El senador Enrique Bacchetta lanzó una acusación grave contra sus pares de Diputados, afirmando que están siendo sobornados para tomar decisiones, aunque, a renglón seguido, afirmó que no tenía pruebas.

No es el primer parlamentario que lanza acusaciones de ese tenor y calibre contra sus colegas, ni, lamentablemente, será el último, ya que tales acusaciones sin respaldo ni responsabilidad resultan útiles, en rencillas internas, para desatar el rumoreo en los conventillos públicos o en las redes sociales, bajo la protección del anonimato, en fin, desatar los instintos difamadores de radio so'o.

En el caso de los parlamentarios, no necesitan del anonimato, porque cuentan con fueros para evitar responsabilidades. Es decir, que pueden chismear, es decir traer y llevar chismes "noticias que pretenden indisponer", según la Academia, sin sufrir las consecuencias que sufriría el resto de los ciudadanos.

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El filósofo griego Teofrasto –discípulo destacado de Aristóteles, quien lo bautizó con ese nombre, que significa "que habla divinamente"– dejó un imprescindible tratado de los Caracteres, en que describe los tipos humanos, con un profundo sentido crítico basado en la descripción minuciosa de rasgos y de vicios; entre ellos incluye la maledicencia: "la inclinación de la persona hacia lo peor expresada en palabras".

Tras hacer un sintético y agudo repaso de las personas que se dedican a hablar mal de los demás y decir que son capaces de hablar mal de "sus amigos y parientes e incluso de los muertos" –en nuestro caso habría que añadir de los colegas–, el filósofo, ya en aquel entonces, ve la corruptela que alcanza también al verbo: "A la difamación la denomina franqueza, democracia, independencia".

Aparte de malicioso, el acusador, en este caso específico, se comporta como un necio, ya que el desprestigio, para el que una buena parte de la ciudadanía está predispuesta, cae sobre el mismo denunciante. Y, lo que es más grave, la institución: el Parlamento nacional.

Un filósofo contemporáneo que ha profundizado sobre la historia y los matices de la maledicencia y el rumor, añade a la clasificación "la difamación, la calumnia, el chisme".

Y son muchos los juristas contemporáneos, y muchos los códigos legales que incluyen los delitos, que hablan de afectar el honor, con el agravante de que "la parte denunciante no recurre a un testimonio real para respaldar su acusación, sino a un testimonio sin rostro, con lo que el honor producido por la charlatanería, sin posibilidades de defensa, queda siempre en entredicho.

Como bien define la Academia, chismear tiene un objetivo: indisponer a unos con otros, en este caso, a los parlamentarios con la ciudadanía que, como sabemos, en general mete a senadores y diputados en la misma bolsa, en la misma lista sábana, aunque tengan diferentes caminos para ser elegidos.

Es decir, que a parte de malicioso, el acusador, en este caso específico, se comporta como un necio, ya que el desprestigio, para el que una buena parte de la ciudadanía está predispuesta, cae sobre el mismo denunciante. Y lo que es más grave, la institución: el Parlamento nacional.

Es sumamente grave y estúpido que un parlamentario eche leña al fuego de un desprestigio que ya ha tomado cuerpo en la sociedad y que se manifiesta cada vez más globalmente en los medios de comunicación tradicionales, en los digitales y en las redes sociales.

Es decir, que en este caso –en los precedentes del mismo tenor y en los que vendrán– tenemos un agravante que recae más sobre el acusador que sobre los acusados –aunque lo comparten, ya que están todos en la misma bolsa–, ya que desde el seno mismo de la institución más representativa del país – pues reúne a los electos representantes del pueblo– se atenta –sin denuncia fundamentada o respaldada, irresponsablemente lanzada al mercado del chismerío– contra el Congreso, históricamente pilar fundamental del civilismo y de la independencia, desde la fundación del Cabildo de Asunción.

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