Por Marcelo Pedroza

COACH

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Es un estado que está latente en cada ser humano. Su condicionalidad se supedita a la emocionalidad con la que vive cada persona. Los momentos pueden ser disparadores para que su presencia sea posible.

La sucesión de hechos genera oportunidades para vivenciar sus efectos. Es que los mismos se constituyen en el motor de acción de lo que se siente. Son los actos amparados por su calidad emotiva. Sin necesidad de proponérselos son los que demuestran lo que perciben.

Son los que se percatan que algo ha pasado. Son los que se manifiestan y al hacerlo pueden experimentar expresivamente lo que creen sobre lo que están viviendo. Son los que buscan hallarse junto a quienes también viven las consecuencias de la estampa que los distingue. Es que cuando alguien se conmueve la humanidad está viva.

Las emociones habitan en la subjetividad de quien las desarrolla y en esa interioridad encuentran la dimensión de lo que representan. Es el ambiente que propicia el universo más amplio para el desahogo de lo que acontece. Es el lugar en común donde habitan los cosmos conmovidos de aquellos que conocen de lágrimas y sonrisas.

Lo vivido está inundado de conmociones internas. El impacto de las mismas repercute indefectiblemente en el exterior. Es ineludible que lo de adentro se traslade hacia afuera, y ese tránsito ocurre más allá de que se trate de evitar, en los casos que así se decide proceder, o aunque se intente acelerar lo que requiere de un tiempo para poder darse a luz.

Esa inapelable ligazón tiene doble vía y la conectividad se retroalimenta una y otra vez; al acceder a la superficie visibiliza el origen de lo anterior almacenado en la privacidad del sujeto y da paso a una nueva interpretación de lo que se percibe.

Las emociones habitan en la subjetividad de quien las desarrolla y en esa interioridad encuentran la dimensión de lo que representan. Es el ambiente que propicia el universo más amplio para el desahogo de lo que acontece.

La sociedad también se conmueve. Y lo hace a través de quienes la conforman. Son los gestos de dolor, las palabras de aliento, los comportamientos de superación, las acciones tendientes a solucionar lo que requiere de la buena voluntad, las enseñanzas de la convivencia, los encuentros para avanzar, y todo lo que cada uno vive al conmoverse.

Aquello que se exterioriza convoca a otro, es la manifestación de: contigo se realiza, culmina o comienza lo que me interpela. Entonces con el que está al lado se visibiliza fehacientemente lo que se lleva dentro. Surge una provocación genuina y cristalina que mueve la interioridad del prójimo. Que podrá materializarse si está dispuesto a conmoverse. Si quiere vincularse con y por lo que se presenta como causa movilizadora.

Donde habitan las impresiones puede haber inquietudes. En el universo subjetivo la multiplicidad de sensaciones revela la opulencia que posee el ser humano y que le permite su acceso a la socialización de su grandiosa esencia.

Lo que lo intranquiliza, lo que lo turba, lo que lo agita necesita ser dicho. Y es nuevamente el que convive en su entorno el que puede conmoverse. Quizás basta que uno se conmueva para lograr que lo que duele le dé paso a lo que trae esperanza.

Aquel afligido puede conmoverse por la actitud que ha tenido hacia él quien lo ha comprendido. ¡Cuánto ha sucedido para que haya podido comprender! Se involucró, se compenetró, intuyó, captó, vislumbró y conoció acerca de lo que le aquejaba a la otra persona.

¿Y si otros dos vuelven a conmoverse? Siguen dándole relevancia al otro, como el testimonio citado en el párrafo anterior. Cuando uno se conmueve activa su vida. Se interroga, se cuestiona, se compromete consigo mismo y con quienes están a su alrededor.

¿Y si dos más se conmueven y se comprometen a construir un lazo respetuoso y beneficioso para ambos? Están dando un ejemplo singular que fomenta la existencia de una sociedad dispuesta a crecer. ¡Cuánto importa la sensibilidad en todo esto! Mucho. Es determinante. Es el principio elemental que alimenta la vida colectiva.

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