Por Clari Arias
@clariarias
Hace rato debí escribir este artículo. No lo hacía porque algunos pusilánimes que me rodean me "aconsejaban" no escribir sobre la gestión del hermano de un potencial candidato a la presidencia de la República, y aquí cito a uno de estos mequetrefes, "este gobierno ya se está yendo, y es mejor hacer buenas migas con el que vendrá".
Pues bien, mi tarea no es hacer migas, ni buenas ni malas, con nadie. Mi tarea es ser –y estoy muy seguro– la voz de los que no son escuchados porque no tiene la bendición de la palabra escrita en un periódico, o largas horas en radios de alcance nacional. Por eso decidí hoy hablar como asegurado del IPS.
Estoy harto del IPS. Nunca estuvo tal mal como ahora. Ninguno de nosotros estamos seguros de que nos van a atender cuando caigamos enfermos por alguna dolencia, grave o no, crónica o mortal, curable o incurable.
Somos aportantes mes a mes nos guste o no, porque así manda la ley, y ojalá pudiéramos decir que el Instituto de Previsión Social también acata lo que establecen la leyes, pero no es así.
En un caso extremo dado a conocer en las últimas horas a través de un periódico (ABC 27-07), el ciudadano Miguel Rojas, con una antigüedad de quince años como aportante al IPS, se vio obligado a recurrir a la Justicia para lograr un amparo que le garantizara atención y medicamentos a una grave condición cardiaca que precisa de intervención quirúrgica, inclusive.
El señor Rojas, agobiado por una situación de vida o muerte, no tuvo más remedio que gastar dinero para contratar a un abogado y lograr lo que era obvio, que la Justicia le dé la razón.
Si todo este drama es de gravedad, ni hablemos del caso omiso que habría hecho el presidente del IPS, Benigno López, que en su condición de abogado del foro sabe de sobra que una actitud tan temeraria como la de desoír una orden judicial es imperdonable para un hombre de leyes.
En su defensa, el IPS alegó que sí fue agendada una operación para el recurrente, y que éste no se presentó. A estas alturas ya es difícil creer nada de lo que argumenten las autoridades del Instituto ante los antecedentes del caso.
Hace apenas unos días una asegurada con largos años de aporte recibió la peor de las noticias: padece de cáncer de pulmones en etapa 3, con metástasis.
Si no fuera por los gritos desesperados de ayuda de la mujer en cuestión, Lourdes Gavilán, probablemente hoy día estaría sin recibir su tratamiento de quimioterapia, la última esperanza que le queda para luchar por su vida. Tuvo que contar a una radioemisora, humillada, que estaba esperando una decisión administrativa para que le autorizaran la quimioterapia y las drogas para tal procedimiento.
Solo después del lamento a través de un medio de comunicación, los responsables de tal decisión administrativa aprobaron el tratamiento, y la paciente (en las dos acepciones de la palabra) tuvo que esperar cinco largas horas en la sección de oftalmología (sí, ¡leyó bien!) para que luego le dieran cama y así hacerse su primera quimioterapia.
Todos los días se suceden decenas de casos de aportantes que no son atendidos en el IPS. Los médicos ya no saben qué decir y mucho menos qué hacer con las quejas de los asegurados que no pueden recibir alivio a sus dolencias, por falta de medicamentos e infraestructura.
Hace pocas horas nos enteramos de que la previsional adeuda más de 120 millones de dólares a sus proveedores de insumos y medicamentos. ¿Cómo puede ser posible que la deuda haya llegado a semejantes montos?
¿Qué pasa en el Instituto de Previsión Social? ¿Estamos ante el colapso definitivo de nuestro principal sistema de atención médica y jubilación? ¿Qué será de nosotros los que estamos a mitad del camino del retiro? Hay tantas preguntas para hacer, y por lástima las respuestas tienen un mismo sabor, el de las penurias.