Siempre se suele decir que los niños son el futuro del país. Una palabra, futuro, a la que solemos confundir muy frecuentemente con tiempo lejano del que no deberíamos preocuparnos seriamente. Tal vez por nuestra cultura o porque hemos convertido en deporte casi oficial el hecho de dejar para mañana o pasado lo que podríamos hacer hoy, hemos dejado pasar demasiados años y frustraciones buscando la manera más adecuada de proteger a los niños de nuestras propias fallas como sociedad.

Si cambiamos esa palabra "futuro" por la palabra "presente", a la hora de evaluarnos como sociedad frente a la responsabilidad ineludible de cuidar la integridad de todos los niños que habitan este país y asegurar, como dicen la Constitución y las leyes, su protección integral y la vigencia de sus derechos, encontraríamos muchas deficiencias que nos inculparían.

Desgraciadamente, en los medios de comunicación masiva no pasa una semana, o a veces ni un día, en el que no tengamos que hablar de dramas y tragedias que involucran a niños como víctimas. La violencia intrafamiliar castiga no solo a quienes protagonizan las crónicas policiales como victimarios y víctimas de ataques y homicidios.

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Detrás de esos actores y actrices del drama real hay siempre otros seres, los niños y adolescentes que forman parte del terrible cuadro del drama familiar y que, más allá del doloroso momento que llega a trascender, han sufrido y seguirán sufriendo las consecuencias muchas veces imposibles de transformar en positivas, durante toda sus vidas. Bastará buscar entre quienes están en encerrados en las cárceles para encontrarnos frente a frente con muchos de esos niños que mencionamos como "daños colaterales" de la violencia en el seno de sus familias.

Pensar en los niños como futuro y no atenderlos desde el comienzo de sus vidas –antes también con el apoyo y prevención de embarazos adolescentes y el cuidado de la salud física y mental de las madres– es procastinar la obligación que todos tenemos como parte de la sociedad.

Si bien es muy cierto que los mayores más cercanos son responsables del cuidado de los niños y que atender la salud de los mismos es una obligación primaria para los padres, deberíamos saber que muchas veces la propia experiencia de abandono y la falta de cuidado en su niñez, además de los abusos padecidos, junto con la ignorancia, suelen tejer el duro destino de esas madres y padres que repiten, con dolorosa puntualidad, el modelo negativo en el que crecieron.

Por ello, deberíamos pensar en soluciones más eficaces para evitar o detectar tempranamente cualquier caso de violencia, abuso o falta de atención de los más chicos, sin esperar a que crezcan y se conviertan en la peor cara de nuestro futuro, sino ayudándolos a vivir y obtener lo que por derecho les corresponde y está muy bien descripto en los textos de las leyes, pero pocas veces se cumple.

Como parte de la sociedad, como ciudadanía que debe proteger a los más vulnerables, no deberíamos esperar a que sea muy tarde para denunciar u ocuparnos de casos de supuestos abusos o maltratos, así como lo haríamos si fueran esos niños, parte de nuestra familia más cercana. Algo que al fin y al cabo, no deja de ser verdad, ya que son el presente que mañana construirán el futuro de este país, junto a nuestros propios hijos.

Las campañas preventivas elaboradas desde los organismos oficiales y las organizaciones civiles dedicadas a la protección infantil han dado resultados evidentes, que han desembocado en un mayor involucramiento de la ciudadanía y, sobre todo, los educadores, en la prevención o detección de todo tipo de abusos, pero eso no debe conformarnos hasta lograr que más allá de las instituciones, toda la ciudadanía se sienta parte de esa red de protección de la niñez, que ya no debe ser vista como protagonista de un lejano futuro, sino del presente que será el cimiento sobre el que se construya un país mejor para todos.

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