Por Marcelo A. Pedroza

COACH – mpedroza20@hotmail.com

Ver a un niño en la escuela es hermoso. Un tiempo único, maravilloso, una etapa central en su vida. El patio y sus particularidades, las aulas y las cartulinas que las visten de color, es lindo todo lo que se vive en la escuela. Ese niño alguna vez fuimos nosotros, los adultos que hoy podemos tener un diario en nuestras manos y que leemos lo que el mismo contiene en la edición de la fecha; ese niño representa a miles de niñas que van dispuestas a aprender, que están en pleno proceso de desarrollo. Ese niño son todos los niños. Hay una realidad que lo acompaña, su mundo personal, su entorno, su cultura.

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Es en la escuela en donde el aprendizaje alimenta el reino de potencialidades que ese niño posee en su interior. Se vivencia naturalmente un proceso en donde las destrezas se manifiestan y en donde las habilidades se identifican. Todo confluye en la escuela, allí las experiencias se fortalecen, las conductas se aprenden y los valores se internalizan de tal forma que se transforman en cimientos indispensables para la subjetividad de ese niño querido.

A la escuela hay que respetarla. Y esto implica un profundo compromiso social hacia la misma. Que cada uno asuma responsablemente lo que lo vincula hacia ella. Es que ese niño es el máximo referente que debe tener la comunidad. Una vida una sociedad. Esta concepción que le otorga a una persona la representación de su amplio entorno es posible de sostener dado que ese niño es tan valioso como todos los demás niños. Y admirarlo e identificarlo es reconocerlo como vital para el crecimiento de la comunidad. Un país es un niño y el niño es un país. Dicha representación impacta porque engloba en un ser humano a todos aquellos que habitan en una tierra fértil. Respetar a la escuela es respetar el derecho a que ese niño crezca. Si se respeta a la escuela se respeta a la sociedad que vive en ella.

En la escuela el niño desarrolla su capacidad de pensar, de moverse, de expresar sus sentimientos. En el aula fluyen los ámbitos cognitivos, biofísicos y socio afectivos. ¡Es un mundo esencial el de la escuela! Son los niños la nueva generación que llena de esperanza el existir cotidiano. La interacción constante en el encuentro diario permite que en la escuela se viva la construcción de la madurez gradual de quienes le dan vida a la misma.

En todas las edades la escuela es indispensable. La interacción que se da en su seno fomenta el funcionamiento del lenguaje, la memoria, el razonamiento abstracto y las actividades gestuales. Son las funciones cerebrales superiores e inferiores que se integran y que en red se organizan para actuar. El niño lo vive a través del juego inocente al garabatear un papel o de la poderosa imaginación que inventa a un nuevo personaje después de escuchar un cuento. Ese niño será joven y también adulto. Su pensamiento lógico le permitirá crear diálogos, participar de reuniones, emitir un juicio de valor, crear un informe acerca de un tema de interés, bregar por el cumplimiento de sus actividades planificadas, percibir lo que está sucediendo, concentrarse para realizar su trabajo, ayudar a otros, recordar lo que tiene que hacer y cumplir con lo que acordó. Ese niño alguna vez vivirá, con sus propias particularidades, esos y cientos de ejemplos que podrían enunciarse. Ese niño será la sociedad del futuro.

No puede haber una escuela sin techo o sin piso o sin paredes. No puede haber una escuela sin libros y sin amor. La escuela existe en cada niño. El desarrollo de ellos es el desarrollo de la sociedad. Es doloroso que haya escuelas sin niños y niños sin escuela. La escuela debe constituirse en el epicentro del funcionamiento de la comunidad. Todo para la escuela, la prioridad es la escuela. La sociedad habita en la escuela y desde ahí hay que construir el progreso social.

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