Por Narumi Akita
Socia de ADEC
Nos faltan preguntas más profundas… y tiempo para escuchar las respuestas.
Estamos bombardeados de estímulos. Demasiado accesibles y enchufados. Estamos apurados. De una tarea a la otra, de un emprendimiento a otro. Nuestra vida se ha vuelto intensa, rápida y lastimosamente poco reflexiva.
Sin embargo, si queremos crecer, renovarnos y verificar si estamos yendo en la dirección correcta, necesitamos cultivar espacios de silencio, de perfecto sosiego, donde baje la intensidad y nos tranquilicemos. Un momento donde nos preguntemos en quién nos estamos convirtiendo. Un lapso donde nos conectemos con nuestros valores.
El año pasado, gracias a la ADEC, tuve la oportunidad de participar del programa "Consejeros", donde mi mentor en una de nuestras reuniones me preguntó: ¿Cómo desgranamos los hechos cotidianos? ¿Cómo analizamos lo que hay detrás realmente? El primer pensamiento angustioso que me vino a la cabeza fue "¿En qué tiempo voy a analizar?".
Pero la pregunta de mi mentor me siguió dando vueltas. La verdad es que en algún punto debemos empezar a rascar la superficie de los acontecimientos y llegar a una reflexión que requiera mucho más de nosotros. Un abordaje que cale más profundo.
Podemos hablar de videos virales, a cuánto está el dólar y de resultados deportivos de taquito, pero estamos dejando –o evadiendo– las preguntas importantes, esas que son más invisibles, que no te gritan para llamar tu atención ni aparecen diariamente en una notificación de red social. Son las que aparecen en la calma, en el sosiego.
Me acuerdo de una pregunta en particular, hecha hace miles de años a Jesús: "Maestro, ¿cuál es el mandamiento más importante?". ¿Saben cuál fue su respuesta? "Amarás…".
El inspirador Morrie Schwartz, dejó antes de su muerte por esclerosis lateral amiotrófica un compendio de aprendizajes que ya cambiaron la vida a millones de lectores. Su ex alumno en la universidad y amigo cercano, Mitch Albom, fue quien registró todas sus conversaciones a través del libro "Tuesdays with Morrie" [Martes con mi viejo profesor].
La "clase" era todos los martes. Comenzaba después del desayuno. Y la temática entre Morrie y Mitch era el sentido de la vida, la familia, el matrimonio, las emociones, la cultura, el mundo, el envejecer, el amor, el perdón, y el último adiós. De todas sus reflexiones, el sabio profesor decía que la forma en la que finalmente tenemos significado en la vida es amando a otros, dedicándonos a la comunidad que nos rodea, creando algo con propósito.
"Sin amor somos pájaros con las alas rotas", decía Morrie. Si el amor está ausente en nosotros, buscamos substitutos: acumular dinero, enterrarnos en trabajo, en entretenimiento, en lo material. Lo peor es que este tipo de añoranza no se va, sólo se incrementa con el tiempo. Sin alas, sin amor, vamos muriendo como país, como sociedad y como familia, cual pájaro malherido en el nido cuyo diseño original siempre fue volar.
Quizá ese sosiego que necesitamos venga disfrazado de un tiempo para leer, para escribir, para observar la naturaleza, para descansar, o de caminar en solitario. Pero el objetivo es el mismo, como diría Morrie: "una vez que pongas los dedos en las preguntas realmente importantes, ya no puedes alejarte de ellas".