Por Mario Ramos Reyes

Filósofo político

Creo que nadie lo esperaba. Tampoco yo lo creía. Que la era de las grandes ideologías estaba superada. O por lo menos que las mismas habían sido abandonadas como grandes narrativas de la realidad. Pero parece que están volviendo. O al menos eso parece en las elecciones primarias de los Estados Unidos: el socialismo aparece de la mano de Bernie Sanders, con el apellido de "democrático", talvez para suavizar los oídos de los ciudadanos alérgicos al mismo. La misma alergia, agregaría sin temor a equivocarme, que oídos latinoamericanos sienten al oír la palabra capitalismo. Ambos sonidos, diferentes vocablos, representan herejías cuyos anatemas pertenecen a distintas culturas políticas.

Invitación al canal de WhatsApp de La Nación PY

Pero la ideología del socialismo, en el actual contexto americano, es más una suerte de progresivismo democrático liberal al estilo siglo veintiuno, un régimen sin verdades objetivas y de puro procedimientos y donde el Estado interviene en aspectos casi totales de la vida ciudadana pública, mientras se lava las manos en cuestiones de moral privada. Lejos está la distinción entre una sociedad y cultura o Estado socialistas o bien la propuesta de un modelo de hombre o educación socialistas que pudiera haber sido del agrado de un Gramsci, o también, para los memoriosos, de un León Blum. Me temo que los socialistas de Sanders no conocen ni por asomo lo del hombre unidimensional de Marcuse, que fuera uno de los líderes intelectuales en la California de los sixties.

No hay mucho humanismo en este socialismo. Pero eso no solo en este. No hay humanismo en la mayoría de las posturas políticas actuales. La tecnología, o tecnologismo, y el poder mediático han borrado toda necesidad de crecimiento humano. El transhumanismo de la técnica y la información, se pretende, basta y sobra. No es este un pesimismo de la historia en sí misma –en última instancia los seres humanos no la determinamos– sino más bien la descripción de una época donde no solo parece no interesar las humanidades, sino que tampoco existe apetito por una fe religiosa razonada. Lo único que parecería valer es el fundamentalismo de los sentimientos, quereres, los deseos más estrafalarios, y todo ello, justificado políticamente de la manera más superficial que la hegemonía mediática permite.

Eso es lo que veo en la pretensión socialista democrática americana, la de una superficialidad afectiva apellidada con el nombre ilustre de una ideología. Y lo mismo, puede decirse del voluntarismo caudillesco de Trump. La falta de razones, y la abundancia del yo quiero –el reino de los "feelings"–, es suficiente para reclamar un derecho. En todo caso, el sistema socialista que se pretende, insisto, está más a tono con la democracia puramente procedimental, tan común de este siglo: un libertarianismo o libertinismo en la moral privada-social, paternalismo cuasi-totalitario en lo económico; puros derechos, nada de responsabilidad, la vida no tiene nada de objetivo, es pura preferencia.

¿Hay contradicción en lo que afirmo? Talvez. Pero, la contradicción está en la realidad de lo que se propone. Estos nuevos "socialistas" quieren un Estado "mínimo" si lo que se trata es de la moral "sexual": aborto irrestricto, matrimonio gay, eutanasia, adopciones de niños de parejas del mismo sexo, pastillas anticonceptivas gratuitas. En esto son tan liberales e individualistas como aquella némesis del socialismo, Ayn Rand o John Stuart Mill. Como no hay bien objetivo que indique lo que está bien o mal moral, entonces se debe permitir el juego de las preferencias. Esa posibilidad, valga la ironía, debe ser absoluta. Y esto aunque, en algunos casos, el ejercicio de esos nuevos derechos colisione y obligue a ciudadanos de confesiones religiosas a negar sus convicciones.

En asuntos económicos, la cuestión va al otro extremo: estado máximo, paternalista, proteccionista, al punto de exigirle al mismo una serie de servicios ad infinitum. Pero, eso sí, siempre gratuitos: ventajas y subsidios para una lista interminable de situaciones. Cualquier tipo de meritocracia para acceder a los servicios es disminuida, pues este modelo de Estado "socialista" no establece condiciones previas. Busca no igualdad de oportunidades sino de llegada. Si al estado mínimo anterior no se le establecen límites en cuanto a las preferencias de vida, acá tampoco en cuanto a los derechos exigidos. Si hay una suerte de "fundamentalismo" libertario en lo primero, acá existe una suerte de "fundamentalismo" estatal. Así, a la exageración economicista, de que todo se debe medir por el costo beneficio de un capitalismo sin base moral, este socialismo libertario opone lo contrario: acá todo es política, y toda política está medida por el querer de ciudadanos, independientemente si existe alguna posibilidad de lograrlo. Es el reino de la utopía, pero de una utopía no de una especulación razonada de cómo llegar a la misma sino de la más brutal superficialidad, epidérmica.

En un mundo donde la verdad parece que no existe, pues la misma es un producto mediático, llamar la atención sobre todo esto también parece verdadero. Pero solo por un tiempo. Hasta que alguien, después de este artículo, lo sepulte con la narrativa de este nuevo "socialismo". Esa es la tragedia de nuestro tiempo, la creencia de que la historia suponía un avanzar hacia formas más abiertas, pragmáticas, sin las mediaciones ideológicas, pero parece que no es así. Solo me queda, talvez, recurrir a la nostalgia: los socialistas, los humanistas, eran los de antes.

Déjanos tus comentarios en Voiz