Por Mario Ramos-Reyes

Filósofo político

Aunque los tiempos no son "conservadores" ni "socialistas" sino más bien libertarios, las primarias de New Hampshire demostraron la inconsistencia de esa historia. La ciudadanía pide cada vez más, libertad, autonomía, independencia, pero, paradójicamente, vota lo contrario. ¿Pruebas al canto? En New Hampshire, ganaron lo populistas. Menos libertad, más Estado. Es que, convengamos, la historia humana es cualquier cosa menos "racional." En eso –como en otras cosas– Hegel se equivocó. Tampoco es "catastrófica", un dar tumbos sin ton ni son como decía Walter Benjamin, sino más bien algo intermedio: períodos serenos y estables, salpicado con saltos y vueltas inesperadas. Hoy ese salto se está dando. Todo parece indicar que existe una realidad profunda, un sentimiento de querer ser libres, una rabia, frustración entre los ciudadanos, pero con temor a asumir ese sentimiento de manera personal.

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Debe advertirse una cosa. El electorado de New Hampshire es, ideológica y culturalmente, diferente al de Iowa. New Hampshire es un estado en la costa Este, en Nueva Inglaterra, cuya tradición es individualista, sobre todo, en lo social y económico. Y a pesar de su extensión territorial reducida, cada cuatro años se da el privilegio de catapultar –luego del "caucus" de Iowa– a los futuros contendientes a la Casa Blanca. Si Iowa fue un test "ideológico" para ambos partidos, pues los candidatos tenían que ser "fieles" a las ortodoxias de sus bases, New Hampshire es un test al pragmatismo y liberalidad del candidato con el resto del país. Así, el "rito" político americano narra que, si el ideólogo gana en Iowa, el cosmopolita y pragmático lo hace en New Hampshire. Esa es la narrativa "racional".

Pero poco de eso ocurrió. En el lado demócrata, un "ortodoxo socialista", Sanders, pierde en Iowa, es cierto que por un hocico, pero ahora gana, con gran holgura en la "liberal" New Hampshire (que debería haber sido el feudo de Hillary Clinton). Y la diferencia es abismal: más de veinte puntos de ventaja sobre la ex secretaria de Estado. En el campo republicano, la misma "falta de lógica": un populista "heterodoxo", como el Trump que no pudo ganar en Iowa, gana en el estado cuyo motto es vive en libertad o muere. Y la victoria del billonario es, también, amplísima. Más de quince puntos sobre su inmediato seguidor, el gobernador, moderado y liberal, de Ohio, John Kasich.

¿Qué está pasando? El populismo al interior de ambos partidos, rechaza las políticas globalistas de los dirigentes tradicionales. Más concretamente: la economía, a pesar de crecer de manera lenta, no solo no llega a la olvidada clase media –"blue collar"– sino que, y esto es lo grave, esa misma economía está en sí misma cambiando de manera dramática. Es que la tecnología y los gigantes de la información, maridados con una globalización imparable, están dejando atrás a toda una generación de obreros y empleados de la industria manufacturera que, por cuestiones de edad y formas de vida, o se resisten o no pueden asumir el cambio de la economía global.

De ahí que los sentimientos de inseguridad, incertidumbre hacia el futuro, unido con la difícil movilidad social (el sueño americano) y, la protección (de la clase política) por las oligarquías culturales y financieras que se reproducen y cobijan entre sí, hace que lo que antes era un patrimonio de todos, hoy día sea de un grupo privilegiado. Este es el grito de guerra de los populistas, de Sanders a la izquierda, y Trump a la derecha: el de querer romper la hegemonía de ese "maldito Establishment". Es el rechazo de la supuesta "meritocracia" del sistema que no es sino la protección del privilegio. Es que si uno nace en una familia acomodada el éxito ya está predeterminado –sostienen: el joven va a una escuela exclusiva y luego, será aceptado por universidades de élite, para terminar, como político o empresario, dentro de la plutocracia social y política. Mientras tanto, a la deriva, quedan los hijos de la clase media y baja en la incertidumbres de un mercado volátil, en manos de una economía financiera manejada por Wall Street–.

Este resultado electoral muestra, para bien o para mal, esa frustración ciudadana. Solo dos ironías más: la imagen de derrota de Hillary queda aún más desdibujada frente al hecho de que la misma cobró honorarios siderales, cerca de 600.00 dólares por charlas ofrecidas a empresarios de Wall Street; y por otro lado, la figura de Trump, autodefinido como campeón del populismo, que vuela a sus lugares de campaña en su jet privado.

Las primarias ahora, se mueven hacia el Sur. ¿Cambiaran los actores? Talvez. La razonabilidad del gobernador Kasich puede ofrecer algo pero no tiene apoyo financiero; la experiencia del gobernador Bush tampoco: tiene apoyo financiero, pero le falta la pasión populista. El senador Rubio aparece ahora como demasiado joven. Pero, como en historia y la política, la sorpresa está al otro lado de la vida y puede estar a la vuelta del mapa electoral. Es mejor, entonces, esperar. Las cartas, con el riesgo de repetirme lo que escribí la semana anterior, siguen estando todavía sobre la mesa.

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