Por Marcelo A. Pedroza

COACH – mpedroza20@hotmail.com

Cuando lo diminuto se hace visible es considerado valioso porque tiene vida. Es que se lo ha reconocido, ha sido puesto en consideración por quienes lo han divisado. Su tamaño no es parámetro para calificar o descalificar su importancia. Alguna vez se gestó, surgió su constitución, existieron razones para su creación. Su existencia tiene que ser vista por otros y desde el momento que es descubierta puede ser identificada su naturaleza orgánica. La apreciación externa también es necesaria, lo es porque permite que lo singular pueda transformarse de múltiples formas.

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La célula es el elemento de menor tamaño que puede ser considerado vivo y su aporte es trascendente para el organismo que la acoge. Es que la célula es la unidad morfológica y funcional de todo ser vivo. Su nombre deriva del latín cellula, diminutiva de cella, que significa hueco. El ser humano posee billones de células, por lo tanto su constitución es pluricelular. Es majestuoso el imperio celular que convive en su interior y su grandeza puede expresarse hacia el exterior; es que todo el conjunto de pequeñísimas células permite que su vida fluya en su entorno.

El conocimiento de la célula facilita la comprensión de lo que es capaz de hacer. La biología se encarga de profundizar tanto en los componentes que forman parte de ella como en sus tamaños y las formas que poseen. La microscopía ha aportado lo suyo para tal fin. Debido a que gran parte de las células son pequeñas, el microscopio resulta ser un instrumento vital para poder investigar el alcance de las mismas.

Si bien el microscopio fue inventado por Zacharias Janssen en 1590, fue Marcello Malpighi (1628-1694), anatomista y biólogo italiano, el primero que observó células vivas, lo hizo a finales de la década comprendida entre 1660 y 1670, y que estudió tejidos vivos a través del microscopio. Es considerado fundador de la histología, ciencia que estudia los tejidos orgánicos y biológicos. Malpighi tenía una gran capacidad de observación, era un estudioso de los embriones y órganos humanos observados por intermedio del microscopio. Fue también el primero en mostrar evidencias visibles de la formación concreta de un embrión en desarrollo.

Debemos estimar lo que sucede en nuestra sociedad. Hay células que han despertado el interés general. Las células de la juventud son vigorosas, fuertes, robustas y vitales para la construcción de comunidades sostenidas por y en la educación de sus habitantes. Hay que estimular el uso de la unión de las células que forman parte de cada sector social, es absolutamente posible el desarrollo pluricelular de la sociedad. Hay que fomentar la convivencia celular que permita la construcción de tejidos sólidos entre sus miembros. Y que circule con generosidad por todo el organismo social, así quienes están dispuestos a colaborar pueden incorporarse en el recorrido positivo.

Hay embriones en desarrollo. Hay sueños posibles de ser concretados. Hay voluntades que han decidido avanzar con firmeza hacia lo que se han propuesto cumplir. Lo que se ve como minúsculo es muy grande por lo que significa, por lo que implica dentro del sistema donde habita. El microscopio puede residir en la cabeza de quienes quieren observar lo gigantesco de las pequeñas acciones que son capaces de realizar.

Hay que estar atento al desenvolvimiento que tiene cada célula. Hay que cuidar su esencia e incentivar su ímpetu natural. Todas las células son únicas y cada una hace posible el funcionamiento del conjunto orgánico al que pertenecen. Es enorme la influencia que una célula ejerce sobre otra. La asociación celular alimenta el ánimo de avanzar hacia el bienestar integral del organismo que los aglutina.

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