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"Hay dos posibilidades", especuló Norbert Hofer, quien de repente se encontró a sí mismo como el abanderado de la extrema derecha de Europa.

Era el 22 de mayo. La votación de la segunda vuelta presidencial de Austria había terminado y el candidato del Partido de la Libertad de Austria (FPÖ) parecía tener ventaja.

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"La primera: me convierto en presidente", dijo Hofer. "La segunda: me convierto en presidente, y Heinz-Christian Strache se convierte en canciller".

En el jardín de la cerveza del parque de diversiones Prater de Viena, sus partidarios rugieron, ahogando los gritos de la montaña rusa adyacente. Strache, líder del FPÖ, sonrió.

Una vez que las papeletas de voto ausente se contaron al día siguiente, un tercer escenario se materializó. Hofer, quien porta una pistola Glock, supuestamente para defenderse de los refugiados, perdió por estrecho margen frente a Alexander Van der Bellen, de 72 años, ex líder del Partido Verde de Austria. Solo 31.000 votos evitaron la elección del primer jefe de Estado de extrema derecha en Europa occidental desde 1945.

¿Cómo llegó tan cerca de ser electo un hombre que habla de la "invasión musulmana" de Europa?

La respuesta es, en parte local, en parte europea. El FPÖ simboliza plenamente el fracaso de Austria de reconciliar su complicidad con el Tercer Reich. Fundada por antiguos oficiales de las SS, el partido tiene estrechos vínculos con fraternidades secretas de Austria que abrazan la ideología pan-germanista.

El FPÖ cambió su antisemitismo por la islamofobia: "Viena no debe convertirse en Estambul", sostiene una consigna. Pero goza de cierta respetabilidad. Se han formado gobiernos regionales, tanto con el ÖVP de centro-derecha y el centro-izquierda SPÖ, y en el 2000 se unió a un gobierno nacional como un aliado menor.

Los votantes en Austria están hartos de los dos partidos mayoritarios tradicionales. Durante décadas, esas organizaciones políticas repartieron empleos estatales a sus partidarios y cerraron coaliciones desde el 2007. La tasa de desempleo aumentó ligeramente, hasta el 5,7%. Cuando la crisis migrante estalló, la alianza de Gobierno SPÖ-ÖVP endosó al principio las políticas a favor de los refugiados de Angela Merkel (la canciller alemana), pero luego dio marcha atrás. El FPÖ, con sus oscuras advertencias sobre delincuentes extranjeros, se mostraba más seguro de sí mismo.

Los dos partidos de la clase dirigente, en conjunto, obtuvieron solamente el 22% de los votos en la primera vuelta de las elecciones presidenciales. Van der Bellen ganó más bien gracias al sentimiento anti-FPÖ que a su propio poder de convencimiento.

La dimensión continental es la crisis de refugiados. En toda Europa, los partidos de la derecha populista avanzaron hacia el foco del escenario político avivando el temor hacia los recién llegados. Algunos, tales como el partido Law and Justice, en Polonia, y Viktor Orban, en Hungría, son nacionalistas possoviéticos. Otros, como Alternative for Germany, el Danish People's Party, el Party for Freedom en los Países Bajos y UK Independence Party, en Gran Bretaña, son rupturas de la derecha tradicional. Luego hay partidos abiertamente racistas: como Jobbik, de Hungría, y Golden Dawn, de Grecia.

El FPÖ, como el Frente Nacional de Marine Le Pen, en Francia, se encuentra en una cuarta categoría: partidos de extrema derecha que seducen a nuevos electores suavizando su extremismo.

Los políticos tradicionales europeos –no como los estadounidenses, actualmente desconcertados por Donald Trump– carecen de una fórmula para vencer a los advenedizos. La derecha populista está utilizando la crisis de refugiados para atraer a los votantes más viejos, más pobres y más nostálgicos con discurso del orgullo nacional y la decadencia de las élites.

En Austria, por lo menos, los centristas tienen el ejemplo de lo que no hay que hacer. El país sufre de una dirigencia sobre acomodada y de un déficit de voces prominentes de la oposición. El SPÖ y el ÖVP consintieron a la derecha antirrefugiados en lugar de enfrentarse a ella.

El resultado del 23 de mayo podría haber sido al revés. Los moderados en otro lugares deberían tener miedo.

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