Por Pablo Noé

Editor general adjunto

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En nuestra sociedad, las críticas más encendidas, y con justa razón, apuntan a la dirigencia política tradicional que con su accionar, de espaldas a las prioridades de la gente, operan para satisfacer sus intereses particulares.

Todo este circo, enmarcado dentro de un manto pseudolegal, se repite infinitamente, en donde cada acto tiene un desenlace casi esperable, modificando anécdotas temporales, para que el destino siga siendo el mismo de siempre.

Los cuestionamientos, que toman el color del cristal con el que cada facción pretende dotar al hecho, para profundizar la crítica o afilar las justificaciones, forman parte de un ritual que se replica en los medios de comunicación, aumentando el impacto de los mismos.

Esto satisface la capacidad ciudadana de preocuparse por un "país mejor" para después volver a las actividades habituales del día a día.

Ante este panorama, el diagnóstico es conocido y reiterativo: buscar una transformación de la élite política que administra los recursos del país. La democracia, método de gobierno que adoptamos en la República del Paraguay, nos obliga a asistir a las urnas cada 5 años para plasmar este descontento, o intentar conformar una plana dirigencial distinta, aunque el resultado es casi siempre el mismo, se cambia seis por media docena, para que la maquinaria siga aceitada produciendo el mismo efecto.

La senda para edificar una sociedad mejor es larga, por los años de negligencia que permitieron instalar este esquema operativo y de pensamiento.

En ese transitar, también se pueden contar logros que levantan el optimismo de la gente, y que son avances innegables. Uno de los más destacados es la Ley de Acceso a la Información Pública, un logro ciudadano y de organizaciones civiles que influyeron en el pensamiento de actores partidarios, que entendieron la necesidad de instalar la transparencia; un camino, sin retorno.

Otro meritorio y destacable hecho que insufló de espíritu renovador es el movimiento estudiantil denominado #UNAnotecalles, que consiguió modificaciones importantes en la principal casa de estudios terciarios del país, gracias a la fuerza inconmovible de miles de estudiantes que hicieron saber su descontento con el manejo de las entonces autoridades del ente.

Sin embargo, aquella gesta, que tuviera un impacto tan positivo en la sociedad, ya que plasmó en cada movilización la idea de que el cambio es posible en manos de quienes buscan mejorar su presente, proyectándose a un futuro mejor; está con destino a la deriva por miles de factores.

Como resultado de lo que se pensaba podría ser el inicio de la transformación de la Universidad Nacional, terminó como caso un gatopardismo, que es tradicional en la partidocracia nacional, con un cambio de nombres, pero sin una modificación en la matriz administrativa y educacional de la institución.

En estas condiciones, volver a pedir a la ciudadanía que acompañe un movimiento que apoye una limpieza de esta u otra casa de estudios parece una quimera. Porque la sensación que queda es que todo esfuerzo es vano.

Los organismos estatales encargados de ofrecer respuestas a las denuncias concretas no estuvieron a la altura, y a casi un año de aquellos sucesos, los avances que se observan son absolutamente insuficientes.

Actualmente existe una movilización de estudiantes en Ciencias Económicas de la UNA preocupados porque la separación del cargo del decano Hugo Checo debido a rencillas entre grupos de poder en esa facultad.

Las denuncias son similares a las que habían generado la indignación en el 2015, y el futuro se plantea difuso, porque aparentemente uno de los grupos está imponiendo su voluntad.

En estas condiciones, volver a pedir a la ciudadanía que acompañe un movimiento que apoye una limpieza de esta u otra casa de estudios parece una quimera. Porque la sensación que queda es que todo esfuerzo es vano.

Mientras las instituciones estatales encargadas de honrar las denuncias sigan demorando su accionar, y se tengan sospechas reales que los intereses son diferentes a los que buscaron los manifestantes, será difícil –por no decir imposible– que la gente recupere la fe en la movilización como elemento de transformación del país.

Así, se apaga el fuego de la revolución como vía de cambio, y se vuelve a la abúlica politiquería paraguaya. Esa que es harto predecible, en la que el resultado para la gente es conocido, un escenario profundamente nefasto.

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