Por Yechiel Leiter
[Analista de poli?ticas, consultor poli?tico, profesor y li?der ci?vico. Director general de Global 3H]
El hecho de que la integración europea se inició con la integración económica no significa que la unidad política total no haya sido la intención de sus fundadores desde el comienzo. Solo significa que ellos entendían que un enfoque funcional era necesario para poder llegar a su objetivo ideológico final. Un mercado común fue el precursor requerido, una fase económica y social preparatoria para completar la integración política pos-cristiana.
Uno de los padres espirituales de la Unión Europea, Jean Monnet, recalcó que era imperativo tener realizaciones concretas de la unidad emergente para construir la solidaridad requerida hacia la disolución de las fronteras y crear los Estados Unidos de Europa.
Esta necesidad funcional de comenzar un proceso que, ostensiblemente técnico, fue totalmente ideológico en su esencia, la transferencia del poder soberano a las agencias supranacionales, para eventualmente llegar a un solo cuerpo gobernante en Bruselas. El hecho de que esta trasferencia de poder legal fue entendida como fundacional se entiende bien en las palabras de Carlo Schmid, parlamentario alemán, quien declaró que estas innovaciones legales abrirán grandemente las puertas hacia un mundo supranacional nuevamente estructurado. Nótese, no solo Europa, sino un mundo supranacional.
Actualmente, las realizaciones concretas de Monnet están haciendo marcha atrás: la desunión de Europa está ocurriendo mucho más rápidamente de lo que llevó armarla. Si esta atomización resultará en países plenamente autónomos o varias agrupaciones sobre lineamientos regionales y/o económicos está por verse. Pero queda poca duda de que la idea de una Europa supranacional se ha acabado.
En realidad, estuvo acabada desde el comienzo. Existen ideas que nunca deberían surgir desde lo hipotético, cuyo valor agregado le pertenece exclusivamente al ámbito teórico. Las ideas que corren en contra de la naturaleza de los seres humanos pertenecen a esta categoría, y el negar a los pueblos sus historias y culturas únicas es una de ellas. Estas ideas simplemente no funcionan en la práctica aun cuando se pueda encubrirlas por un tiempo mientras haya suficiente dinero para circular.
El pos-modernismo, nacido de la mentalidad uber-liberal luego del fracaso del comunismo en liberar a la humanidad, propone que los estados-nación deberán ser reconstruidos juntos con las estructuras de poder que les acompañan para poder lograr la paz mundial.
Se le ha culpado al nacionalismo las horrendas guerras del siglo 20, y porque las guerras mundiales se iniciaron y fueron combatidas principalmente por Europa, la solución era la erradicación de los estados independientes europeos y la creación de la Europa unida.
Los pos-modernistas no permitieron que los hechos se interpusieran en su visión amplia, porque por cierto, no fueron los nacionalismos, sino polémicas formas de ultra-nacionalismo, comunismo, fascismo y nacional-socialismo que impulsaron las guerras.
Siguiendo el modelo de paz perpetua del filósofo alemán Emanuel Kant, los arquitectos ideológicos de la Unión Europea prometieron a los europeos paz y prosperidad. Esto fue una agenda mucho más ambiciosa que la del filósofo inglés John Locke, quien sostenía que el rol del gobierno es proveer la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad, que fue adoptado por los fundadores de los Estados Unidos de América.
Mucho más ambicioso, pero mucho menos posible de poner en práctica. Con el torrente de inmigrantes aparentemente imparable desde África y el Oriente Medio hacia Europa y con los terroristas islámicos radicales apuntando a las ciudades europeas, el acuerdo de Schengen se disipa mientras se erigen de nuevo las fronteras nacionales independientes.
Hasta allí llegó la paz que supuestamente iba a traer una Europa unida. Y en cuanto a la garantía de prosperidad, el fracaso no es menos severo: la economía europea se ha mantenido estancada por años sin un repunte a la vista. Para complicar más la cuestión, para poder garantizar suficiente y continuo apoyo para este experimento confuso, los gobiernos han prestado por demás para poder gastar por demás, lo cual ha resultado en una deuda impagable. Los 28 estados que conforman la Unión Europea representan el 7% de la población mundial, pero el 54% de los gastos globales en bienestar social.
¿Con esta situación totalmente insostenible, acaso es extraño que los europeos se estén desplazando políticamente hacia los partidos nacionalistas, y en algunos casos, como el de Hungría y Polonia, hacia partidos de una naturaleza autocrática palpable?
Existe una ironía preocupante en esta tendencia: el factor que permitió que tuvieran éxito los utópicos pan-europeos (temporariamente) más que cualquier otro fue que ocurrió durante la Guerra Fría, y tenía sentido una Europa Occidental unida frente a una Europa Oriental unida y amenazante. Sin embargo ahora, mientras se desintegra la unidad europea, Rusia se vuelve a erguir en todas sus fronteras con poca oposición de parte de un Occidente que se está deteriorando.
La lección para una organización multi-nacional como Mercosur es clara: mientras se busca la potencia regional que trae una mayor cooperación económica, la tentación de perseguir la unidad completa con una moneda común y fronteras desintegradas debería ser rechazada de plano.
Las naciones, como las personas, tienen identidades diferentes que las hacen lo que son. Son identidades que no pueden ser borradas, y no deberían serlo. La paz llega cuando esas diferencias se celebran y no cuando son negadas o ignoradas.