William D. Cohan
Cuando un profesor emérito de la London School of Economics, que también pasó muchos años como asesor en el Banco de Inglaterra, respalda públicamente a una muy necesaria –pero por lo general pasada por alto– reforma de Wall Street, es una ocasión para celebrar.
El economista en cuestión es Charles Goodhart, quien, la semana pasada en un foro del Banco Central Europeo, en Sintra, Portugal, hablando con seriedad considerable e ingenio preguntó por qué las entidades reguladoras del sistema financiero del mundo habían pasado tanto tiempo en los últimos años preocupándose por ratios de capital y liquidez y tan poco tiempo preocupándose por la administración y las prácticas de pago de Wall Street.
Estos problemas, dijo, "influyen mucho más en los incentivos personales y, por lo tanto, en las decisiones de negocio".
El profesor Goodhart no se oponía a asegurarse de que los bancos tuviesen suficiente capital y liquidez.
Es solo que –mis palabras, no las suyas– la forma en que Wall Street recompensa a sus trabajadores y la cantidad de dinero en cuestión son un barómetro mucho más fiable de cómo los banqueros, los operadores y los ejecutivos se comportan todos los días.
Los reguladores financieros no se acercaron ni siquiera un poco a discutir el tema públicamente como lo hacen con otras cuestiones reglamentarias. Pero tal vez ha llegado el momento.
"Océanos de tinta", dijo el profesor Goodhart en su discurso, "se han utilizado para examinar y deplorar el incentivo y el efecto de riesgo moral de los seguros de depósito, mientras que mucha menos atención se ha prestado a las implicaciones mucho más potentes y similares de la responsabilidad limitada, sobre todo en aquellos que están en condiciones de influir en la decisión de un banco".
Durante las últimas décadas, las firmas de Wall Street se han transformado a sí mismas de pequeñas asociaciones privadas en gigantes financiados con fondos del público. En el camino, dejaron de lado la vieja manera de hacer las cosas, en la que el capital operativo provenía de los socios, quienes en última instancia enfrentarían cualquier responsabilidad si algo salía mal, incluyendo la pérdida de sus propias fortunas.
En cambio, la antigua cultura de la sociedad se transformó en una cultura de primas y gratificaciones, donde los banqueros, los comerciantes y los ejecutivos tienen mínima responsabilidad cuando las cosas van mal.
Las crisis seguirán ocurriendo. El profesor Goodhart predijo que la siguiente golpearía en el 2025. Pero serán los acreedores y los accionistas quienes pagarán el precio y pagarán muy caro por los errores de Wall Street a menos que algo cambie. Como decía el mantra de la crisis financiera del 2008: los riesgos de Wall Street han sido socializados, mientras que las ganancias han sido personalizadas.
No parece en absoluto una coincidencia que, desde mediados de la década de 1980, hubo un marcado aumento en la frecuencia e intensidad de las crisis financieras y sus efectos a medida que los bancos de Wall Street se transformaron en empresas con participación accionaria del público y comenzaron a otorgar bonificaciones a individuos sobre la base de las ganancias que aportaban. De 1987 al 2009, el complicado sistema de recompensa de Wall Street dio lugar a la crisis de 1987, la contracción del crédito a principios de 1990, la burbuja de internet a finales de 1990, la crisis asiática, la crisis mexicana y, por supuesto, el plato fuerte, la gran recesión del 2008.
Eso tiene que cambiar, dijo el profesor Goodhart a los principales reguladores bancarios y a los académicos de Europa. Su idea es que las instituciones financieras de importancia sistémica –las llamadas SIFI (por sus siglas en inglés)– vuelvan a un modelo de sociedad "donde los responsables de las decisiones ejecutivas –los socios– efectivamente tengan una más amplia e ilimitada responsabilidad que la proporcionada por el modelo de la responsabilidad limitada".
"De modo que, si un banco tiene que ser rescatado, los socios tengan que pagar por todo, o, al menos, en proporción a la participación que tengan".
Por supuesto, es poco probable que un lugar como Goldman Sachs pueda alguna vez volver a ser una sociedad privada, como lo fue en sus primeros 130 años en el negocio. Tal medida requeriría una compra que demandaría 100 mil millones de dólares e implicaría una deuda y un riesgo financiero mucho más allá de lo que podría permitir cualquier regulador prudencial en su sano juicio.
Pero aún es posible reintroducir un elemento importante, una nueva medida de rendición de cuentas en el sistema de compensación de Wall Street, que se ha convirtió en demasiado bueno para gratificar a banqueros, operadores y ejecutivos que asumen grandes riesgos con el dinero de otros y es absolutamente pobre a la hora de penalizarlos por mal desempeño.
Dado que cada firma de Wall Street tiene una cultura societaria en su ADN, no debería ser difícil idear un nuevo sistema de compensación basado en la ética de las viejas sociedades.
Lo que debe suceder, y pronto, es que los cerca de 500 altos ejecutivos de las restantes firmas de Wall Street –aquellas personas que son responsables de cosas como el salario, ascensos, asignación de capital y estrategia del negocio– comprometan toda su responsabilidad de nuevo.
Deberían, una vez más, saber que, si su empresa toma riesgos imprudentes, muy probablemente toda la riqueza que acumularon con los años, en forma de salario y gratificaciones, será repartida entre los accionistas y los acreedores cuyo dinero apostaron y perdieron.
"Mis muy queridos hermanos", dijo el profesor Goodhart la semana pasada, "déjenme empezar guiándolos en esta oración: Señor, perdónanos porque hicimos cosas que no deberíamos haber hecho y por no hacer las cosas que deberíamos haber hecho.
La vida está llena de pecados cometidos y de pecados por omisión".
Reformar el sistema de compensación de Wall Street para que premie el comportamiento que no condene al resto de nosotros a otra calamidad financiera es uno de los principales pecados de omisión al que se refería. Amén.