Por Lucía González

Si bien su hogar se quedó inundado con la crecida del río, Luis Gavilán se las ingenia para elaborar panificados de un total de 150 kilos de harina por día en el segundo piso de su casa, donde actualmente funciona su panadería.

Don Gavilán cuenta que le encantaría ir a Itauguá, donde muchos pobladores se refugiaron en casas nuevas, pero la realidad del barrio San Ana, del Bañado Sur, donde vive, no le deja.

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Menciona que primero debe garantizar estabilidad a sus hijos que aún estudian y son pequeños y es por eso que todos los días toma su canoa y va a la fábrica que funciona en su vivienda, que fue ganada por las aguas del río Paraguay. Allí junto a sus tres familiares prepara la masa para el pan, la moldea y luego va a parar al horno de donde sale calentito para comenzar a repartir en canoa a las despensas del barrio.

"Soy panadero desde los 9 años, siempre me dediqué a eso y gracias a esta noble profesión hice crecer a mis 7 hijos, algunos ya mayores y otros que aún dependen de mí. Mis tres hijos me necesitan, no es fácil como dicen muchos tirar todo lo que uno con sacrificio consiguió y empezar de nuevo, yo debo dar estabilidad a mis hijos ahora. Ellos aún van a la escuela, este es su hogar y aquí es donde voy a luchar, ellos tienen 7, 10 y 11 años", relata su sacrificada vida a la La Nación en medio de remos y canoas que se encuentran ancladas en el barrio Santa Ana del Bañado Sur.

Mientras su acompañante le ayuda a ubicar los panes trinchas, de hamburguesas y palitos, sigue contando su historia. "Es muy sacrificado hacer esto todos los días, pero por mi familia lo hago. Todos los días nos levantamos a las cuatro de la mañana para preparar la masa. Hacemos tres horneadas al día de un total de 150 kilos de harina, como tres bolsas grandes de harina. Todo lo que hacemos lo transportamos en la canoa, lo bajamos y repartimos. Esa es nuestra rutina diaria, no perdemos tiempo, porque también nos sacrificamos como todos, cada quien tiene su forma de ganarse la vida", señala el panadero.

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