Cada vez que nos enojamos con alguien, cada vez que nos sentimos víctimas de una ofensa o agresión, "sabemos" que fuimos tratados de una manera injusta o desconsiderada, que no hemos recibido el trato que nos merecemos.

Por: Javier Barbero

www.javierbarbero.com.py

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Ese maltrato nos provoca una "razonable" sensación de enojo o disgusto, y en ese punto frecuentemente reclamamos (o al menos, nos sentimos con derecho a recibir) algún tipo de reparación de parte del agresor; aunque más no sea una disculpa, es decir, el reconocimiento de que efectivamente fuimos maltratados.

Algunas veces nos resulta muy sencillo perdonar, incluso en circunstancias en las que sabemos que otras personas no pueden hacerlo. Y otras veces somos nosotros los que no perdonamos ni siquiera intentándolo sinceramente. Esto nos permite concluir que para que haya verdadero enojo no basta con que la situación que lo provoca tenga determinadas características; es necesario además que el que la percibe tenga "algo", "algo" que lo hace reaccionar con enojo. Más aún, quienes no tienen ese "algo" pueden presenciar o verse envueltos en situaciones que nos enojan, pero sin sentirse afectados en absoluto.

¿Qué es ese misterioso "algo" que previamente debemos tener en nosotros para que una determinada situación o persona nos resulte tan irritante como para hacernos enojar?

Lo que nos enoja de cierta actitud de alguien o lo que nos molesta de una determinada situación que nos toca enfrentar, es que nos muestra, tal como si fuera un espejo, un rasgo o un conflicto que en realidad es nuestro, que forma parte de nuestro mundo interior.

La situación o la persona que nos enojan recrean frente a nosotros una característica de nuestra personalidad. Pero no una característica cualquiera, sino una con la que no estamos conformes, que nos resulta especialmente desagradable y a la que combatimos en nosotros mismos.

Siempre, sin excepciones, lo que nos disgusta ver "afuera" tiene su equivalente en nuestro mundo interno, donde no podemos verlo fácilmente. Y si odiamos eso que vemos afuera, también odiamos a esa parte nuestra a la que tanto se parece.

Para reconciliarnos con nosotros mismos, es necesario que conozcamos estas características que consideramos negativas, que entendamos que corresponden a un cierto estado de evolución o de aprendizaje en el que nos encontramos en ese momento, que las aceptemos con tolerancia y comprensión, y que nos amemos profundamente aun teniéndolas.

Déjanos tus comentarios en Voiz