Por Pablo Noé
Editor general adjunto
pnoe@lanacion.com.py
La vida no es más que un proceso de desarrollo constante, en el que las personas vamos avanzando, corriendo los límites. Al ir a la escuela comenzamos a mover estas fronteras, que inicialmente son físicas, puesto que se abandona el calor del hogar para desarrollar una serie de relaciones con otras personas, con historias diferentes, en donde la convivencia se erige en un elemento clave.
En el proceso educativo formal se transforman los límites individuales, se desarrollan capacidades, se potencian intereses, las personas van desarrollándose. Aprendemos a escribir, las operaciones matemáticas, cultivamos nuestra capacidad de abstracción. Desde esa plataforma superior vemos el mundo con un horizonte absolutamente distinto, en el que nuestras capacidades van fortaleciéndose en directa relación a nuestros intereses.
El progreso individual puede equipararse al de la sociedad, en el que cada paso favorece a la comunidad. Así se establecen parámetros sociales que son internalizados como buenos o malos. Se valoran hechos de una manera específica y se critica lo que no es bien visto. Así, por ejemplo, premiamos la honestidad y castigamos a la corrupción. Esta es una realidad tan natural en el ser humano, que no siempre reparamos en analizar los puntos que debemos fortalecer y los que debemos modificar.
Suceden con campañas de concienciación en donde se intentan dimensionar en números el impacto, sin reparar en un debate cualitativo del mensaje.
Uno de los aspectos en donde más se debe trabajar es en la manera de afrontar los desafíos de la sociedad del conocimiento. La tecnología impacta en nuestras vidas de forma totalmente diferente de acuerdo a las distintas edades, y por consiguiente, la reacción ante un estímulo también es radicalmente diferente. Existe un punto en común, la mayoría de los que tienen poder de decisión, ya sean jefes o gobernantes, no son nativos digitales, lo que en cierto punto equilibra la balanza.
En esta realidad, nadar en las turbulentas aguas del impacto viral, en donde la retroalimentación del público en redes sociales es inmediata, se volvió un tema crucial. Todo está sujeto a observación en ese campo, y la educación se torna un factor fundamental e imprescindible para dotar de calidad al debate, porque el objetivo es establecer límites, dotar de valor a lo que se hace, discriminar lo tolerable de lo intolerable.
Existe una premisa mal entendida que debe ser revisada, que apunta a que todo lo que es masivo es bueno. No necesariamente aquello que es observado por una mayor cantidad de personas debe ser valorado de manera positiva. Hay toda una tendencia que considera que el fin último de cada acción es alcanzar la mayor cantidad de me gusta o que el contenido sea compartido. Cuando las cosas se hacen con el único objetivo de obtener este mayor alcance, no siempre se repara en el contenido expuesto. O el mismo no es sometido a un estudio profundo, puesto que el único parámetro cotejado es la cantidad. En el momento en que se privilegia la cantidad, se deja de lado la calidad. Allí comienzan los problemas.
Suceden con campañas de concienciación en donde se intentan dimensionar en números el impacto, sin reparar en un debate cualitativo del mensaje. Se confunden los tantos, porque se cree que cuando se habla de algo ya se logra la meta, dejando de lado el factor educativo como componente inherente a un mensaje que pretende cambiar conductas. Es radicalmente distinto que se mencione un tema, a que esta conversación sirva para transformar patrones de comportamiento. Existe una diferencia abismal entre ambos conceptos y esto debe ser comprendido.
Los límites de la generación del conocimiento se corrieron definitivamente desde que el hombre encontró en este nuevo paradigma de la globalización un mundo de oportunidades. Aquí la educación se erige en la clave que marcará nuestro destino. Este proceso debe ser ampliamente debatido y permanentemente revisado. Mientras posterguemos esta discusión, seguiremos golpeándonos la cabeza frente a una realidad en la que estamos inmersos y que será totalmente favorable, si descubrimos el camino que nos llevará a construir una educación acorde a estos desafíos.