Por Pablo Noé
La pobreza es una condición que trasciende totalmente el plano meramente económico. Es una realidad en la que está inmersa una importante cantidad de personas, muchas veces por situaciones ajenas a su voluntad y con un agravante, en gran parte de los casos, incluso ignoran estar en ese rango por simple y llano desconocimiento. Cuando describimos a alguien que es pobre, tenemos que mirar no solo el bolsillo, sino el entorno cultural y así dimensionar en su justa medida la pobreza de su existencia.
Somos pobres cuando utilizamos como justificación a un acto "Hago esto porque soy pobre". Una muletilla, de las tantas que empleamos con el único fin de desviar la atención real de un tema hacia otro lado, para sacarnos el peso de la responsabilidad de un acto. La pobreza no es un salvoconducto al que se puede apelar para causar lástima. Es una miserable forma de eludir un compromiso.
Somos pobres cuando la dirigencia política, siempre enfrascada en su mundo, pelea como si fueran los únicos asuntos importante para el país, sus vericuetos partidarios. Pretenden convencernos que las internas son esenciales para nuestro andar cotidiano, que la reelección es una cuestión cuasi dogmática, que la elección de mesa directiva del Congreso es el fin de su accionar. Nos engañan y nos dejamos embaucar por el escaso nivel de abstracción que tenemos.
Somos pobres cuando pegamos el grito al cielo intentando frenar proyectos que llevan años de elaboración y que están entrando en una etapa definitiva. Allí, mágicamente, notamos que había sido son totalmente dañinos. Que nos perjudican de manera notoria, y comenzamos a intentar detener su ejecución, cuando la misma está llegando a una fase final, donde el punto de retorno es cuasi utópico de alcanzar.
Somos pobres cuando exigimos soluciones parches a los grandes problemas sociales, intentando esconder bajo la alfombra los graves déficits con los que convivimos habitualmente. Vamos al extremo intentando eliminar todo aquello que nos resulta molesto, dejando de lado la reflexión que nos explique el origen de esos inconvenientes. Simplemente apelamos al razonamiento de que muere el perro y así finaliza la rabia.
Somos pobres cuando pasamos el rasero en el nivel mínimo de exigencia, igualándonos para abajo. Como si estuviera mal destacarse, como si fuese un error intentar destacarse, apelando a la excelencia como el método que nos garantice el éxito, fruto de nuestro esfuerzo. Es una lección mal aprendida la supuesta solidaridad que nos equipare a todos en el menor nivel de la escala, que en lugar de punto de partida se convierte en el techo al que pretendemos llegar con nuestro trabajo.
Para dejar de ser pobres tenemos que trabajar arduamente. Diseñando políticas públicas que ubiquen a la educación integral como el centro de nuestros esfuerzos. En donde se posicione un nivel ideal al que debiéramos aspirar como sociedad, estableciendo una hoja de ruta que marque el destino que pretendemos alcanzar. Es un gran acuerdo al que debemos arribar con la participación de todos los sectores, en donde todas las voces tengan su lugar y sus expresiones tengan eco.
Los grandes cambios no llegan con soluciones mágicas, ni recetas preestablecidas. Son producto de la tarea de los ciudadanos que exigen una mejor calidad de vida, conscientes de la necesidad de transformar realidades. Ese es el desafío que obligatoriamente debemos emprender. Así construiremos un país mejor para todos.