuerdos bilaterales a alianzas y el aislamiento al activismo global. Les resta importancia a los abusos de derechos humanos en Rusia y al papel de los Estados Unidos en su tratamiento y, lo más alentador para Putin, desprecia la OTAN, lo que sugiere que su compromiso de defensa mutuo podría ser opcional.

Todo eso lleva a algunos a discernir una propuesta rusa para impulsar su candidatura. Los de mentalidad conspiratoria incluso sospechan un vínculo entre su campaña y el Kremlin. Señalan a sus escarceos de negocios en Rusia, comentarios aduladores sobre Putin y el pasado de sus confidentes. Paul Manafort, su jefe de campaña, fue consejero del ex presidente Viktor Yanukovich, de Ucrania, que actualmente vive en el exilio en Rusia. Uno de sus asesores de política exterior, Carter Page, tiene vínculos con Gazprom.

Trump se burló, también, pero luego, sorprendentemente, pareció exigir también a los rusos para desenterrar los correos electrónicos privados de Clinton. También contempló la posibilidad de reconocer la anexión de Crimea llevada a cabo por Rusia.

Aún así, la coincidencia de ese personal y esos vínculos podría explicarse por correlación en lugar de conspiración: trabajar para títeres de Putin y de Trump requiere igual falta de escrúpulos. Maria Lipman, editora de Counterpoint, una revista de la Universidad George Washington, en el Distrito de Columbia, cree que el Kremlin sabe que su influencia en la política estadounidense es pequeña. Si Rusia tiene algo que ver, el objetivo podría ser el de retratar a la democracia americana como defectuosa y de mal gusto, antes que, de manera más ambiciosa, pivotear las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre próximo hacia Trump.

Una investigación del FBI podría aclarar si este hackeo se ajusta a otras exposiciones dirigidas del Kremlin de políticos incómodos, que más típicamente son conversaciones telefónicas grabadas o imágenes borrosas de relaciones sexuales fuera del matrimonio.

Cualquiera haya sido la intención, parecería que Trump resultaría más perjudicado por el episodio que Clinton. Claro está, si él todavía es capaz de sentir alguna vergüenza.

Déjanos tus comentarios en Voiz