Por Marcelo A. Pedroza

COACH – mpedroza20@hotmail.com

La ciencia avanza constantemente hacia nuevos descubrimientos, que si bien son realizados ante grupos determinados de personas y evalúan situaciones muy concretas sobre sus reacciones particulares puestas en foco de estudio, los mismos revelan el inagotable misterio que yace en la vida humana.

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Se sabe que la corteza prefrontal ventromedial, situada entre los ojos y por encima de ellos, y que tiene el tamaño de una ciruela es una pieza clave donde también habitan las emociones. Allí se procesan y se proyectan para influir en el comportamiento de las personas.

Y si esa área cerebral presenta algún trastorno puede facilitar la emisión de juicios fuera de los cánones normales, que impidan u obstruyan la sociabilidad de ese sujeto afectado hacia los demás. Si hay algún daño en esa zona del cerebro se puede ver afectada la capacidad de emitir juicios de valor.

El diccionario de la Real Academia Española sostiene que la palabra juicio deriva del latín iudicium, y dice que es la facultad del alma, por la que el hombre puede distinguir el bien y el mal y lo verdadero de lo falso. También expresa que es un estado de sana razón opuesto a la locura o delirio, entre otras acepciones.

La aptitud para entender es un atributo propio de la vitalidad del ser humano. Lo hace vigoroso la conexión entre el intuir bien, el discernir bien y el comprender bien. Entender significa percibir y tener una idea clara de lo que se dice, se hace o sucede; o descubrir el sentido profundo de algo.

Al intuir, discernir y comprender se puede conocer y ese proceso habilita para poder distinguir un hecho de otro, por ejemplo. Acceder al conocimiento sobre algo o alguien es necesario para poder diferenciar algún criterio si el caso así lo amerita.

Esto permite que existan opiniones razonadas sobre aquello que se ha entendido. Así el juicio vive concretamente la concepción que lo identifica como una facultad del entendimiento.

¿Cuántos enigmas residen en la constitución de la estructura del organismo humano?, ¿por qué entre y sobre los ojos yace un espacio tan especial que vincula lo emotivo y lo cognitivo?; quizás, como lo esencial es invisible a los ojos, al decir de Antoine de Saint-Exupéry en su obra "El principito", haya sido necesario darle una ubicación cercana para que toda vez que las personas se propongan puedan activar y utilizar sus recursos inherentes para descubrir el significado de las situaciones que viven en sus días.

Es una virtud intrínseca de todas las personas, la poseen y la pueden potencializar en todos los momentos de su vida.

Estimular la generación de juicios que permitan la valoración de lo que pregona la posibilidad de crecer sin perjudicar a nadie, es una manera que puede ayudar a discernir y descubrir lo bueno de lo malo.

El poder de lo básico y visible debe estar amparado por principios genéricos que marcan las señales claras hacia dónde dirigir las acciones. Lo que ayuda a prosperar y no daña sirve como ancla protectora en todo movimiento.

Los razonamientos sociales necesitan ampararse en las empatías de las emociones constructivas. Hay que transmitir ejemplos simples y concretos a través de los hechos diarios.

¿Hacia dónde van dirigidos nuestros juicios?, ¿con qué autenticidad los elaboramos y cuál es el grado de coherencia de los mismos?, ¿qué impacto generan en los ámbitos donde convivimos? Las sanas razones de lo colectivo se construyen. Y son posibles si cada uno las vive para que sean estandartes de la comunidad que habita.

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