Por: Pablo Noé

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La comunidad jesuita en Paraguay invitó al experto catalán Xavier Aragay a visitar nuestro país y a presentar un innovador concepto educativo denominado Horizonte 2020, en el que en esencia plantean una transformación radical del enfoque en aulas, proyectando un sistema sin asignaturas y sin exámenes, lo que implica una revolución gigante de pensamiento, más aún en una sociedad conservadora como la nuestra.

Al margen de los enunciados de este planteamiento, y de los diversos modelos educativos transgresores y de éxito, que existen en diversas sociedades del planeta, el gran cuestionamiento pasa por conocer nuestra realidad y saber si estamos preparados para asumir desafíos de este tipo, en donde la carga de responsabilidad más importante recaiga en los estudiantes, y sus padres, dejando de lado el rol omnipotente de la institución educativa y los docentes, un paradigma que está enquistado en la cultura paraguaya.

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La principal meta que debemos alcanzar es modificar el diseño de pensamiento, cambiar la esencia de las cabezas, para que los logros cualitativos se instalen en este eje creador de las personas. Así se podrán romper esquemas rígidos que se autoalimentan de la rutina. Éstos fomentan viejos vicios que derivan en la acostumbrada mediocridad de quienes cumplen con los mandatos mínimos, porque son conscientes de que ese es el secreto para superar los escollos actuales.

Dotar al alumno de mayores libertades para que asuma el compromiso de transformarse en el actor principal de su destino es una gran tarea que no puede ser despreciada. En el razonamiento tradicional consideramos que el estudiante debe cumplir la función de una caja, en la que se depositan conocimientos, que son totalmente acríticos. Se intenta llenar este espacio con lo que se considera lo básico y esencial para que el niño o adolescente pueda afrontar los desafíos de la vida.

Esta mirada limitada ignora la dimensión humana del estudiante que tiene potencial para crear a partir de elementos que se tengan a disposición. También deja de lado las aspiraciones, deseos e intereses de los mismos, minimizando su participación en el fortalecimiento de sus expectativas, lo que deriva en que todo el proceso educativo sea un calvario, en lugar de un rincón de crecimiento personal, mirando a un futuro profesional.

Este joven, al que se le limitan las chances de crecimiento, tampoco se lo proyecta en una sociedad como la nuestra, con características propias. Se forman, en serie, una impresionante cantidad de profesionales, para áreas en donde no existe salida laboral, dejando de lado la formación técnica para tareas que son necesarias y que no están cubiertas, así como se desprecian a profesiones que son imprescindibles para que la comunidad pueda potenciar sus capacidades, en el plano social y económico.

No podemos seguir con la mente cerrada creyendo que el proceso educativo se completa con una libreta de calificaciones que desde tiempos inmemoriales se convertía en un vale para una bicicleta por fin de clases y que en la actualidad puede ser reemplazado por algún artefacto tecnológico, que, en lugar de elementos de distracción, son poderosas herramientas que pueden servir como plataformas que modifiquen nuestra calidad de vida.

Las políticas públicas educativas deben apuntar a modernizar a la educación adaptándola al siglo XXI, con premisas que miren los desafíos del mañana. En la sociedad del conocimiento si seguimos varados en el pasado, será imposible que demos el salto cualitativo que nos ayude a mejorar nuestras posibilidades económicas y que esto posiciones mejor al Paraguay en el concierto de las naciones, dignificando nuestro trabajo y la calidad de vida de todos los ciudadanos.

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