Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo político

Con toda ideología ocurre lo mismo. O algo parecido. Cuando se cierra sobre sí misma, se torna ideologista y con ello se hace maniquea: solo los miembros de la misma poseen la luz de la verdad para solucionar todos los males ciudadanos; el resto de los mortales están en el error. Y si a ello se le agrega el liderazgo de alguien que sin empachos ni medias tintas dice cosas que contradicen la lógica y la decencia mínima ciudadana, tenemos un populismo hecho y derecho. Y como tal, ese grupo populista, cada vez más concentrado y autoconsciente, cree que el líder siempre tiene razón, aunque, dentro de sí mismo, se sepa y murmure que no es tan así. Pues, lo que cuenta en un populismo, más que lo que se está a favor, es aquello que se está en contra.

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Y así, todo populismo termina en ser maniqueo, como medio de sobrevivencia. Maniqueo pues juzgan la realidad como un enfrentamiento entre el bien y el mal y, lo que es más grave, definiendo a su propia postura, como la del bien absoluto contra el mal y la mala fe. Lo cierto es que Trump, con ese mensaje populista, ganó este martes en todas las primarias del partido republicano de manera decisiva en los estados de Connecticut, Pensilvania, Delaware, Maryland y Rhode Island. Y su victoria no deja dudas acerca del "humor" de los votantes respecto al enemigo, el establishment: el billonario obtuvo la mayoría en dichos estados por más de 50% de los sufragios e incluso más, como en Connecticut y Rhode Island, en donde sobrepasó el 60% de los votos. Los números no engañan, y Trump está bordeando el número mágico de 1.237 delegados que se requieren para la nominación. Hoy ya tiene más de 950 delegados, contra 544 de Ted Cruz y 153 del gobernado Kasich, de Ohio.

Como todo movimiento dentro de un partido, el "trumpismo" está copando poco a poco las estructuras republicanas y, si esto continúa así y nada indica que podría haber sorpresas a este punto, el Partido Republicano será "trumpista" en vez de que Trump se adapte a los estilos ideológicos de los republicanos. No obstante, John Kasich y Ted Cruz están jugando su última carta estratégica antes de la convención partidaria. En las próximas primarias, principalmente en el Estado de Indiana, y las de Nuevo Mexico y Oregon, ambos políticos se aliaron para que el primero, Cruz, compita solitariamente en Indiana, y segundo, Kasich, compita a su vez solo en Nuevo Mexico y Oregon, para juntar los votos de ambos, el voto antitrump, alrededor de uno de ellos y así impedir que el magnate obtenga delegados que le permitan la nominación antes de la convención.

En el campo demócrata, la victoria de la senadora Clinton sobre Bernie Sanders este martes fue categórica. Es así como la ex secretaria de Estado al ganar el estado de Pensilvania con 189 delegados se asegura la nominación, además de haber ganado en Maryland, Delaware, y Connecticut, aunque Sanders captara la mayoría de los sufragios en Rhode Island. Es la presunta nominada de su partido pues no solo ha ampliado su ventaja en el conteo de delegados –ahora le lleva más de 1.000 delegados de ventaja al senador de Vermont– sino que, Clinton, ya ha descargado parte de su artillería retórica contra Trump que, evidentemente, aparece en sus carpas como el adversario seguro y temido.

Es que la preocupación en el campo demócrata no es menor. El entusiasmo del populismo de Trump no solo está movilizando grandes franjas dormidas de los republicanos sino que, lo que es más llamativo, importantes núcleos de obreros demócratas, trabajadores industriales marginados y dejados de lado por la globalización, se están volcando al trumpismo de manera significativa. El caso de este martes donde las primarias republicanas de Pennsylvania fueron "abiertas" –donde cualquiera podía votar– es un ejemplo de ello: se estima que un número muy alto de demócratas votaron por Trump.

La segunda ciudad del Estado de Pennsylvania, Pittsburgh, conocida como la "ciudad del acero", tiene demasiados desilusionados de los tratados de libre comercio, del flujo incesante de inmigrantes indocumentados, de la falta de trabajo, y de la inoperancia del Estado federal para solucionar sus problemas. El mensaje de Trump está resonando en ellos, mucho más que el de Hillary; a quien se la ve como parte del problema, del establishment de Washington. El populismo de Trump creó un enemigo, el establisment, aunque nunca se pudo saber cómo es que un billonario que fue cobijado por el mismo no se lo percibe como parte del mismo. Así, la democracia-populista, las mayorías de masas, cobran un sentido salvador, cuasi escatológico. Me temo que el pragmatismo postmoderno hace a las democracias sean presas de un irracionalismo llamativo. Pero eso es precisamente la lucha política, una suerte de microhistoria, hecha de idas y venidas, y donde lo único que no es posible ni es moral es aislarse de la misma.

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