Por Yechiel Leiter

La idea de que todos en una sociedad deberían recibiruna educación data de solo algunos cientos de años, un subproducto de la Reforma, el Renacimiento y la Ilustración. Durante la mayor parte de la historia humana, la noción de que cualquier persona aparte de las élites de la sociedad debería recibir una educaciónmásallá del oficio familiar era anatema. La idea de que todos los miembros de una sociedad, incluyendo las mujeres, realmente tienen derecho a una educación, y que el gobierno debería jugar un papel en facilitar esa educación constituye un fenómeno desde apenas finales del siglo XIX y comienzos del siglo XX.

Los avances en las ciencias y en los métodos de producción que impulsaron la revolución industrial, también engendraron la necesidad de un públicomás ampliamente educado. Las máquinas no podían ser operadas sin gente entrenada para construirlas, utilizarlas y arreglarlas. A medida que los mercados se tornaron más y más interdependientes, se hizo cada vez más necesario un público educado para que el comercio global y los mercados internacionales competitivostuvieran éxito.

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Entonces, debería ser elemental que la expansión de la riqueza y la reducción de la pobreza estén interrelacionadas con la educación. De hecho, existen numerosos datos que demuestran una conexión entre el crecimiento económico y el aumento del acceso a la educación. A medida que se intensifica la edad de la globalización y de la digitalización, la demanda para un pueblo educado para poder sostener una economía creciente y competitiva se tornará cada vez más fundamental.

Si bien existen algunas excepciones, (Cuba es un ejemplo) se puede decir generalmente y sin temor a equivocaciones, que los países con los niveles más altos de educación también disfrutan de niveles relativamente más altos de desarrollo económico. A la inversa, los estudios han demostrado que la ausencia de progreso educacional para grandes segmentos de la población posee un efecto negativo en el PIB de un país.

Esta evidencia lleva a la conclusión inevitable de que al presupuestar el sistema educativo es un error para los gobiernos ubicar el presupuesto educativo en la columna de gastos en vez de la columna de inversiones. Invertir en las mentes, habilidades y espíritu de la población es un factor de crecimiento no menor que la inversión en infraestructura nacional.

El calcular los costos del sistema educativo como inversión va másallá de solo fomentar una actitud más favorable hacia el aumento del presupuesto. Así como con cualquier inversión puramente económica, la clave de su éxito no radica solamente en el monto que se gasta, sino en la calidad de la inversión, la manera en que se está utilizando el presupuesto.

Muchos países han aumentado sus presupuestos educativos sin disfrutar de ninguna mejora sustancial en su sistema educativo simplemente porque los fondos adicionales no fueron utilizados de forma acertada. Arrojar dinero arbitrariamente hacia un problema típicamente solo sirve para aumentar ese problema, no para arreglarlo.

Por ejemplo, aumentar el salario de los maestros es algo bueno si está ligado a un aumento de la calidad de los maestros a través de una mayor inversión en entrenamiento y reentrenamiento de los maestros, manteniéndolos al día sobre nuevos enfoques e investigaciones innovadoras. El aumento de salario, junto con un mayor entrenamiento, debe engendrar también un enfoque de mayor responsabilidad de parte de los maestros; como en cualquier profesión se deben tener metas establecidas que se cumplan para poder reflejar el aumento de la remuneración.

La escala salarial basada en el desempeño ha demostrado ser efectiva en elevar el perfil de los maestros, sus estándares y sus sentidos de rendición de cuentas, que a su vez ha fomentado mayores logros estudiantiles en índices en general.

Los sindicatos de maestros a menudo se constituyen en su propio peor enemigo en este aspecto. Ellos declararán huelga al sistema educativo para forzar un aumento salarial, una demanda que a menudo se justifica, pero pelearán con las mismas energías en contra de la rendición de cuentas de los maestros, que solo sirve para reducir el estándar de éxito educativo y afianza la percepción de que un mayor gasto en el sistema educativo constituye un desperdicio.

Para los países en vías de desarrollo, la necesidad de elevar sus niveles educativos es muy aguda; de otra manera, simplemente sería imposible escapar de la trampa de la pobreza. Educar a las niñas por ejemplo, aumenta dramáticamente la fuerza laboral de un país y por lo tanto su productividad, y hasta para las mujeres que eligen no trabajar fuera del hogar, el retorno económico es sustancial, porque da como resultado mejor salud familiar y nutrición,así como reducción en las tasas de mortalidad infantil y de la niñez.

La falta de una educación enteramente accesible y sana también impulsa a la emigración de aquellos que logran algún nivel de educación pero se marchan para otros países en busca de oportunidades. Los estudiantes más débiles se quedan atrás y todo el sistema educativo se debilita aun más.

Entonces, mientras es imperativo que los servidores públicos en los ministerios de finanzas presupuesten el sistema educativo de sus países desde el punto de vista de una inversión para el crecimiento económico, es no menos imperativo que los profesionales pedagógicos en los ministerios de educación establezcan un sistema presupuestario que ponga énfasis en gastos en áreas de progreso educativo comprobado, tanto en calidad como en cantidad, en vez de simplemente repetir el mantra de que necesitan más dinero.

En los países donde el presupuesto educativo no llega al promedio OCDE de 6-7% del PIB, no solo son los pedagogos los que deberían estar exigiendo mayor financiamiento, sino también aquellos responsables del crecimiento económico. Pero juntos deben insistir en que los fondos se utilicen para realmente mejorar la educación y no para satisfacer intereses políticos mezquinos.

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