Por Marcelo A. Pedroza
COACH – mpedroza20@hotmail.com
El elogio alimenta el espíritu. Su manifestación puede ser simple, dulce, pequeña y espontánea. Nace cuando tiene que ser, es genuino y sincero. El elogio habita en el alma de quien lo siente y se realiza al compartirse con su destinatario. Este último no siempre sabe de la existencia de los elogios que se gestan en su nombre. Es que los elogios viven independientemente del conocimiento que pueda tener acerca de ellos su inspirador. Hay elogios que transcienden el tiempo, las épocas, las culturas, la vida misma de las personas que los han generado, incluso hay elogios que son fuertemente expresados cuando ese ser ha partido.
Hay elogios visibles ante los ojos de los demás. Y hay elogios que requieren de mucha intimidad. Unos y otros tienen sus razones para comportarse con sus propias formas. Elogiar es una manera de reconocer al otro. En el elogio se destacan los méritos, las cualidades, las acciones, las obras y todo aquello que se considera que amerita ser valorado. Se pondera lo bueno que se hace bien y con ganas de hacerlo así. Los elogios viven donde hay voluntades dispuestas a superarse. Ahí naturalmente se repiten y se estimulan.
Se enaltece lo bello, sí, eso que reconforta a los que reciben un saludo, una palabra, un aliento, una sorpresa, un apoyo, una invitación, una visita, un abrazo; eso que fortalece la actitud, el ímpetu, la expectativa, el ideal y el convencimiento; eso que anima a seguir haciendo, a sostener lo hecho, a querer lo que se vive.
Los elogios tienen sus argumentos, aunque a veces no se requieren palabras para expresarlos. La simpleza irradia la fuerza de los mismos, en ella se encuentran la nobleza y el cariño que alimentan su proceder y que permiten el equilibrio de su uso. La diversidad de posibles elogios es proporcional a lo que pueden producir en cada persona. De una u otra manera, se activan emociones positivas y eso se transmite indefectiblemente. Impacta en la estima del o la elogiada y repercute en sus inmediatos movimientos.
No se trata de hacer algo para buscar un elogio, ni de querer mostrar lo que se está haciendo para recibir un elogio. Los elogios no se persiguen, no se transforman en una finalidad por sí mismos; es que no se trabaja para ser elogiado, tampoco se comparte algo para recibir un elogio, ni se realiza un aporte para una justa causa con la intención de que después haya un elogio. Los elogios llegan genuinamente porque lo que ha precedido también lo es, la intencionalidad se focaliza en, citando los presupuestos recientemente mencionados, trabajar, compartir y aportar. Y hacerlo porque realmente se quiere hacer, no porque quizás tenga el eco del elogio.
Cuando se busca el elogio puede acontecer que el mismo nunca llegue o que sea tan intencionado como la acción que se basó solo en su conquista. En el caso que no se manifieste el elogio esperado pueden aparecer señales contraproducentes para la salud del buceador de elogios. Y si aparece llega sin un ingrediente fundamental para la vitalidad de su pureza, no causa el asombro que fascina y alegra. Es muy especial la mezcla de emociones que generan el asombro, la fascinación y la alegría.
Al convivir podemos trabajar, compartir y aportar. Hacer, socializar y dar. Como estas acciones hay otras tantas que cada uno puede realizar. En ellas se homenajea la vida y se elogia la sociedad en que se habita.