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El mundo está a punto de experimentar algo no visto desde la Peste Negra en el siglo XIV: muchos países con poblaciones que se reducen. Ya hay unos 25 países con conteos de habitantes en declive y las proyecciones de Naciones Unidas sugieren que, para la última cuarta parte de este siglo, quizá haya más de 100.
Parece seguro que ese cambio tendrá un gran impacto económico, pero hay mucho debate sobre cuál sería ese impacto. Después de la Peste Negra, una escasez de mano de obra eventualmente condujo a un aumento sostenido en los salarios reales. Si esa tendencia se repitiera, sería un gran cambio después de un prolongado periodo de crecimiento salarial débil que ha avivado el descontento político en todo el mundo rico.
Un nuevo reporte sobre el panorama demográfico elaborado por Berenberg, un banco alemán, se enfoca en una medición importante: el índice de dependencia. Este compara el número de niños y ancianos con las personas en edad de trabajar, entre los 15 y los 64 años.
Entre más alto el índice de dependencia, mayor la carga para la fuerza laboral. En las economía más grandes del mundo, dejando de lado a Estados Unidos, la fuerza laboral está destinada a reducirse significativamente.
En muchos países desarrollados, el índice de dependencia se elevó después de la Segunda Guerra Mundial, gracias al auge de nacimientos, luego cayó a fines de los años 60 y en los 70, conforme los nacidos en aquella época, los llamados baby boomers, entraban en la fuerza laboral, y recientemente empezó a aumentar de nuevo.
Esa historia hace posible analizar cómo se desempeñaron las economías durante períodos de índices declinantes y en ascenso. Berenberg basó su análisis en 10 países ricos: Alemania, Australia, España, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia, Japón, Suecia y Suiza.
El mercado de la vivienda parece un lugar obvio para empezar. Se esperaría que una creciente fuerza laboral elevara más los precios de las casas, conforme los asalariados buscaran más espacio para sus familias.
En efecto, los autores encontraron que, desde 1960, el aumento promedio en los precios reales de las viviendas cuando el índice de dependencia disminuía –es decir, cuando había relativamente más trabajadores– era de 2,7 por ciento al año. Sin embargo, cuando el índice de dependencia aumentaba y había relativamente menos trabajadores, los precios reales de las casas caían en 0,2 por ciento.
De manera similar, como se podría esperar, el PIB real per cápita tiende a crecer más rápidamente en años en que el índice de dependencia está cayendo que en los años en que está aumentando, en 2,6 y 1,9 por ciento, respectivamente. Tener más trabajadores facilita más que la economía crezca. La inflación también tienden a ser más alta en años en que el índice de dependencia está declinando y más baja cuando el índice está aumentando, en 4,1 y 2,7 por ciento, respectivamente.
Eso apunta a un problema. En las últimas décadas, el mundo desarrollado ha visto un gran aumento en las proporciones totales entre deuda y PIB en los sectores privado y público.
La gente tiende a endeudarse por dos razones: para mantener su consumo o para comprar un activo; para los individuos, a menudo se trata de una casa. Esto requiere la creencia de parte del deudor y el prestamista por igual de que, como mínimo, sus ingresos futuros y los precios de los activos no caerán en mucho, de manera que el dinero será pagado.
En un mundo de crecimiento débil, baja inflación y precios inmobiliarios estancados, las deudas se vuelven mucho más difíciles de pagar. En realidad, ese ha sido el panorama en gran medida desde la crisis financiera en el 2008: la deuda se ha movido un poco, del sector privado al gobierno, pero las proporciones totales de deuda en relación con el PIB no han caído.
El espectáculo se ha mantenido vigente por las grandes reducciones en las tasas de interés, las cuales han permitido a la mayoría de los deudores mantener el pago del servicio de sus deudas. La demografía sugiere que la era de las tasas de interés bajas continuará. Berenberg encuentra que, desde 1960, las tasas de interés reales han tendido a aumentar cuando el índice de dependencia está declinando y a caer cuando el índice está en ascenso, como ahora se prevé que sucederá.
Las tasas bajas son en parte una política deliberada por parte de los bancos centrales para estimular la economía alentando a la gente y a las empresas a pedir prestado. Conforme los trabajadores envejecen, sin embargo, tienen menos probabilidad de querer endeudarse. Si una fuerza laboral en envejecimiento significa un crecimiento más lento, las compañías no querrán pedir prestado para invertir.
En suma, la política quizá no funcione. En realidad, el estudio de Berenberg encontró que, desde 1960, la deuda del sector privado ha aumentado casi tres veces más rápido, en relación con el PIB, en años en que el índice de dependencia estaba disminuyendo que cuando estaba aumentando.
El gran interrogante es si el crecimiento económico y los niveles de deuda crecientes van de la mano, o si el primero puede continuar sin los segundos. Si no puede, el futuro pudiera ser ciertamente desafiante.
Generar crecimiento en nuestro mundo en envejecimiento podría requerir un gran mejoramiento en la productividad o un significativo aumento en la participación en la fuerza laboral entre los trabajadores de más edad. Hasta la fecha, los signos sobre la productividad no son alentadores y los índices de empleo de los adultos mayores tienen mucho que recorrer.